La final de Málaga

VALÈNCIA. La preocupación se ha instalado en el levantinismo tras el último 0-0 en Orriols. De forma generalizada. Mucha gente dice ahora que firmaría la promoción, pero la promoción es una lotería que el Llevant no puede ni debe permitirse. El pesimismo tras el empate ante el Albacete se debe a varios motivos: el baño recibido en la primera parte, cuando jugaban once contra once y el Llevant pudo poco más que contemporizar y lanzar algunas contras; la incapacidad para generar peligro durante media parte con un futbolista más, por la incomprensible segunda amarilla a Meikel (retirada por el Comité de Competición). Peligro real, queremos decir: córners, faltas y acercamientos no lo son. Aunque el rival tuvo un punto de fortuna no es menos cierto que también creó alguna ocasión; la falta de gol en nuestros hombres de arriba (con Wesley que parece cada vez más lejos de estrenar su casillero); y la grave lesión de Pablo, la sensación de la temporada.

Tampoco ha contribuido al optimismo la invasión perpetrada en Orriols por la afición manchega. Una parte de la hinchada levantina vivió situaciones incómodas –un amable eufemismo en algunos casos, por lo que hemos sabido– y criticó al club por no preveer la situación y proteger a los suyos. Lo cierto es que unas mil personas llegaron desde Albacete y ocuparon la grada visitante y la zona anexa de forma bastante controlada, pero el resto del estadio estaba salpicado con otros 2.000 albacetistas, de entre los muchos que viven en València. El Albacete va como un tiro, hay dos horas de carretera, Orriols es una bombonera fantástica para ver el fútbol y València, una ciudad atractiva, más aún en primavera. La situación era obvia y previsible. Hubo incidentes pero también, mayoritariamente, un ambiente atractivo con aire de final por el ascenso. Orriols respondió de una forma espectacular, por cierto.

De todas formas, recordemos la perogrullada: el fútbol no sólo es fútbol, y menos aún en la actual situación, con una pugna abierta y competidísima por las plazas de ascenso directo. Cualquier detalle suma. El club debe ser consciente y involucrarse en la guerra de guerrillas que debe ser Orriols en los cinco encuentros que quedan en casa e implicarse a muerte para propiciar un ambiente infernal para el rival e incentivar también desplazamientos masivos, gestionando el máximo de entradas y colaborando en los gastos. Quedan en casa Zaragoza, Mirandés, Alavés, Eivissa y Oviedo; y seis fuera: Málaga, Racing, Eibar, Las Palmas, Tenerife y Vila-real B.

Hace tres jornadas planteábamos la necesidad de conseguir once victorias de catorce enfrentamientos para garantizar el ascenso directo. Para cumplirlo ahora habría que ganar diez de las once finales que restan, tres de ellas ni más ni menos que frente a Eibar, Alavés y Las Palmas. La sensación, sin duda, es que no se han hecho los deberes del todo durante el curso y se llega a este punto con una exigencia máxima, pero es que no hay otra que intentarlo a muerte. Y para ello hay que marcarse objetivos a corto plazo, como ganar sí o sí los próximos tres partidos (Málaga, Racing, Zaragoza) y a partir de ahí abordar en una posición óptima las cuatro siguientes jornadas, en las que estaría en juego el ascenso directo con rivales también directos: Eibar, (Mirandés), Las Palmas y Alavés. El final de Liga ya vuelve a dar una tregua para rematar la faena, si las cosas se han hecho bien.

Hay que ponerse el mono de faena, dar un paso adelante en todos los estamentos del levantinismo y agudizar el ingenio para ofrecer las máximas prestaciones, pese a las limitaciones. Los demás también las tienen. Málaga es una plaza decisiva y el partido más importante del curso. Es imprescindible la victoria para instalar las buenas sensaciones y el optimismo con que iniciar una recta final exitosa. Huesca fue el último tropezón. En el punto en que estamos ya no es posible ningún otro. Hay que sumar 30 puntos. Hay que hacerlo todo bien. En la grada, en las oficinas y sobre todo en el césped.