VALÈNCIA. ¿Por qué debe ser incompatible berrear alegre cuando el Valencia enseña una mata de brotes verdes, liquidando con frescura al rival, pero al tiempo considerar y mostrar como inviable un modelo de club que pende de un hilo, guiado por intereses cruzados y entregado a la improvisación del mercado? En estos meses celebrar el Valencia y pensar en otro Valencia posible se ha convertido en una pirueta bien arriesgada. ¡Como si no fueran las dos caras de la misma moneda!
Trataré de ordenar los motivos por los cuales no hay incompatibilidad en pretender que a Gattuso las cosas le vaya bien y querer que el Valencia tenga otra propiedad distinta. Hacer elegir entre estar con el equipo o estar contra el club (como si propiedad y ADN fueran lo mismo), es una trampa y es una temeridad.
1. Existen pocas demostraciones de que el Valencia merece una propiedad mejor que su exhibición de fuerza quincenal. Este ambiente en Mestalla -el estadio más resiliente de Europa- representa el sustrato con el que soportar una nueva plaga bíblica. Pero sobre todo es la constatación de que hay una masa deseando un proyecto estable, permanente, que no cambie cada verano, que tenga objetivos al nivel de la propia historia del Valencia. Haber caído en la tentación de que Mestalla fuera un páramo, hubiera sido aceptar la condición inevitable de club a la fuga. El valencianismo sigue en su sitio.
2. Esta celebración de la misión Gattuso, irregular y por tardes -unas pican y otras no-, más que una alegría ocasional tiene mucho de recordatorio en la memoria: lo normal en esta plaza es tener a un equipo que compita alto. Cuando el holding de Singapur compró el club, estaba -pese a todo- todavía entre los 15 mejores. Ahora compite en el ranking UEFA junto al equipo de Kiev. No somos los demás los que tenemos que elegir entre celebrar o protestar: pretendemos avanzar ganando.
3. Una sociedad como la de Mestalla es el mecanismo que abrocha a personas diversas que de otra manera no coincidirían en un espacio igual. Personas muchas de ellas con vidas precarizadas y al límite, como nuestro alrededor. Obligarles a elegir entre la emoción de un partido o la responsabilidad de exigir una propiedad mejor, es una mezquindad y un engaño. El Valencia necesita otro modelo de propiedad justamente para que emocionarse con el equipo no sea un pequeño milagro, una excepción cada cuatro o cinco años.