Aunque nos parezca un invento contemporáneo, el low cost nació a finales de los años 40 del siglo pasado, cuando la compañía Pacific Southwest Airlines instauró un modelo de negocio para sus vuelos consistente en reducir al máximo los gastos superfluos para ofrecer precios más competitivos a sus clientes. Dicha estrategia comercial llegaría a Europa a finales de los años 90, cuando aerolíneas como Ryanair o EasyJet la copiaron para plantear batalla a los grandes transportistas de vuelos cortos y, con la crisis iniciada en 2008, se ha extendido a otros sectores económicos, como la hostelería, el transporte terrestre o la ropa.
La nueva crisis económica derivada de la pandemia del coronavirus ha provocado la llegada del low cost al mundo del fútbol. En una temporada incierta -nadie sabe si se podrán jugar los partidos con garantías sanitarias, ni siquiera si los aficionados podrán acudir a los estadios-, los clubes han optado por aplicar reducciones de coste en sus plantillas intentando no perder competitividad. La medida, como en la vida en general, no afecta a todos por igual: los poderosos tienen mucho más margen de maniobra, porque su patrimonio los avala en la escalada del gasto, mientras que los menos favorecidos han de ajustarse el cinturón para sobrevivir.
El Valencia ha llevado al extremo la estrategia del low cost, ha sido el Ryanair de los equipos de la liga española. Si en la aerolínea irlandesa de Michael O'Leary puedes pagar más dinero por que vuele tu maleta que por volar tú mismo, el club gobernado por Meriton se ha deshecho de todos aquellos futbolistas por los que llegaba una oferta, por mínima que fuera, con el ahorro como único faro. Ha ido aligerando peso sin tener presente si el avión podrá volar. En el momento de escribir este texto, Garay, Ferran Torres, Parejo, Coquelin, Rodrigo y Piccini han salido del club, unos como operaciones ventajosas (los dos delanteros) y otros a modo de saldos difícilmente comprensibles. Vender jugadores forma parte de la necesaria dinámica del fútbol moderno y los clubes bien gestionados lo aprovechan (véase el caso del Sevilla, el Liverpool o el Borussia Dortmund), pero siempre en transacciones ventajosas económicamente hablando y sustituyéndolos por otros más baratos pero con expectativas de rendimiento similares o superiores. Siguiendo la comparación con las compañías aéreas, sería como si una de esas aerolíneas suprimiera los asientos para los pasajeros para ofrecer viajes más baratos.
La descapitalización de la plantilla no ha llegado acompañada, hasta el momento (el mercado se cierra el próximo 5 de octubre, cuando ya se habrán disputado cinco jornadas de liga), de incorporaciones. Y lo peor es que la pretemporada ha dado la razón a Meriton en su estrategia. Gracias al trabajo de Javi Gracia y los jugadores, el Valencia iniciará la liga invicto, después de haber vencido al Castellón, Villarreal y Cartagena y empatado contra el Levante. En otros tiempos, estaríamos soñando con un equipo con aspiraciones de ganar algún título; con este presente, el equipo parece ofrecer garantías de no pasar apuros. Pero una cosa es la pretemporada, con su falta de tensión y escaso valor de las victorias, y otra una temporada que se prolongará durante ocho interminables meses.
El Valencia low cost comienza la liga este domingo con la sensación de que, de repente, nos hemos convertido en una versión cutre del Athetic de Bilbao, un equipo que aspira a meterse, como mucho, en la Europa League con su cantera como estandarte, de que hemos pasado de ser Iberia a ser Vueling y, como tal, deberemos conformarnos con lo que nos toque, sin esperar grandes gestas. Pero, para el aficionado, acostumbrado a presumir de un equipo con aspiraciones, el cambio se puede resumir en la frase que una vez me soltó un empresario amigo: “En los aviones, antes te trataban como un señor y ahora, cuando vuelas, eres basura para las aerolíneas”.