La 'ardilla de Ibrox Park' recuerda de carrerilla los lanzadores en los penaltis de Heysel y, sobre todo, las lecciones de su querido Di Stéfano
VALÈNCIA. El Valencia no tiene sus vitrinas plagadas de títulos europeos. Los rechazos de la UEFA al reconocimiento de las míticas Copas de Ferias o las anécdotas de sueños de Champions truncados in extremis sí forman parte de la historia de un club con hazañas que se recuerdan resplandescientes cuarenta años después. Es el caso de la Recopa de Europa de 1980, la de los penaltis ante el Arsenal, la de Di Stéfano, la de la bronca en las gradas de Heysel... Un título mítico no solo por ser uno de los dos trofeos europeos que la UEFA reconoce en Mestalla, sino también por la carga emocional que arrastra.
Los más veteranos del lugar la recuerdan con tremendo cariño. Y detrás de aquel equipo que cerró una etapa dorada para no volver a tocar metal hasta veinte años después de ganarle la Supercopa correspondiente al Nottingham Forest, o de los iconos valencianistas que de ese período surgieron, existen figuras que también dan sentido a los antiguos éxitos del murciélago. Como Pablo Rodríguez Flores, la 'ardilla de Ibrox Park', un exdelantero con una historia que contar.
Pablo no tendrá una lona en la Avenida de Suecia, pero sí se convirtió en un hombre importante en el equipo que Alfredo Di Stéfano volvió a dirigir en la 79/80. "Ese año el Valencia hizo una gira en Japón y se fueron todos, absolutamente todos, menos yo. Me tenían como transferible y él -Di Stéfano- no me conocía", relata. Un golpe de suerte y a la vez desgracia le dio la oportunidad a principios de curso: "El titular era Darío Felman y yo jugué por él por una sanción federativa".
Felman había jugado unos pocos minutos con Argentina ese mes de agosto y ocupaba plaza de extranjero, con Mario Kempes y Rainer Bonhof como principales forasteros en el club. "En ese compás de espera por ver qué pasaba es cuando Di Stéfano me llama a mí para cubrir el hueco. Si no hubiera pasado eso quizá no habría llegado nunca a jugar con el Valencia", asegura mientras cuenta cómo entrenaba con el Mestalla durante esa gira asiática.
Una vez ya a la vera del técnico, Pablo emprendió el duro camino a Heysel. Tan duro como sorprendente para él, porque después de Copenhague tocó viajar a Glasgow en octavos, donde iba a arrancar su historia: "Habíamos empatado a uno en Mestalla contra el Rangers y Di Stéfano arriesgó bastante en Escocia con algunos cambios que consideró pertinentes", asiente. Le cuesta algo más recordar cuál fue ese movimiento de piezas: "Subirats, Tendillo... Pero ellos ya participaban más en el equipo ¡Yo no me había ni concentrado con ellos en toda la temporada!".
Como es lógico, la 'ardilla de Ibrox Park' -ese apodo que, dice, le puso Salvador Gomar porque desde el palco del estadio solo se atisbaba un pelo 'a lo afro' que cubría la cabeza de un chaval no demasiado espigado- no tenía la menor idea de que ese mote le iba a dejar marcado, de alguna forma, en la historia del club. Cuentan los que vieron aquel encuentro que el asturiano estuvo especialmente inspirado en Ibrox. Tanto es así que su entrenador empezó a tenerle mucho más en cuenta desde entonces.
Tras eliminar a los escoceses, Barcelona se apuntó como la siguiente rama de una ardilla que apenas había comenzado a escalar su árbol. El vigente campeón de la Recopa era el rival a batir en cuartos... pero Pablo no estaba por la labor de repetir la actuación de Glasgow: "El domingo anterior jugamos en Burgos y a mí me diagnosticaron una hernia discal. Me dolía mucho la espalda y el miércoles teníamos que ir al Camp Nou. Así que le dije a Alfredo que no podía jugar ese partido. Entonces me contó que cuando él jugó con el Real Madrid la final de la Copa de Europa que ganó 7-3 contra el Eintrach salió al campo con un tobillo que no le cabía en la bota… y que anotó tres goles así", dice tan sorprendido como si la anécdota fuera de ayer.
"Di Stéfano me dijo que marcó tres goles en una final de copa de europa con un tobillo que no le cabía en la bota"
"Pablo, tienes que jugar, en el fútbol no hay nadie que esté físicamente perfecto", le avisó Di Stéfano. Le mentalizó tanto con aquella historia, que en lugar de subir a la habitación del hotel por el ascensor, lo hizo corriendo por las escaleras. Lo curioso es que llegó el miércoles, el Valenca ganó 0-1 en Barcelona y Pablo Rodríguez fue el autor del gol. Fue el inicio de un amor eterno por el entrenador argentino: "Todo cambia con Di Stéfano, era diferente, recuerdo que Marcel Domingo no nos hacía ni caso a los más jóvenes, pero Alfredo nos motivaba, nos arengaba y hablaba mucho con nosotros. Cuando se marchó -la segunda etapa del técnico en Mestalla duró solo ese curso- volví a salir poco a poco del equipo", relata el exdelantero.
Con esa admiración hacia el capitán del barco, y tras eliminar al Nantes en semifinales, el Valencia alcanzó la final de Heysel contra el Arsenal. Se volvió a desatar la ilusión en el Turia: "El año anterior habíamos ganado la Copa del Rey contra el Madrid y hubo un recibimiento increíble en la ciudad. Y hacía mucho, desde las Copas de Ferias con Guillot y Waldo, que el Valencia no ganaba ningún título europeo. Eso se palpaba en el ambiente".
La hinchada se hizo notar en Bélgica. Hubo desplazamiento en masa para lo que se acostumbraba en la época, pero el espectáculo... no acompañó. Pablo admite que el partido fue "desastroso": "Lo único que sacamos en claro es que llegamos a esa tanda de penaltis. Fue un encuentro muy trabado -0-0 en el tiempo reglamentario y muy pobre en ocasiones de gol- muy inglés, los dos equipos estábamos muy temerosos...". El Arsenal, de hecho, había perdido cuatro días antes la final de la FA Cup contra el West Ham.
Sin tiempo que perder en analizar por qué aquellos 120 minutos fueron tan horribles, Pablo va directo a la tanda de penaltis. Empieza a recitar los lanzadores de carrerilla, se los sabe de memoria. Los de los dos equipos. "Me lo he puesto repetido alguna vez -reconoce- pero solo los penaltis, el partido no se lo he enseñado ni a mis hijos". Entonces cae en la cuenta de que el mejor jugador de aquel Valencia fue el único que falló desde los once metros: "Va Kempes y falla el primero... Imagínate". Recuerda que El Matador no estuvo muy acertado esa noche: "Estaba incómodo porque Di Stéfano le dijo que jugara en punta y que fijara a los centrales... No participó mucho, estaba hasta frío en la tanda. Tuvimos suerte de que Pereira le paró el siguiente a Brady...".
"Siempre me he preguntado cómo pereira podía ser tan frío"
"Después lanzó Solsona, yo mismo, Castellanos, Bonhof y Arias", dice como si tuviera la lista delante. Hace cuatro décadas de aquello, pero no olvida los detalles. Tampoco la tranquilidad con la que su gran amigo Pereira 'celebró' el título después de pararle el último penalti a Rix, el "otro jugador clave, así zurdito, que tenían los ingleses". El meta valencianista obró la hazaña y se giró hacia sus compañeros "andando, como si no fuera nada con él". Pablo convivió con Carlos Pereira mientras vivió en Valencia y, dice, nunca le pudo sacar la razón de esa serenidad extrema: "¡No puede ser una persona tan fría!", le decía, aunque también recuerda lo calmado que era normalmente su compañero.
En cuanto a su propio lanzamiento, asegura que no se puso nada nervioso. Pablo fue un habitual desde el punto de penalti en Gijón, también en el Mestalla, y en el primer equipo no "porque estaba Kempes". Además, la semana anterior a la final habían ensayado penaltis en Paterna y él no tuvo ningún reparo en levantar la mano en el corrillo previo a la tanda para ofrecerse voluntario. Otros, recuerda, no tenían tanta confianza: "No voy a decir nombres, pero cuando Di Stéfano nos reunió en el campo había jugadores que se escondían para que no les eligiera", comenta entre risas. "¿Si lo hubiera fallado? Nadie me iba a acusar de nada, pero hubiese tenido algo de autoculpa, claro... Es diferente si lo falla Mario que si lo falla Pablo".
El caso es que la noche se dio justo así. La estrella erró, el 'novato' acertó y Pereira se alzó como héroe. El ansiado título europeo dio la vuelta a Heysel envuelto en camisetas blancas, pero en la grada estaba ocurriendo otra cosa. Algunos hooligans londinenses estropearon la fiesta dentro y fuera del estadio, aunque los futbolistas no fueron conscientes hasta llegar al hotel: "No salimos, nos quedamos allí celebrándolo con algunos aficionados. Nos dijeron que por los bares podría haber hinchas ingleses así que nos quedamos... Y eso me entristeció mucho. No era como ahora, que es el pan nuestro de cada día".
Cinco años más tarde, Pablo se acordó de los altercados cuando vio la gran tragedia -esta vez sí, histórica- en ese mismo campo. Entonces ya no era futbolista del Valencia y el club había empezado a coger un rumbo diferente al que iniciaba esa década. Con el paso del tiempo, la 'ardilla de Ibrox Park' quedó para los anales de las historias más recónditas del valencianismo.