VALÈNCIA. “Si España fuera un dónut, Madrid no existiría”, cantaban hace 17 años los Mártires del Compás, un grupo que, gracias a sus letras desenfadadas y cargadas de ironía, revolucionó la música flamenca para hacerla más accesible al gran público. No hay constancia de que Luis Enrique, seleccionador nacional, sea un gran admirador del grupo comandado por Chico Ocaña, pero es cierto que el técnico asturiano, un personaje que nunca deja indiferente a nadie, elaboró un equipo para competir en la Eurocopa basándose en la teoría del dónut que desarrolló con sorna el grupo gaditano. Luis Enrique, que fue jugador del Real Madrid durante cinco temporadas, llevó a la máxima competición continental un grupo sin futbolistas del todopoderoso conjunto madrileño.
Durante muchos años, la selección española fue una extensión nacionalista y patriótica del Real Madrid. Los medios de comunicación capitalinos presionaban para que cualquier jugador de la plantilla del club blanco formara parte del combinado nacional, independientemente de que en otros equipos hubieran mejores alternativas, e incluso alimentaban polémicas por la poca presencia de futbolistas del Madrid en las convocatorias. En los 70, por ejemplo, la prensa dio la turra hasta la extenuación con Manolo Velázquez, futbolista fino y poco sacrificado que no era del gusto de Kubala, técnico del equipo español en aquellos años. Lo mismo ocurrió en las décadas siguientes con otros jugadores que, en opinión de los medios, tenían más derecho a defender la camiseta roja por el simple hecho de jugar en el Madrid.
El delirio era tal que, para la prensa española, España era favorita en todos los torneos internacionales en los que participaba gracias a un simple silogismo: si el Madrid era uno de los equipos punteros de Europa y la selección estaba plagada de madridistas, España tenía que ser uno de los mejores equipos del continente. Los batacazos de los sucesivos equipos nacionales fueron espectaculares. Con la excepción de la Eurocopa de 1984 (curiosamente con un equipo basado en la Real Sociedad), España fue, como mucho, un actor secundario en los torneos de selecciones entre 1964 y 2008. Además, esta perversa lógica provocó un desapego hacia el equipo nacional por parte de muchos aficionados que no son madridistas, aficionados a los que les era muy difícil identificarse con un conjunto formado por futbolistas del equipo que detestaba.
El primer entrenador que aplicó la teoría del dónut fue Luis Aragonés cuando, después de dos años de insoportable acoso para que no prescindiera de Raúl González, símbolo del madridismo, decidió dejar de convocarloy basar su equipo en los jugadores del Barcelona y el Valencia. El resultado es de sobras conocido y la apuesta del Sabio de Hortaleza abrió la mejor época de la historia del seleccionado español, rematada por un Vicente del Bosque que siguió sus pasos.
Luis Enrique ha ido más allá al dejar, por primera vez en 70 años de historia, el equipo nacional libre de madridistas. De nuevo, el órdago ha salido bien porque el empeño del asturiano en formar un equipo a su gusto y con la mentalidad que inculcó a sus jugadores ha devuelto a España a la élite del fútbol mundial. Lo ha hecho, además, con un grupo joven, atrevido y comprometido, que ha ido enganchando poco a poco a una afición que parecía resignada a pensar que los días de gloria formaban parte del pasado. Se puede discutir si España tiene un portero de garantías y un delantero centro determinante, pero la teoría del dónut ha vuelto a funcionar y tiene pinta de que ha regresado para quedarse, al menos en esta generación.