VALÈNCIA. Habrá algún momento en el que se imponga la autocrítica, digo yo. Y entonces comencemos a pensar qué está pasando de verdad, más allá de atracos arbitrales, con nocturnidad y alevosía y que no se resumen solo en un penalti, sino en una constante del juego, que llega desquiciarte cuando estás disputando los balones. Esto está claro y no podemos hacer nada de nada, porque este club ha perdido toda fuerza institucional y ya solo le sostiene la solvencia de su gran capitán, Ricardo Arias.
No hay que rascar mucho para ver que el efecto de euforia colectiva del comienzo de temporada se nos ha pasado ya, porque está bien eso de soñar un rato, darte el gusto de mirar para atrás, de abrir una pequeña grietecita entre tú y los equipos superiores a ti, etc. ¿A quién no le viene bien dejarse llevar por esos sueños de vez en cuando? Pero la realidad, esa notoria verdad que te salpica los ojos, te devuelve a tu lugar, sin compasión alguna y determina que eres más pequeño de lo que tú, hasta hace poco, creías que eras: vivimos el sueño de los equipos pequeños, tan efímero, tan etéreo, tan irreal. Nos cabe refugiarnos en las decisiones arbitrales contra los grandes (que si Casemiro debió ser expulsado, que si el penalti a Ansu Fati no lo es, que si esto, que si lo otro…) pero ese fatalismo solo nos sirve de excusa moral, de escudo ante la más clara realidad: no hay nivel para competir, en una liga como la española, contra los siete primeros de la clasificación durante todo un campeonato. Sí les puedes dar un toque en un partido, sí les puedes zarandear en una media parte, sí les puedes dar un susto en su casa y que luego se quede en un empate o en una derrota con un “casi” en los labios. Todo eso sí, pero aguantar el tirón de una temporada, eso ya no, porque tu once inicial es bueno, pero ni es infalible ni tiene relevos de garantías y es ahí donde poco puedes hacer. Por ejemplo, la baja de Alderete ha resultado determinante, no tanto por lo que pueda ofrecer el bravo central, sino porque su sustituto (el francés Diakhaby) no tiene ni una garantía, como lo demostró la fragilidad del primer gol blaugrana y la dejadez del tercero. Y como esas... todas.
Y cuando digo todas, quiero decir to-das, así, con sus dos sílabas: Marcos André ha costado una burrada y su aportación es casi nula o muy baja si atendemos a su coste, dentro de lo que son las posibilidades económicas del club. Luego tenemos a Helder Costa, que no se está enterando de nada. Y hablo de estos dos jugadores porque son los que deberían dar un salto de calidad en el equipo, de medio campo hacia adelante. Pero no lo damos, no hay salto que valga: todo queda reducido a la genialidad de un Guedes castigadísimo en todos los partidos y de un Maxi excesivamente intermitente. Y si seguimos para abajo, nos ponemos a rezar a la inspiración de Soler y a la tenacidad de Gayá. Y poco más, porque el equipo no sabe a qué más clavos agarrarse para tener un resquicio de esperanza a la hora de sacar los partidos.
Si lo vemos así, entiendo que el sueño se nos convierte en pesadilla cuando en el minuto 70 de cada partido nos da por creernos que somos lo que no somos, y lo hacemos porque nos pesan las piernas y ya no podemos sentirnos ligeros y livianos. Ya no estamos en ese vuelo que nos regala Morfeo al tocarnos y nos vamos sintiendo más y más pesados, casi barro y piedra, que cae y que no puede acabar de levantarse. El equipo se hunde en lo físico porque creo que mentalmente algo está fallando y se nos despiertan los demonios que tenemos dentro. Tampoco se está viendo nada desde el banquillo que logre cambiar, de momento, el rumbo de un partido, pero no por culpa del técnico, ni mucho menos, sino porque no hay ni un solo argumento a su espalda que le permita cambiar la dinámica de un encuentro. Nadie es resolutivo y cada cambio significa un empobrecimiento de lo que tenías. Esto es así, y ya está: hay que darse ya cuenta.
Llegados a este punto, cabe que, de una vez, despertemos de esto: no es lo mismo entrenar al Gefate que al Valencia, porque a los jugadores del equipo azulón se les paga con fichas medio-bajas y tienen hambre de tocar su particular gloria, económica y futbolística; en cambio, en el Valencia CF, ese hidalgo quijotesco, que todavía piensa que es un caballero andante de los de antes, los jugadores ya han alcanzado un primer objetivo (una buena ficha) y a partir de ahí, sus ambiciones profesionales pueden o no pueden resignarse o mitigarse. Su sueño no era jugar en el Valencia CF, en su gran mayoría, sino ganar dinero jugando al fútbol y esto es muy lícito y no se les puede poner ni una sola coma. Pero también te digo: no creo que su particular sueño (y lo digo por los criados en esta casa) fuera estar en la plantilla del primer equipo valencianista que hoy tenemos, sino en el que teníamos, en aquel Valencia CF que sí era grande, con los ojos abiertos.
Esto es solo un triste apéndice de toda una dinámica de desaciertos que nos ha llevado a esta horrible caverna, atrapado por grilletes en muñecas y tobillos por un tal Lim y sus guardianes feroces y hambrientos (parece mentira, con lo que reponen), igual que ese Segismundo que retrató el gran Pedro Calderón de la Barca en 'La vida es sueño'. Y yo me pregunto… ¿quién nos convenció de que Meriton era la salvación de aquella pesadilla de los Soler y compañía? ¿Quién nos vendió de esta manera tan terrible? ¿Quién propició que no tengamos manera alguna de volver a soñar o, mejor aún, de despertarnos y no estar atado a una asquerosa pared, llena de moho? No sabéis cómo quisiera cerrar un momento los ojos, respirar, volver a entrar a Mestalla y no ver a toda esta gente allí, como si hubiese sido un mal sueño, solo eso.