VALÈNCIA. Tenía 23 años, lucía melena y era un esqueleto andante. Aquel año, en 1993, me había presentado en la redacción de la 97.7, había pedido hablar con el jefe de deportes, Juanma Doménech, y le había pedido trabajo. Mi currículo fue un apretón de manos y una explicación, trabándome por los nervios y la vergüenza, sobre cuánto sabía de deportes y cuánto me gustaban. A Juanma debí darle lástima, pero creo que le simpatizó que me gustara tanto el baloncesto. Me dijo que me tenía en cuenta y que ya me llamaría.
Días después me llamó, en efecto, y su encargo me dejó helado. Me preguntó si quería acompañar a Javi Pérez Sala en la retransmisión de la final de la Copa de Europa femenina de baloncesto. Me temblaron las piernas, pero dije que sí, claro: tenía 23 años y a esa edad no conocía el miedo. Jamás olvidaré aquella tarde en un pabellón Plà de l’Arc atiborrado de público para animar al Dorna Godella, que ya se había proclamado campeón el año anterior, en 1992, contra el Como italiano. Ese día me convertí en el comentarista más silencioso de la historia de la radio. No debí intervenir, por pura vergüenza, más de diez veces. Javi Pérez Sala narraba sin parar y de vez en cuando me miraba de reojo. Imagino que pensaría: ¿Qué demonios hace el pollo este a mi lado si no abre la boca? Pero fui feliz a mi manera.
Era la primera vez que estaba tan cerca de un gran evento deportivo. Mi primer gran encargo periodístico. Luego vinieron muchos más y aunque los años trajeron más miedos y más incertezas, estoy orgulloso de no haber perdido la pasión por el juego. Este viernes, 32 años después de aquella tarde en Llíria, estaré en Zaragoza para vivir otra fase final de la Copa de Europa, que ahora se llama Euroliga. Por el camino han perdido el empleo decenas de periodistas y la profesión es una piltrafa, pero conservamos la ilusión. Esta final de la Copa de Europa será la primera del Valencia Basket y, aunque creo que el equipo no llega en plenitud, me apetece mucho disfrutar de la experiencia en el Felipe. Ahora tengo 55 años, el pelo blanco y me sobra el flotador.
Pero ahí estamos: listos para revisión. El Valencia Basket ha llegado esta temporada hasta donde no ha llegado otro equipo español. Va a ser su primera Final 6. Y eso significa que es un momento histórico para el deporte valenciano. El equipo de Rubén Burgos se coloca en la línea de sucesión detrás de aquel Dorna Godella de Miki Vukovic, campeón en 1992 y 1993, y el Ros Casares de Roberto Íñiguez, vencedor en 2012. El Dorna llegó cuatro veces a la Final 4, las mismas que el Ros Casares. Ahora empieza la cuenta del Valencia Basket, y no es una utopía pensar en otras cuatro. La duda, la gran duda viendo el presupuesto del Fenerbahce, es si alguna vez llegará a ser campeón. Yo creo que sí.
Pero me da la sensación de que en los 90 tenían mucha más repercusión los éxitos del deporte valenciano que se producían más allá del fútbol. Creo que las finales del Dorna en baloncesto, de El Osito L’Eliana o el Ferrobús Mislata en balonmano, o del Valencia Terra i Mar en atletismo, ocupaban mucho espacio y calaban en la sociedad valenciana. Este éxito rotundo del baloncesto, me temo que está pasando de puntillas.
Ayer volví a ver aquella final del 93. La dio Televisión Española. Me llovieron los recuerdos con aquel equipo de Vukovic, con Ana Belén Álvaro, Anna Junyer, Wonny Geuer -ahora, la madre de los hermanos Willy y Juancho Hernangómez-, Natalia Zasoulskaya y Katrina McClain. Un quinteto en el que apenas había rotaciones. Y vi a una niña llamada Amaya Valdemoro sentada en el banquillo con una toalla sobre los hombros. Y aquel partido tan tenso frente al Como que acabó con una prórroga y el pabellón puesto en pie para celebrar la segunda Copa de Europa de la historia para un club español. Me sorprendió ver la juventud de los periodistas y fotógrafos que rodeaban la piña que formaron las jugadoras. Allí estaba, también con cara de niño y el pelo muy negro, Miguel Ángel Polo, un fotógrafo que sigue haciéndole fotos, 32 años después, a las chicas del baloncesto valenciano.
La cita es excepcional. Rubén Burgos tiene un equipo muy mermado pero con unas jugadoras de mucha calidad. Hay mujeres con un talento descomunal, como Leti Romero, Leo Fiebich o Raquel Carrera. Al frente de todas, ‘Mrs. Euroliga’, Alba Torrens, campeona en seis ocasiones. No falta talento en el rival, el Çukurova turco, con una plantilla trufada de grandes figuras del baloncesto.
Zaragoza está muy cerca de Valencia y, la verdad, este viernes es un día para coger el coche y lanzarse a vivir en la grada un partido histórico. Antes hay tiempo para comer algo en Los Cabezudos o el Fuelle, y para tomarse un pelotazo en el Gregory’s o atreverse con un cóctel en el Moolight. Y si gana el Valencia, por qué no lanzarse a celebrarlo en el Tubo.
Cuatrocientos aficionados no fallarán. Pero podrían ser más. La cita lo merece.