ALICANTE. Reconozco que creía en el milagro. Soy optimista por naturaleza, qué le voy a hacer. Siempre pienso que un día las cosas pueden ser perfectas. Bueno, en realidad me conformo con que salgan relativamente bien. Optimista y conformista. Así que cuando llegó Visnjic, cambió la presidencia y el Hércules dio un pequeño giro en su forma de hacer las cosas, pensé que era el momento. Que el karma ayudaría o Dios se disfrazaría de herculano. Pobre infeliz, dirá el lector.
El domingo, mientras la temporada se deslizaba lentamente por el pasillo hacia la puerta para decir definitivamente adiós, no pude evitar sentir mi cara de pringado dibujada en mi rostro casi siempre optimista. Se veía venir, pero siempre acabo cayendo primero en el optimismo desmesurado y luego en la depresión post realidad.