VALÈNCIA. Una decepción absoluta. Tras la victoria del Granada el pasado martes, probablemente nadie daba por seguro que el Levante iba a lograr salvar otro match ball por la permanencia. La derrota del Cádiz en Anoeta justo antes de empezar la noche en el Santiago Bernabéu otorgaba a los levantinistas la esperanza de que un empate a contracorriente y ante el Real Madrid podría dejar abierta una pequeña -casi invisible- posibilidad de llegar con vida al final del túnel. Perder ante el campeón de Liga, con toda su constelación de estrellas sobre el tapete, no solo sonaba viable, sino totalmente convincente. Los casi 500 granotas que acudieron in situ a la cita se lo olían: el Levante podía caer, con la cabeza alta y tras mucha lucha sobre la bocina, en la capital. Se equivocaron: contra los precedentes, el equipo se rompió a las primeras de cambio.
Es por eso que el encuentro fue decepcionante. Porque las hechuras del cuadro de Alessio durante el último tramo de campaña -ese que si computara de manera independiente sacaría al club del agujero de la tabla- invitaban a un optimismo tenso. El optimismo del que se siente en el precipicio, pero sabe que, de caer, lo hará con la seguridad de haber intentado volar. El camino hacia el milagro, de hecho, ha sido así con el italiano a los mandos, pero no lo fue en el Bernabéu. Dijo el entrenador que, después de varios meses de jugar finales al "todo o nada", la tensión de apoderó de los suyos. Tanto fue así que la imagen del equipo fue comparable a aquella noche aciaga de enero en que el Levante se desmontó en La Cerámica y los jugadores tuvieron que verse las caras con el respetable a su llegada a Valencia. Aquel 5-0 frente al Villarreal sobrevoló por momentos Concha Espina.