VALÈNCIA. Adiós, 2023. Vete y no vuelvas. Orriols te quiere olvidar. El año inicia su cuenta atrás y el levantinismo necesita guardar en su cajón más profundo 365 días de contrastes. Sobre todo, de tristeza. De mucho desconsuelo y decepciones con nombres propios. Lo que empezó bien, siguió mal, continuó peor y acabará este domingo en una vorágine de sinsabores, con muchos retos -deportivos y eminentemente societarios- en el horizonte. Pero el futuro se escribe en otro capítulo. Lo vivido hasta hoy marca un 2023 negro en el Ciutat de València.
El récord de imbatibilidad
Porque el año arrancó con un halo de ilusión. El Levante no se paseaba, pero sí sacaba pecho de gallito por la Segunda División. 2023 llegó al calendario con el equipo, ya propiedad de Javi Calleja, tercero en la tabla, a solo un punto de las plazas de ascenso directo, y a dos del liderato. El presente era, cuanto menos, esperanzador. Porque el técnico madrileño había caído de pie en Orriols: desde su llegada a finales de octubre, su Levante todavía no conocía la derrota. Es más, el grupo comió uvas con 12 partidos consecutivos sin caer, a dos empates del récord de imbatibilidad de Mané en la temporada 05/06. Calleja tenía al cuadro blaugrana a ritmo de plusmarca. Acabaron siendo 23 citas sin derrota a principios de marzo, contando las tres eliminatorias de Copa que se lograron superar ante Olot, Andorra y un Primera como el Getafe.
Es el récord que hoy comanda la historia granota y que quedó frenado por una goleada del Huesca en El Alcoraz. Allí se rompió algo, porque desde entonces el Levante solo ha sido capaz de encadenar más de tres victorias en la recta final de la pasada campaña, entre la conclusión de la liga regular y la primera fase del play off. Sin embargo, aquel 3-0 en territorio oscense supuso un antes y un después en la credibilidad que se había ganado Calleja a base de fiabilidad, más que de convencimiento. Su equipo especuló hasta el punto de que, aquello que inició con aires de grandeza, acabó en drama.
Un drama de categoría
Es, sin duda, el peor momento del año. El que lo cambió todo, a pesar de que la gestión del anterior Consejo de Administración ya dejaba un plano económico de soluciones drásticas. Sobre todo, si no se lograba el regreso inmediato a la élite. Quico Catalán lo apostó todo al rojo y salió tan negro que no pudo ser más cruel la forma en que el club, de un plumazo, tenía que activar un plan de economía de guerra que hoy aprieta, y mucho, el gaznate granota. Fue un sábado, 17 de junio, cuando el Levante enfrentó al Alavés en el Ciutat en la final de la promoción, arrastrando un favorable 0-0 de la ida en Mendizorroza. Era suficiente de no ser por un penalti de Róber Pier en el descuento de la prórroga que hoy todavía duele de rememorar, aunque sea negro sobre blanco, para muchos por "injusto", para otros por "temerario". Para todos, doloroso como pocas desventuras vividas en la resiliente acera granota de la ciudad.
Incluso los más veteranos del lugar todavía lo recuerdan como la noche más horrible de su militancia levantinista. "No recuerdo nada igual, y mira que hemos vivido penurias", aseguraba entonces, en petit comité, un longevo empleado del club. Fue en pleno luto, días después del no ascenso que a casi nadie entraba en la cabeza. Y menos cuando, a pesar de la especulación constante del equipo sobre el césped, pasaron los minutos sin que el rival, para colmo dirigido por uno de los mejores técnicos de la historia de la entidad, supiese perforar la meta de Femenías. Villalibre anotó de penalti y todo se fue al garete. La ilusión del niño que deseó festejar un ascenso y la del consejero que, con la mirada perdida, atistabó muchas curvas en el palco de autoridades ante una grada ya vacía.
La despedida de Quico Catalán
Ese directivo era el propio presidente. Inconsolable, Quico Catalán todavía hizo de tripas corazón para calmar a algún pequeño familiar que todavía sollozaba un buen rato después del drama de categoría que había silenciado Orriols. Ahí el presidente ya meditaba su adiós, por mucho que diez días más tarde, el 28 de junio, asegurara que se hubiese marchado también con otro ascenso en su currículum. "En Primera, me hubiera ido igual", dijo Catalán cuando se hizo oficial su marcha y se abrió el escenario de las dudas sobre quién ocuparía el sillón de la presidencia. Aquel día ya trascendió el paso adelante de uno de sus consejeros, Pepe Danvila, aunque no sería a la postre para ocupar el mismo puesto.
El caso es que Quico anunció su marcha, dejó a las claras que la estructura de élite de la entidad iba a ser necesariamente reducida en todos sus estamentos y defendió su gestión a regañadientes hasta el último día. Fue el fin en diferido del presidente, porque todavía entonces trabajaba de la mano con el director deportivo en cuestiones como la continuidad de Javi Calleja, que aunque cerrada por la clasificación a play offs se tambaelaba en un fino alambre. Quico se acordó de Pedro, su padre, un hombre que le guió y también dejó su piel en el club antes de fallecer durante la temporada. Y así le puso el lazo, al menos de cara a la galería, a la etapa más dorada de la historia del Levante con él en el trono.
Adiós, Pepelu
De lo que también habló el expresidente en aquella comparecencia fue de Pepelu. Porque Quico murió matando. Y perdiendo la batalla. Se enrocó en una situación descontrolada desde que el Levante se quedó en el camino del ascenso. Pidió la cláusula de 5 millones del dianense al contado al mismo tiempo que, días antes, el director deportivo le había transmitido -a Pepelu y otros futbolistas- la necesidad de hacer caja con su salida. El problema, para el Levante y para el centrocampista en aquel momento, fue que el club que, a junio de 2023, quiso poner esa cantidad -a plazos- fue el Valencia. "El Levante no va a venderle por menos de la cláusula porque tenemos más jugadores apetecibles para muchos clubes". Pues bien, el club vendió por esos 5, pero no al contado. "Si se quieren plazos, aumentaremos la cantidad", aseveró el expresidente. No se hizo.