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análisis | la cantina

El río está lleno de energía

20/09/2024 - 

VALÈNCIA. He vuelto a correr medio en serio. Cuatro días a la semana. Mis articulaciones de señor mayor no permiten más. He vuelto a correr con cierta regularidad y, sobre todo, con algo de ciencia, la que aporta mi entrenador, Toni Montoya. Soy su peor corredor. El más viejo, el más gordo y el más lento. Pero incluso los viejos, los gordos y los lentos pueden mejorar. O superarse. Esa es una de las gracias de correr.

Es curioso. En cuanto la gente te ve varios días trotando por el río, van directos: “¿Qué estás preparando?”. Y en realidad, yo no preparo nada. Yo llevo corriendo 40 años porque me gusta correr. Aunque en el fondo sí que preparo algo. A medio y largo plazo. El primer objetivo es volver a rodar con cierta comodidad. Que cada salida no sea un sufrimiento. Bueno, y también hay algunos caprichos en el horizonte. Los primeros, quizá, sean la San Silvestre Vallecana y la Nocturna de San Antón. Diez kilómetros y algunas cuestas serias. Pero es un objetivo asequible.

El verano ha sido duro. En València, en julio y agosto, solo puedes correr de madrugada o casi de noche. A las 7 o a partir de las 20 o 20.30 horas. Yo, que llevo horarios europeos desde hace tiempo, elegí a las 7. Eso, para mí, por mis rutinas y mis manías, significaba levantarme a las seis de la mañana. A las siete había que estar en marcha porque a las ocho ya estaba el sol muy alto. A esa hora el problema era la humedad. Muchos días he regresado a casa chorreando y comprobando en el reloj que la humedad superaba el 80%. Una tortura.

Una vez más mi mayor éxito ha sido no rendirme. No se me pueden atribuir más méritos como corredor. Tampoco los necesito. A mí correr me aporta equilibrio, paz mental, meditación y, de paso, me vacía el tanque de la ansiedad. A las 7, sobre todo en los alrededores de l’Umbracle, te cruzabas con más jóvenes de vuelta que corredores de ida. He visto a chavales tambalearse, parejas enrollándose en un banco, muchos chicos con el torso al aire, como en un último y patético intento por lograr lo que no habían logrado en las siete horas previas.

No éramos muchos en julio y en agosto. Pero pasaron los meses centrales del verano y llegó septiembre. La vuelta al cole, al trabajo y a correr. El 1 de septiembre faltaban tres meses para el Maratón de Valencia Trinidad Alfonso Zurich. Se daba la salida de los tres meses de entrenamiento específico. Y, claro, el panorama cambió de arriba abajo. El río, de un día al otro, de agosto a septiembre, se llenó de corredores a todas horas. Al alba, por la mañana, por la tarde, al ocaso y por la noche. Siempre hay gente corriendo. Solitarios como yo y manadas numerosas.

Mucha gente no lo sabe, pero este fenómeno de los clubes de ‘running’, como a ellos les gusta llamarse, es algo que solo es tan abundante en València. Entre todos, los gregarios y los individualistas, forman una comunidad de corredores imponente. Hay pocas ciudades en España que reúnan a tal cantidad de deportistas en un mismo lugar. Es algo cursi decir que se siente la energía de tanta gente corriendo, de tanta gente preparando el medio maratón, el maratón y la propina de la 10K Valencia Ibercaja by Kiprun, distancias para todos los perfiles, pero se siente esa energía y te contagia. Y, de paso, pone en su sitio a tu ego incipiente que te pasen muchísimos corredores, hombre y mujeres, como aviones. Es lo que hay.

Hay muchas cosas que no me gustan de los ‘runners’ -creo que la primera de todas es su euforia desmadrada, que hablen siempre a gritos-, pero en cierto modo me hace feliz ver que, aun viejo y achacoso, me mantengo en movimiento. Ya lo dice Roberto Ferrandis, un viejo corredor de Correcaminos. “No hay que parar, Fernando. Si te paras, te mueres”.


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