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análisis | la cantina

Una tunecina, un halcón y 55.000 bolas en Wimbledon

8/07/2022 - 

VALÈNCIA. Casi todos los grandes tenistas hace tiempo que conocen a Rufus, uno de los personajes más pintorescos de Wimbledon. Rufus no es una persona. Rufus es el halcón encargado de disuadir a las palomas de acercarse a las pistas de tenis donde pelotean Rafa Nadal o Novak Djokovic. Esta rapaz, adiestrada por Wayne Davis -un hombre que a los once años ya tenía un cernícalo-, trabaja para este Grand Slam desde 1999, pero ya tiene quince años y se avecina su jubilación. Horacio, un halcón de tres años, será su sucesor.

No sé si Ons Jabeur, la fantástica tenista tunecina, sabe que su cabeza está a salvo gracias a Rufus, pero bastante tiene ya la número dos del tenis femenino con convertirse en una de las grandes deportistas del mundo árabe. Porque Jabeur es la primera de la historia en alcanzar una final de Grand Slam.

Lo primero que hizo Jabeur al derrotar a su adorada Tatjana Maria en las semifinales la retrata. La tunecina se abrazó a su amiga, saludaron al juez de silla y después cogió del brazo a Tatjana para llevarla hasta el centro de la cancha y que el público pudiera brindarle una gran ovación. Jabeur admira a su rival porque ha llegado a su punto más alto en el tenis después de haber sido madre en dos ocasiones.

La tenista de 27 años, número dos del mundo, está haciendo historia con un tenis imaginativo. Y a mí me recuerda a Hassiba Boulmerka, la mujer que en Barcelona 92 logró la primera medalla de oro olímpica para Argelia. Boulmerka, que también fue campeona del mundo, desafió a los fundamentalistas saliendo a correr a la pista en pantalón corto.

Cuando nació Jabeur, todo esto ya había pasado. Y a los tres años, ya en 1997, su madre, que era aficionada al tenis, la apuntó a este deporte. Luego, durante mucho tiempo, la estuvo llevando por todo el país para que fuera disputando torneos. Hasta que la pequeña de cuatro hermanos dejó Sousse con doce años, donde se crio, para mudarse a la capital, Túnez, para terminar de formarse como deportista en el Lycée Sportif El Menzah.

Antes, con seis años, la gente se reía de aquella niña que fantaseaba con ganar Roland Garros algún día. En 2011 se llevó el título júnior y ya nadie volvió a reírse de ella. Aún así no fue fácil la transición de la época júnior al circuito femenino. Le costó adaptarse y durante unos años esta mujer procedente de una familia humilde sufrió. Por eso, un momento clave de su carrera fue cuando, en 2017, recibió una subvención de 50.000 dólares del Fondo de Desarrollo del Grand Slam, una partida destinada a ayudar a doce jugadores para intentar ampliar el número de países representados en los cuatro grandes torneos del circuito. Eso le permitió centrarse en el tenis y ese mismo año ya avanzó varias rondas en París.

Una temporada después recibió la felicitación del entonces presidente de Túnez, Beji Caid Essebi. Y en 2019 fue condecorada con el premio a la Mujer Árabe del Año en la categoría de deportes. Porque Jabeur no era solo una chica escalando en el tenis; ella fue, en 2020, la primera árabe en llegar a unos cuartos de final de un Grand Slam (en Australia), y en 2021 se convirtió en el primer árabe, hombre o mujer, en entrar en el top-10 y la primera en ganar un torneo de la WTA, el Birmingham Classic.

Aunque su coronación ha llegado este año con su victoria en el torneo de Madrid y alcanzando la final de Wimbledon, un torneo donde cada año gastan 55.000 bolas. En solo dos semanas. Slazenger, el fabricante de las pelotas, es, de hecho, el patrocinador más antiguo, pues lleva sirviéndole el material desde hace 120 años. En aquel histórico enfrentamiento entre John Isner y Nicolas Mahut de 2010, once horas de lucha con con 183 juegos disputados, tuvieron que abrir 42 latas (126 bolas).

Jabeur es feliz haciendo historia para el mundo árabe, aunque intenta restarse protagonismo: “Bueno, cuando gano, represento al mundo árabe, y cuando pierdo, solo soy Ons Jabeur”. Pero ella es consciente de la importancia de sus éxitos en las niñas de su país. Como dice Billie Jean King: “Tienes que verlo para hacerlo realidad”. Así que la tunecina se ha convertido en un espejo en el que se miran las niñas que sueñan con ser algún día como ella. Aunque no solo influye a las chiquillas, también a los padres que empiezan a sentirse tan orgullosos de lo que hace la tunecina que animan a sus hijas a practicar deporte.

Esta semana, el marroquí Hicham Arazi habló con ella para hacerle un ruego: “Los árabes siempre perdemos en cuartos de final -él, en concreto, perdió cuatro veces en esa ronda en un Grand Slam- y ya estamos hartos. Por favor, acaba con esto”.

Jabeur viaja siempre con su entrenador, Issam Jellali, y con su marido, que es también su preparador físico, Karim Kamour, un antiguo esgrimista que lo dejó todo para trabajar con la que acabó siendo su esposa en 2015. Llevan bien esto de mezclar lo profesional con lo personal, aunque Ons, que odia hacer turismo, detesta que su marido la pinche para salir del hotel. “Estuve seis años yendo a Nueva York y nunca fui a ver nada. El primer año que vino él, ya me tocó ir a ver la Estatua de la Libertad”.

No es fácil borrarle la sonrisa, y menos en estas dos semanas triunfales, a esta jugadora que también es conocida como ‘Minister of Happiness’, la Ministra de la Felicidad. Una pionera en su país que es totalmente consciente de su trascendencia. “Para mí es importante inspirar a los mayores y a los niños, especialmente del mundo árabe, y conseguir que se rompan barreras”, escribió hace unos días en una columna para la página web de la BBC.

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