VALÈNCIA. Sucedió hace ya muchos años. Yo era director de una cabecera que se abría paso en el mercado en base al trabajo duro y a la imaginación y todos los días procurábamos ser una especie de semáforo para todo aquel que se esforzara por irrumpir en el mundo del deporte con la matrícula valenciana marcando sus pasos.
Y de pronto sucedió. Con esas premisas laborales vino a saludarme al diario un tipo al que pillé un cariño enorme. Venía acompañado de un 'xiquet' con cara de querer comerse el mundo y al que yo -ni nadie- conocía de nada. Abrí la puerta de mi despacho y les invité a pasar. Y les cuento lo que sucedió.
No recuerdo las palabras exactas de Adrián, un tipo con un pasado familiar importante y un amor por el mundo del motor todavía más importante, pero más o menos me vino a decir que ese chavalín que le acompañaba era un crack, un fichaje del que se sentía orgulloso y me dijo que descarado que él iba a marcar una huella en el mundo del motor.
Mientras hablaba Adrián, siempre sonriendo y con cara de cómplice en todo, yo miraba a ese chavalín que no decía nada pero que sonreía al oír hablar a su jefe con cara de que iba a hacer todo lo posible para que este, digo de Adrián, se sintiera orgulloso de su carrera. Nos hicimos fotos, dimos una vuelta por todo el diario y nos dimos la mano sonriendo y deseándonos suerte los dos. Él a mí me la deseo en el mundo del periodismo. Y yo a él en el mundo del motor... algo que no era un descubrimiento por mi parte. Al chavalín ese le di la mano y le deseé suerte. Él apenas me contestó, bastó con una sonrisa para decirnos adiós.
Yo ahora pasó muchas horas en casa de mi hijo mayor recuperándome de la pierna y pese a eso procuro estar siempre bien informado de todo lo que dice y publica Plaza Deportiva. Por eso ayer se me puso una cara de pena terrible al leer que don Adrián había fallecido y, de alguna forma, nuestro guía en el mundo del motor nos había dejado para siempre. La pena fue enorme y mi pequeño homenaje merecido. Solo me queda quedarme con rostro tristón, recordarle a él y a ese chavalín que me presentó, y de paso decirle adiós con todo el cariño del mundo recordando como descubrió a ese chavalín asturiano al que le enseñó todo y al que luego observó como campeón de todo en la Fórmula Uno.
Y la verdad es que ayer me quedé triste. Adrián era muy joven para dejarnos y la pena de los que le conocimos es inmensa. Se ha ido un tipo con un sentido del humor especial y con un ojo clínico para el mundo del motor todavía más especial. Leo en las redes despedidas de todo tipo, pero me quedo con el adiós que le manda el director de nuestro circuito y de alguna forma me sigo acordando de un montón de anécdotas con Adrián que me hacen ponerme triste y de alguna forma también ofrecerme a su familia para todo.
Y por cierto, y a modo de despedida, hoy paso de escribir del Valencia y del marrón en el que vive tristemente instalado. El Valencia actual, comparado con el adiós a Adrián, no tiene el más mínimo sentido. Se ha ido un grande. Los amantes del fútbol nos quedamos con un ser medio vivo descorazonados.