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Opinión Politizada   / OPINIÓN

Quan arriba la nit... jo soc Barraca

1/03/2023 - 

VALÈNCIA. Vamos rápido con lo evidente. ‘Lo que va davant, va davant’: sí, el Valencia CF sigue siendo a fecha de hoy el peor equipo de LaLiga en 2023, con apenas 4 puntos amasados en los últimos dos meses de competición. La victoria ante la Real Sociedad –que yo viví con una dosis de agonía que no debe ser buena para el cuerpo- sirvió para asomar la cabeza tímidamente fuera del descenso por unas horas, pero pronto el resto de rivales se encargaron de recordarnos que cada punto será una batalla, que cada partido será un parto de trillizos y que ganar la guerra supondrá apenas una pírrica victoria para un club que jamás, nunca en la vida, debería estar luchando por evitar el desplome rumbo a Segunda.

A partir de ahí, tengo ganas de hablar de otra cosa que no sea miseria. Vivir asqueado a diario con la gestión de Meriton al frente del Valencia, aunque denota un realismo demoledor y permite mantener el orgullo intacto –el día que nos acostumbremos a la incapacidad de esta propiedad y le demos pátina de normalidad, habrá ganado-, no deja de ser pesado para el alma y aburrido para el lector.

Cuanto más abajo estás, más buscas con la mirada brotes verdes de forma desesperada. Aunque tengan color mustio y no sean más que hojas muertas. Buscas, buscas y, a veces, encuentras. Igual que el enfermo crónico disfruta los días de sol por la ventana que parecen hacer remitir levemente su dolor. Aferrados a una lucha implacable con el destino al que Peter Lim ha abocado al club (que no es otro que su desaparición), el sábado decidimos ponernos en manos de once muchachos y un par de leyendas y empujarles con todo lo que nos quedaba.

Sorprendentemente, funcionó.

Y lo hizo sin estridencias y bajo la premisa más simple del mundo: hacer lo que sabes hacer, y no hacer lo que no sabes hacer.

El debate del estilo debería acabar de una vez, esperemos, y quedarse en el cajón de los temas prescindibles durante un tiempo prolongado. Durante muchos meses tocó soportar las campanas al vuelo del esteticismo balompédico mostrando el estoicismo del padre que ve a su hijo hacer el bobo en el columpio, a sabiendas de que el tortazo se aproxima. El tortazo llega, el niño llora, el padre se acerca con parsimonia y se encoje de hombros: “¿Ves?” Y le recoge del suelo y le enseña como subirse al columpio sin caerse: bien agarradito a la silla, con disciplina y sin hacer nada raro.

El padre es Rubén Baraja y, el niño, ese sector de aficionados que alucinaban pepinillos con el estilo abierto, dinámico, ofensivo, alegre, de posesión de pelota y tan bonito que proponía aquel prometedor Valencia de Gattuso. Ese que provocaba cuarenta y siete taquicardias por partido cuando Mamardashvili, Cömert y compañía trataban de sacar la pelota jugada desde la línea de portería. Junto a los paros cardíacos llegaban los errores, los errores llevaban a los nervios, los nervios llevaban a errores todavía más groseros y, a base de un gol evitable tras otro, Gattuso ya disfruta de LaLiga a través del la pantalla OLED de su casa en Marbella.

Respeto a cualquiera que goce con fruición de una “linda jugadita” de vez en cuando, como decía el maestro Galeano. Pero Valencia nunca fue una ciudad para finos estilistas; más bien, todo lo contrario. Ir contra natura sólo puede provocar frustraciones y, con el tiempo, hacer más grandes los problemas. La historia del Valencia la escriben equipos armados de atrás hacia adelante, fortificados en defensa, amantes del juego directo y que dejan las florituras para los pintores bohemios. Con sus matices y diferencias de ejecución, gran parte de aquellos entrenadores que lograron el éxito o lo tocaron con la punta de los dedos comparten ADN. Espárrago. Luis. Ranieri. Cúper. Rafael Benítez Maudes. Marcelino García Toral. Incluso el –criticadísimo por algunos- fútbol champagne de Bordalás se quedó a un penalti de campeonar el año pasado con una plantilla muy inferior a la de su rival en la final de Sevilla.

El futuro del club se oscurecía a pasos agigantados con seis derrotas consecutivas y la visita de un rival que habitaba cómodo en la tercera posición de LaLiga. Con el panorama sombrío y la noche cerniéndose sobre Mestalla, tocó tirar del libro de estilo y del viejo slogan cervecero: “Quan arriba la nit… jo soc Barraca”.

Y un pequeño rayo de esperanza se abrió paso entre las nubes.

Pipo Barraca, Carlos Marchena y su banda de atolondrados muchachitos se pusieron el mono de trabajo y bordaron el mejor partido de los últimos dos meses, completo de principio a fin y mostrando un oficio que sólo se explica desde el retorno a lo de siempre, a lo que la afición conoce y algunos de nosotros hemos aprendido a adorar sin ambages. El fútbol de toda la vida: solidario, rocoso, incómodo para el rival, concentrados en la pelota parada y aprovechando cualquier resquicio en el blindaje visitante para golpear. El ejemplo lo encarna ese Hugo Duro absolutamente reventado tras correr durante 98 minutos sin descanso y sin escatimar ni un ápice de su esfuerzo en ayudar al equipo. No le hacía falta desfallecer y necesitar maná en forma de gel energético para demostrar implicación, pero lo hizo igualmente. Su entrega sin condiciones marca la hoja de ruta a seguir.

Me basta recordar lo sucedido en los últimos minutos para saber que estamos en manos de gente que tiene un plan. Corría el minuto 85 y la Real Sociedad achuchaba, con un par de acercamientos peligrosos. Inconscientemente lo pensé: “Hay que montar un ‘pollo’ en la banda y parar esto”. Sin darme cuenta, lo dije en voz alta. Tal cual. En plena retransmisión de ‘El Matx’ con mis compañeros como testigos.

Imaginaos mi sorpresa cuando, ya en tiempo de descuento, la pelota cayó en área técnica del Valencia y Gabriel Paulista le hizo el truco del almendruco a los jugadores de la Real. Empujones, insultos, dedos señalando, una melé en la zona de banquillos, Marchena separando a Oyarzabal, un poquito de tumulto por aquí, Baraja intentando hacerle el lío al árbitro por allá, sonrisas pícaras del ‘staff’ y de los futbolistas suplentes…

Chico, LAGRIMONES me caían por las mejillas. Qué preciosidad.

El equipo de primaveras, de chavales bisoños a los que resultaba fácil ‘collejear’ en los partidos cuando se medían a otros conjuntos más acostumbrados a chapotear en el barro, de repente se estaba haciendo mayor a pasos agigantados. Por un instante, con Marchena y Baraja metiendo baza en pleno corrillo de futbolistas, mi mente viajó de verdad hacia aquellos felices años dos mil. Cuando el Valencia era temido en los campos de España, y no suscitaba la pena infinita que suscita con Meriton desguazándolo temporada tras temporada.

Esa ‘bulla’ me dio más esperanza que trescientos videos del Pipo en las redes sociales del club. Ahí, en medio del jaleo, surgió el espíritu canchero que reclamamos a estos chavales. El Pipo Barraca marca el camino. Un afán bullanguero y una línea de actuación que no te garantiza la permanencia, pero sí te garantiza competir por conseguirla. Tal y como estaba el patio, con el equipo en caída libre y a plomo desde hace casi cuatro meses, me parece una buena cuerda a la que agarrarse. Quizá la única que nos quede.

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