VALÈNCIA. “Me siento respaldado por mi trabajo, creo que el equipo ha mejorado mucho desde mi llegada”, manifestaba Javier Pereira después del enésimo despropósito en el Benito Villamarín. ¿De verdad? ¿Hasta cuándo? Esto es un cachondeo. Un sinsentido. Con cada decisión, y una oratoria plagada de excusas y poco ambiciosa, evidencia que no está por la causa del Levante. No me representa. Siento que él va por un lado, evitando salir lo menos escaldado posible de este circo, con un discurso imposible de compartir y que persigue minimizar, sin solventar con soluciones, la desesperante realidad que inunda Orriols; intentando defender lo indefendible, sin un mínimo ejercicio de autocrítica y con la osadía de personalizar errores cada vez que puede para evadirse de responsabilidades. No sabe por dónde va ni tampoco canalizar y comprender cuando se le aprieta públicamente con razón. Un disparo al pie constante en un panorama que le va gigantesco. Pero no ahora tras la decimoquinta jornada sin ganar (y 23 de acumulado, a una del récord histórico del Sporting entre 1997 y 1998). Esto viene de atrás. “No es una apuesta de riesgo sino de seguridad”, se ‘autopiropeaba’ en su bienvenida. ¿Seguridad de qué? Con él, el Levante ha sumado tres puntos en siete partidos. Con Paco López fueron cuatro en ocho encuentros. Y hay muchos datos negativos más.
Javi Pereira es un peón más de una partida de ajedrez que va camino del ‘jaque mate’. El único argumento que le sostiene en el banquillo es que detrás se tendría que ir la dirección deportiva (con el importante desembolso que supondría) que apostó por él y que, con ello, Quico Catalán se acabaría quedando sin escudos. La responsabilidad de que no se tome una decisión todavía es de un Consejo de Administración agobiado además por unas cuentas que dan terror con, entre otros socavones, la pérdida de un 72% del patrimonio. El Levante amenaza con descomponerse y esta desafección acumulada, sin que nadie la enmiende, está haciendo cada vez más mella y echando por tierra todo lo conseguido en la última década. Un boquete profundísimo en todos los sentidos. En lo social está apartando a una afición asqueada ante tantos disgustos y sin la esperanza de una solución inmediata que evite caer a los infiernos de Segunda División. Porque los seguidores son los que permanecerán, los que sienten el escudo más que nadie, por encima de directivos, direcciones deportivas, entrenadores, jugadores y categorías.
El despropósito es mayúsculo y hay que tomar decisiones drásticas para empezar a escapar del precipicio de inmediato y con Pereira va a ser imposible. Cada minuto sin un cambio en la estructura deportiva es quemarse todavía más y estar virtualmente descendido antes de acabar el año. Si después de estos números, y la ausencia de señales de reacción y mejoría, no está sobre la mesa el futuro del míster extremeño es de cerrar la paraeta y pensar en un Levante de Segunda con la obligación de subir sí o sí. Y temporadas tan dictatoriales como la del ascenso con Muñiz no se consiguen todas las veces. No debería sentarse ni el jueves en la Copa del Rey en Melilla y ya no quiero ni pensar en que acabe llegando al encuentro del domingo en casa contra Osasuna y en un Ciutat que está hasta las narices y con el depósito de la paciencia agotado.
Son tantas cosas las que no se sostienen… y no solamente lo de que “el equipo ha mejorado mucho desde mi llegada”. Simplemente hablando del último encuentro en el Villamarín, si el Betis acabó remontando porque metió “una marcha más”… ¿dónde ha quedado esa espectacular mini-pretemporada en el Parador de El Saler en la que el equipo sufrió la exigencia física del cuerpo técnico de Pereira y se iba a convertir en un ejercito ruso? La milonga física que tanto se le reprochaba a los hombres de Paco. Tampoco entiendo la incoherencia de la ubicación de Bardhi en el terreno de juego, a quien iba a alejar de la banda y está acabando ahí los partidos, o la gestión de los cambios, otra cantinela que se le echaba en cara al técnico de Silla. En Sevilla, solamente un relevo y los que tengan mínimas nociones de fútbol saben que jamás se debe hacer en un córner en contra. Lo que pasó después, ya lo sabemos todos. Además de que rompió al equipo como estructura. Lo de que no se hiciera ninguno más, ante la mirada de los tres de turno que calentaban esperando una oportunidad que no llegó, cuando el equipo estaba muerto con el segundo gol de Juanmi, también es para hacérselo mirar. La gestión de las sustituciones en la ‘era Pereira’ está repleta de borrones. Por no entrar de nuevo en el ‘caso Pepelu’ y su injustificable ostracismo tanto por lo que aporta en el verde como por la escasez de referentes con los que identificarse.
Hablaba Mustafi de “tener más personalidad”. Es llamativo que sea el central alemán lo más parecido a ese líder que cualquier equipo necesita cuando está en una situación tan agónica. Fue el que más gritos de ánimo profirió al equipo, el que sostuvo junto a Cárdenas hasta que el aluvión del Betis (ayudado por la endeblez granota) se refrendó con los tres tantos. O por lo menos fue al que más enfocaban. Su testarazo (un golazo) se quedó en nada después del mazazo que fue el primer gol de Juanmi. El malagueño remató absolutamente solo ante la mirada de cinco jugadores, más un sexto que tapaba la portería. Era el 1-1 y el desenlace, como sucedió en Vitoria también tras adelantarse en el marcador (aquella vez en las botas de De Frutos), ya lo veíamos venir.
Los resultados son el fruto del trabajo y el respaldo se resquebraja cuando no llegan. Esto es la historia interminable. Un suplicio que solamente se empezará a solventar si se asume el error y se corrige, aunque suponga llevarse por delante a la última protección que le queda a Quico Catalán y que las miradas vayan más que nunca al palco, señalados por una gestión económica que no debería quedar eclipsada por el desastre deportivo. Ni Pereira era la solución ni tampoco Paco López era el problema. La opción de Alessio Lisci ahí está. El debate es si es este su momento. Si hay que darle esta papeleta, este ‘marrón’, al prometedor técnico del filial o si se incorpora a un entrenador con más experiencia, esa que por supuesto tampoco tenía el actual. “Se puso su nombre sobre la mesa y no hubo otro más. Solo ese. Así fue y llegamos al acuerdo”, manifestaba Quico Catalán el 15 de octubre en la presentación tras solventarse el entuerto de China. Maldita hemeroteca cuando la realidad muestra lo que muchísimos temíamos.