VALÈNCIA. Los momentos son muy importantes en el fútbol, sobre todo saber elegirlos y no meter la pata. Más tras una derrota dolorosa y eres el futbolista mejor pagado de la plantilla con todo lo que rodea. Por mucho que cada uno en sus días libres puede hacer lo que quiera, hay decisiones que escuecen, que deberían evitarse o por lo menos no ser tan públicas, porque acaban dando gasolina a los que no tienen filtro. Como Iborra es granota y acude al Ciutat cada vez que puede e incluso no esconde que le gustaría volver a lucir el ‘10’, Campaña es sevillista, pero se equivoca al dejarse ver junto a Monchi, director deportivo de ‘su’ club, en la sufrida victoria hispalense ante Osasuna. Entiendo el malestar de los que fliparon (me incluyo) al enterarse de que se pasó el domingo por el Sánchez Pizjuán. Hasta pensé que me estaban tomando el pelo cuando me enviaron por WhatsApp la instantánea de la discordia. Es poco cauto por muchos motivos, sobre todo después de lo que sucedió el pasado verano, los efectos de su ampliación contractual en el Fair Play Financiero y que ahora su nombre vuelve a sonar con fuerza en Nervión como relevo de Banega, que se marchará al Al-Shabab saudí de Luis García Plaza.
Acababa contrato el próximo 30 de junio y en abril de 2019 prolongó su vinculación hasta 2023, con una subida de su cláusula a 60 millones de euros que hicieron inabordable su vuelta a casa. El Levante no bajó de los 30 ‘kilos’ y el Sevilla se quedó lejos de atar a su canterano y miró otras alternativas. Pero en esta historia aún quedaban capítulos por escribirse. "Campaña es un jugador que conocemos bien, pero ahora mismo no te puedo decir si es uno más de la lista o el único. Tiene unas condiciones muy buenas, ha ido creciendo en personalidad y madurez. Es muy pronto para empezar a hablar de sustitutos de Éver cuando él esta aquí todavía. Vamos a esperar a mayo, junio y empezarán a salir nombres que se acerquen más a la realidad", explicaba el director deportivo nervionense recientemente en los micrófonos de Onda Cero Sevilla. Su saludo con Campaña, que estaba acompañado por su representante Enrique Rosado, no pasó desapercibido y se sentaron a escasos centímetros en un palco privado del Pizjuán. El día anterior, en la derrota en Ipurua, el ‘24’ granota volvió a contar con ojeadores desde la grada, tanto nacionales como de la Premier League.
“Después de dos triunfos seguidos en casa, de muy poco serviría la última machada si el equipo vuelve a las andadas en Ipurua”, escribía hace siete días. Aunque me resistía a pensar que el equipo acabaría dándose otro tiro al pie, el temor no era gratuito. Después de un alegrón estaba siendo la tónica habitual en una temporada de desequilibrio, de montaña rusa constante, de no saber qué Levante aparecería en el verde en la siguiente reválida. Era un día para ganar y acabar con la maldición (ahora son 16 visitas oficiales sin sumar allí de tres). Ni de empatar y ni mucho menos de acabar sonrojado. La del sábado fue una de esas derrotas que desesperan porque la puesta en escena invitaba a lo contrario: el equipo combinaba con precisión, tuvo claridad en la salida del balón, amenazó y no cometió esos despistes innecesarios en zonas de influencia. “Somos capaces de generar todo lo que generamos y de arriesgar todo lo que arriesgamos, pero si no acertamos y mostramos esa debilidad sin balón en los duelos nos puede pasar lo que nos ha pasado. La toma de decisiones en los últimos metros ha sido uno de los aspectos que nos ha condenado por esa falta de precisión», explicaba Paco López en rueda de prensa. Faltó contundencia y sobró fragilidad ante un rival que hace de la intensidad su virtud, siempre unos segundos por delante para anteponerse a cada acción y obtener recompensa. Más hambre, más necesidad y obtuvo premio.
A cada golpe, incluso con el penalti errado por Charles que le hubiera convertido en el primer jugador de la historia del Eibar en lograr un hat-trick en Primera, el castillo de naipes se desmoronó progresivamente. La fragilidad psicológica fue preocupante. Poco atisbo de reacción, a cuentagotas y con más corazón que cabeza. Sin Rochina ni Hernani, y con excesivos exponentes de perfil defensivo en el banquillo, a cada bofetada era complicado echar un vistazo atrás y encontrar una solución en un futbolista diferente, de esos que cambian el esquema del encuentro. Paco movió ficha por ficha. Hizo dos cambios. Melero y Sergio Léon lo intentaron. Sacrificó a Vukcevic, el relevo habitual cuando el marcador da la espalda, y a Borja Mayoral sin variar el dibujo. Aunque el domingo perdieron ante el Ebro (1-2), qué pensarán los futbolistas ofensivos del filial, que por cierto viven igual o más en el anonimato en las redes sociales del club salvo en el ‘al minuto’ de cada partido. Ni el efecto de la victoria al Real Madrid ni los agobios armeros. El Levante perdió una oportunidad para inyectar más alicientes a una temporada de luces y sombras.
La falta del primer gol es al revés. Eso no se puede controlar, pero sí que el Eibar construyera el 1-0 con una facilidad pasmosa ante una estructura de mantequilla. «El asistente le dijo que Pedro León golpea a Toño. Le he dicho al árbitro que en los partidos que nos arbitra no tenemos suerte con él», esgrimía el míster de Silla sobre González Fuertes, el mismo colegiado del 0-1 en el Ciutat frente al Espanyol, que luego tardó un mundo para señalar el penalti por manos de Miramón después de un rebote con el peaje de la amarilla por protestar a Postigo que le impedirá estar a disposición de Paco para la cita del domingo ante el Granada (16 horas). Habrá que ver si Vezo vuelve para ser titular después de quedarse fuera de las dos últimas convocatorias o la pareja de centrales es inédita con Bruno y Duarte.
Ni el guionista más alocado hubiera desgranado una película igual con victorias ante Barcelona y Real Madrid en Orriols (hasta el golaveraje está ganado con ambos), y solamente dos puntos de los 18 disputados ante rivales más terrenales como Alavés (0 de 6), Osasuna (1 de 6) o Eibar (1 de 6). Con el traje de gala no se puede bajar al barro. En el armario hay que tener preparado el mono de faena, el chándal y las zapatillas más desgastadas posibles porque el esmoquin no vale para todos los eventos. Con derrotas como la de Ipurua, con esos 29 partidos seguidos sin dejar la portería a cero de forastero, es complicado no seguir transitando de un pico a otro, de pasar de la locura a la contrariedad. Es lo que transmite el equipo durante toda la campaña. Así cuesta identificarse al cien por cien con esta plantilla y al final se cae en el sufrimiento en vez de en la creencia en algo más. Porque no es suficiente con un puñado de noches de gloria. Esa exigencia es sinónimo de crecimiento. Que rápido se dilapida la ilusión, entristece, es esquizofrénico.
Lo repito, esos vaivenes refrendan que es necesario un golpe de timón en el próximo proyecto que seguro será en la máxima categoría. Hay argumentos para dar un paso adelante y se han dado demasiados en falso. Por supuesto que la permanencia es el objetivo y que todavía habrá que dar algún pequeño estirón que otro más para conseguirla, pero hay que hacer un ejercicio crítico y constructivo para evitar otra temporada subido en esta montaña rusa. En la undécima plaza, ahora hay más distancia con Europa (11 puntos) que con el precipicio (10).