VALÈNCIA. Hace cuatro años y medio, después de que el Valencia Basket hubiera logrado el ascenso a la Liga Femenina, con seis mil personas celebrando el triunfo ante el Celta en las gradas de la Fonteta, Rubén Burgos, el entrenador, se fue a buscar a una de las jugadoras del equipo rival, Raquel Carrera, y, después de consolarla, la felicitó por haber sido capaz de liderar a su equipo siendo una adolescente de 16 años. Pero quién sabe si el gesto, admirable, igual tenía algo de interesado…
Poco después, pese a que en Estados Unidos llevaban tiempo tirándole la caña, aquella pívot tan joven decidió quedarse en España y aceptar el proyecto a largo plazo que le tendía el Valencia Basket de Rubén Burgos. Esteban Albert convenció a Carrera con un contrato por cinco años. Una apuesta basada en la convicción de que estaban atrapando a la gran promesa del baloncesto español. El primer año se fue cedida, pero lo hizo en el equipo que más le apeteció, el Araski.
Rubén volvió a verla en la selección española sub20. Ella aún era sub18 pero siempre ha sido de esas chicas que van más rápido que las demás. Y ahí, tratándola día a día, ya entendió lo primero que se aprende de Raquel Carrera, que es alguien especial. Luego se instalaría en València y con su juego, su capacidad de esfuerzo y su humildad ha acabado convirtiéndose en el gran referente del equipo cuando el reloj aprieta el cuello de las jugadoras.
Raquel ha sido una jugadora que ha recorrido las categorías inferiores con cascabeles. Siempre ha sido buena. Desde que, de niña, jugando al minibasket en el equipo del colegio San José, en Ourense, su ciudad, se veía que era la más lista. Porque el estirón vino más tarde, cuando, con 13 años, dejó su casa y se mudó a Vigo para jugar en el Celta, donde debutó con solo 14 años, algo excepcional.
Rubén Burgos descubrió años después que en Vigo hicieron un gran trabajo. Allí, sus entrenadores, con Carlos Colinas, el director técnico del Celta, a la cabeza, hicieron un esfuerzo por mejorar todas las flaquezas de esta niña que demostraba tener un instinto único en la cancha. “Tiene un sexto sentido para el juego”, desvelaría tiempo más tarde Colinas, cuando su alumna era ya una estrella del baloncesto.
Porque ella no sufrió el salto a la élite. Muchas y muchos niños prodigio embarrancan cuando se colocan al lado de los mayores. Raquel Carrera no. Ella jugó con 14 años un Mundial para chicas de 17, y ella deslumbró en la Final Four que el Valencia Basket se proclamó campeón de la Eurocup gracias a dos tiros libres encestados por la gallega, con solo 19 años, mientras, por detrás, en una fotografía ya icónica, Queralt Casas juntaba las palmas de las manos como si estuviera rezando.
El miércoles, en Bolonia, volvió a tener otros de esos días sublimes. Raquel, que es una gran defensora, no tiene problema en ceder el protagonismo ofensivo a la alemana Marie Gülich y la texana Lauren Cox. Pero cuando el tiempo se distorsiona y todo empieza a transcurrir deprisa, cuando cada decisión es vital, cuando cada tiro es ganar o perder, ahí siempre florece Carrera, una jugadora clarividente en los minutos finales, la especialidad de la casa.
A los periodistas nos gusta decir que el futuro es suyo. Pero en realidad, como bien me recordaba Puri Naya, que conoce el deporte femenino como nadie gracias a los patrocinios de Teika, su empresa, solo hacemos que regalar elogios desmesurados. Es verdad. Raquel Carrera ya hace tiempo que es presente.
Ninguna española, de hecho, había sido elegida nunca en un puesto más alto en el draft de la WNBA (número 15). Aún no ha debutado y por el camino, Atlanta Dream la incluyó en un trueque que le ha llevado hasta los New York Liberty de su compañera Bec Allen -por cierto, ¿cuándo volverá la australiana?-.
Cuando empezó la temporada, apareció una Raquel Carrera más fornida. La pívot no desperdició el verano y regresó a València con un llamativo trabajo físico a sus espaldas al que acompañaron mejores hábitos en su vida. Ella vive sola y a su edad, 21 años desde octubre, es fácil no ser muy riguroso en lo que se conoce como el entrenamiento silencioso -alimentación, descanso, costumbres…- Pero ella sabe mejor que nadie en qué flaquea y esa es otra de sus grandes virtudes; a pesar de ser ya una jugadora relevante en el baloncesto internacional no deja de escuchar a sus entrenadores. Los técnicos jamás tienen que repetirle las órdenes. Ella escucha y aprende. Y muchas veces llega a las reuniones con Rubén Burgos y se adelanta a sus peticiones: ya sabe qué hace mal y qué tiene que mejorar.
Ella es especial. Y probablemente debe saberlo. Pero no se lo cree. Esta es otra de las patas de su éxito, que es impermeable a los elogios, al ruido que generan actuaciones como las del miércoles en la Euroliga, liderando una remontada imposible ante la Virtus.
El club también se vuelca con ella y desde que vieron que andaba con los pies llamativamente hacia dentro, pusieron un foco ahí para que eso no terminara provocando otras lesiones. Le hicieron unas plantillas a medida y el preparador físico, Pau Alcácer, está pendiente de ella cada día.
Pero lo mejor de todo es que Raquel Carrera hace todo esto sin dejar de sonreír. Le encanta su oficio y es feliz ejerciéndolo y tratando de ser mejor en su puesto cada partido. Esto es algo evidente y cada dos por tres sorprende con una ampliación de su repertorio. A veces esas nuevas jugadas llegan en el mejor momento, con el partido empatado y solo unos segundos por delante. Por algo es alguien tan especial.
Pero no se vuelve loca por ello. Raquel se integra muy bien en todos los grupos por los que pasa. No es demasiado tímida ni demasiado diva. Y se alegra por los éxitos de los demás, algo no tan común. Por si fuera poco, tampoco dejó de escuchar nunca a su madre, que siempre le insistió en que siguiera estudiando. Ahora se está formando para ser nutricionista. Y todas esas mejoras, todos esos avances, todos esos aprendizajes, al final lo que hacen es convertir a Raquel Carrera en una mejor persona.