VALÈNCIA. En la oscarizada “Moneyball”, uno de los momentos cumbre de la película surge cuando Billy Bean, manager general de los Athletics se encierra en una sala con sus colaboradores para intentar reconstruir un equipo al que otros clubes más potentes les han quitado sus mejores jugadores. Allí les explica, exactamente, qué problema tienen: “Nos han desguazado. Somos donantes de órganos para otros equipos. Boston nos quitó los riñones, los Yanquis el corazón y vosotros estáis ahí hablando del físico de nuevos jugadores como si vendiéramos calzoncillos. Somos el último cachorro en llegar a la teta y ¿sabéis que le pasa al último renacuajo de la camada? Se muere”.
Al contrario que le sucedía al equipo de Bean, interpretado por Brad Pitt, al Valencia CF no le han desguazado los equipos ricos para quitarle sus mejores jugadores, sino que ha pasado algo extraordinario. Ha sido el máximo accionista del club, por su propia voluntad, el que ha decidido regalar sus mejores activos, convirtiéndose en un donante voluntario de órganos. El Villarreal se llevó su cerebro y su corazón, el Atleti sus pulmones, el City su hígado y el Leeds sus riñones. De tal guisa que del VCF que conocíamos, de aquel Campeón de Copa que armó la ‘doble M’ – Mateu y Marcelino-, ya no quedan ni las raspas.
Desprovisto de sus órganos vitales y sin ganas de hacer algún trasplante de urgencia para que el enfermo pudiera mejorar, el equipo se ha lanzado al ruedo siendo consciente de una serie de limitaciones considerables: Tiene menos calidad, menos categoría, menos experiencia, menos liderazgo y menos autoestima que el curso pasado. Habrá quien quiera mirar para otro lado y exigir a los que siguen en la plantilla justo lo mismo que le pedían a los jugadores de antes. Craso error. Quien da lo que tiene no está obligado a más y tanto la plantilla actual como su entrenador están intentando competir lo mejor posible con los recursos humanos y la fuerza de que disponen. Y lo que hay es lo que hay. Entrar en Europa sería casi milagroso, acabar entre los diez primeros sería lo normal y con un grupo tan inexperto y un club que sale a incendio diario, a nadie le extrañaría que el asunto se complicase y hubiera que luchar por la permanencia.
Transcurrido casi el primer tercio de la temporada, aunque Meriton Holdings se empeñe en decir que por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas, la clasificación no engaña: el Valencia CF está sólo dos puntos por encima de la zona de descenso. Y es así, entre otras cosas, porque por más voluntad, profesionalidad y entrega que le pongan estos futbolistas y su entrenador, al Valencia le da para lo que le da. El equipo está cogido con pinzas. Va sobrado de entusiasmo, pero es inexperto. Tiene piernas, pero falta talento. Tiene una portería que genera dudas, una defensa que no da el nivel exigible para un club que pretende clasificarse para competición europea, un centro del campo donde se necesitan un par de especialistas competentes como el comer y una delantera que falla más que una escopeta de feria.
¿Qué se le puede exigir a este Valencia CF? Pues después de regalar jugadores y convertirse, cortesía Meriton, en donante de órganos de sus competidores, sólo se le puede pedir lo que, guste más o menos, sí se está viendo. Que los jugadores quieran, que los futbolistas corran, que el equipo mantenga el tipo y que el entrenador siga intentando – no siempre consiguiendo, claro-, esconder los defectos del equipo (muchos) y potenciar sus virtudes (pocas).
Al equipo se le puede pedir lo que está dando: honestidad en su esfuerzo. Y al entrenador se le podrá pedir cuando alguien decida, aunque sea de manera mínima, concederle un par de herramientas para que el equipo crezca. El objetivo, por más que duela escribirlo y contarlo, pasa por conseguir, cuanto antes, los 42 puntos famosos para dejar al equipo en Primera. Vender otra cosa, ahora mismo, es como intentar venderle un frigorífico a los esquimales.
Mientras el valencianismo se une para liberarse de Meriton y muchos tienen la fundada esperanza de que pronto aparezcan brotes verdes, al Valencia CF hay que pedirle lo que puede dar: que cada domingo deje todo en el campo, que los chicos lo hagan lo mejor que puedan y que, a falta de calidad, la llama del entusiasmo siga viva. Pedirle a este Valencia que esté en competición europea es hacerse trampas al solitario. Vende periódicos y da retuits, pero es una mentira como la copa de un pino y tres abetos. Humilde consejo: partido a partido.