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opinión politizada / OPINIÓN

No va a quedar ni el escudo

26/04/2023 - 

VALÈNCIA. Ayer un aficionado valencianista (@Garbellar) estuvo ágil con su teléfono móvil para capturar un par de fotos furtivas mientras varios operarios se afanaban en culminar, lo antes posible, unos trabajos de reparación nada sencillos. Así, sus instantáneas en redes sociales mostrando el escudo que remata la fachada principal de Mestalla colgando de una grúa cual jamón de bellota, y posteriormente ‘tirado’ a los pies del palco de autoridades, nos regalaron un terreno fértil para la reflexión en estos tiempos de caos y destrucción patrocinados por Peter Lim.

Porque en Valencia somos así: nos gustan las metáforas bien mascaditas.

Obviamente la explicación oficial es mucho más estándar y aburrida: el escudo que coronaba Mestalla tenía su sistema de iluminación estropeado desde hace días, y el club quiso arreglar antes del próximo partido ante el Valladolid uno de los escasos elementos que –junto a las letras del coliseo- resaltan cada noche en la Avenida de Suecia cuando los focos del terreno de juego se apagan. Algo no sólo necesario, sino obligatorio a pocas semanas de que el recinto cumpla un centenario tan cacareado a principio de temporada como olvidado con el paso de los meses, ante la decadencia lenta pero inexorable del equipo en el plano deportivo y con los aficionados más pendientes de salvar la categoría que de festejar los cien años de su casa. 

El Camp de Mestalla no está precisamente engalanado (aún) para la ocasión; de hecho, este año hemos vivido –y, en el caso del equipo de ‘El Matx’ de 99.9 Plaza Radio, sufrido en nuestras carnes- el progresivo deterioro del estadio en diferentes áreas como su pintura, mantenimiento, limpieza, etc. Desconozco si hay que achacarle la responsabilidad a alguien en concreto, pero lo importante es que se ha tomado nota y parece que, poco a poco, esos detalles van a ir cuidándose algo más de cara a ese 20 de mayo de 2023.

Ah sí, la metáfora. Tan sutil como un martillazo en los cataplines. En realidad poco de metafórico tiene ver el escudo del club descansando a los pies de la zona noble de Mestalla, esa que en octubre de 2014 bullía de actividad con los aplausos, fotos y gritos de jolgorio de miles de aficionados engañados dando su particular ‘welcome’ a un engañador traído por otro engañador. Es el Valencia Club de Fútbol resignado a un final inevitable. Es el símbolo de 104 años de historia a merced de un señor para que lo pisotee cuando le plazca. Es el desguace indiscriminado representado en una instantánea, la de un club desmontado por dentro por su propietario –que no dueño, nunca lo será- y vuelto a montar cada temporada con peores piezas, peor colocadas y con menos ganas.

“No va a quedar ni el escudo”, clamaban ayer quienes también unieron los puntos mentalmente entre imagen y significado. Ciertamente, así será si Peter Lim dispone del tiempo y paciencia necesarios para seguir desarmando el club desde su núcleo cada temporada, haciéndolo menos profesional, menos valenciano y menos valencianista año tras año. La pregunta que debemos hacernos es si la masa social permitirá semejante ignominia con su parsimonia, o si optará por la lucha sin cuartel a pesar de jugar esta partida con las cartas marcadas.

A tenor de lo visto en Elche, no pinta a que el aficionado de a pie vaya a resignarse a una muerte lenta y agónica sin plantar batalla. Sólo hay que ver, en televisiones valientes a nivel nacional o en medios de comunicación libres como Plaza Deportiva –qué buena eres, Carla Cortés-, las impresionantes imágenes de los casi 7.000 desplazados a tierras ilicitanas protestando de manera unánime contra Peter Lim. 

No envidio la ardua labor de esos abnegados empleados del club que, obligados por esa guillotina permanente que todo el ‘staff’ de la SAD tiene sobre sus cabezas si se salen un milímetro de la dictatorial línea oficial marcada desde Singapur, han tenido que hacer cabriolas en la edición de vídeos y material gráfico del Martínez Valero para omitir todas y cada una de las pancartas amarillas mandando al sátrapa singapurés a su casa. Un trabajo de orfebrería que, en otras circunstancias, me causaría admiración por la habilidad demostrada. Ahora, sin embargo, me produce una tristeza infinita.

Se ha dicho y escrito ya todo sobre lo que esta afición está regalándole a su equipo esta temporada en todos los desplazamientos ligueros, especialmente en este tramo final de campeonato cuando el fuego de Segunda quema de lo lindo y con caras muy, muy jóvenes entre los que recorren kilómetros por su Valencia. No dejo de flipar con las imágenes del domingo por la mañana, cuando el penúltimo de LaLiga visitaba el campo del colista y hordas de seguidores les alentaban a su llegada. Más de un futbolista se emocionó con ese recibimiento, conscientes de la nefasta temporada que están protagonizando sobre el césped y del inquebrantable apoyo que reciben a cambio. El Pipo Barraca sabía lo que decía cuando recalcó horas antes que sólo la afición está a la altura de lo que es este club.

Ya lo decía el cántico de la antigua Curva Nord: “Jamás, jamás, te dejara esta hinchada, en las buenas y en las malas, nunca deja de animar”.

Porque, en situaciones tan desesperadas como las que vive el Valencia este año, el escudo deja de ser un objeto físico que reparar o un tejido textil pegado a la camiseta que algún jugador se besa mucho cuando quiere hacerse el tribunero. El escudo pasa a ser ellos. Los siete mil de Elche. Los cuarenta mil de Mestalla cada partido. O los centenares que se chuparán veinte horas de autobús para ir a Cádiz a dejarse la voz y la garganta. El escudo es amparo, defensa, protección: la última oportunidad que el valencianismo posee ante un propietario que ha resultado ser el peor enemigo de su historia.

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