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Uh, ah, Viola

Extrañamente, el Valencia que más cerca estuvo de ser campeó en mitad de aquella orgía Rogista no estaba formado por 'cracks', sino por jugadores que cuando tenían el balón en sus pies más de dos segundos caían al suelo de la impresión...

29/06/2016 - 

VALENCIA. Cada uno tiene un Mestalla. El mío es de gradas teñidas de negro, partidos nocturnos y vallas a ras de césped. De naranjazos al linier y a Milla, cuando venía con el único propósito de lanzar penaltis. Aquello era un Mestalla vivo y canalla y no esta tomadura de pelo de ahora. Ninguno hubo mejor que aquel de la 95/96, provocando tal éxtasis que entre el baile de sambito del Último Guerrero y la samba de Viola los patios de colegio, en lugar de un recreo, parecían un psiquiátrico infantil al aire libre.

De aquello ya hace 20 años, tantos que pertenece a otro deporte. Extrañamente, el Valencia que más cerca estuvo de ser campeó en mitad de aquella orgía Rogista no estaba formado por 'cracks', sino por jugadores que cuando tenían el balón en sus pies más de dos segundos caían al suelo de la impresión.

Zubizarreta no se estiraba, se desplomaba como un saco de patatas. Romero cada vez que intentaba dar un centro mataba a alguien situado en el sector 27. Que es un sector que está muy alto y muy lejos. Por allí andaba un tal Mendieta, que sobrepasaba rivales con el pelo alborotado y la camisa por fuera, como si escapara de la cama de una señora casada. Gálvez era ídolo. Pepe Gálvez, señores. Todos empujados por un centro del campo de colorido y músculo, con Engonga y Mazinho. Y un tal José Ignacio, que siempre era titular porque desgravaba.

Recordado en voz alta, aquello no era un equipo sino una banda de forajidos regentando unos recreativos. Con Poyatos tras el mostrador.

Venían del rebuig, o de los margenes de la sociedad, con la misión de hacernos soñar por primera vez en la vida. Tal vez su éxito se basara en eso, en la impresión que despertaban en sus rivales al verlos controlar un balón, tal, que petrificados, no mostraban oposición.

Pero dicen los expertos que, realmente, todo cambió gracias a Luis Aragonés. Un tipo que cuando conoció a Mijatovic fue a ponerse a un centímetro de su rostro y ladrarle: "Me han dicho que usted es el mejor del equipo, pero eso me lo va a tener que demostrar. Voy a pedirle más que a nadie. ¿Será capaz de dármelo?" Su segunda acción fue cambiarle la posición, de mediapunta a delantero, y así se hinchó a meter goles para irse al Real Madrid y entrarnos a todos ganas de matarlo.

Verdaderamente fue un milagro, ríete de Islandia, protagonizado por el Sabio de Hortaleza y un preparador físico con sobrepeso. De repente, aquellos empezaron a correr lo que no habían corrido en años, a morder como un sabueso de los Bolton y a vestir Valencia entera con sudaderas y chándales expedidos por Luanvi que todavía perduran construyendo una identidad generacional propia. "Está cagao, Gil está cagao. Lo conozco bien y lo sé, y está cagao", fue la arenga de Aragonés en sala de prensa horas antes de un Atlético-Valencia definido con un 2-3 y un billete en la mano para el título de liga.

De todo esto no se conoce mejor explicación que la de Zubizarreta en el vestuario de Balaídos, donde quedó el Valencia a un maletín al Albacete de ser campeón. El guardaredes se echó a reír vista la alineación en la pizarra: "Es increíble que con este equipo podamos ser campeones". Esa banda había crecido desde el rigor táctico, la solidaridad, y una buena dosis de fe insuflada por su entrenador.

Luego llegó la metáfora que mejor define la historia de este club. El 'hace falta algo más', transformado en Romario, Karpin, Marcelinho Carioca, Saïb y la chequera danzando sin ton ni son, dejando por resultado un equipo hundido en la tabla y un entrenador dimitido tras eliminar al Bayern al perder, víctimas del populismo, a gran parte de los hombres que hicieron posible su éxito.

Aquellos no vendían camisetas, ni generaban ilusión. Aterraban. Pero casi ganan una liga a golpe de honradez. Gloria eterna a los mitos del 96.

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