Hace poco más de dos años, la pata de palo de Piccini, esa pierna izquierda que solo le servía para apoyarse y ser el lienzo de algún tatuaje, nos salvó del tedio. Fue en una mañana invernal, cuando los partidos se jugaban con público en las gradas, cuando Meriton parecía apostar por un Valencia competitivo y candidato a ganar algo. El equipo estaba sumido en una especie de melancolía, un estado vegetativo que le hacía empatar sin remisión partido tras partido, erraba por la zona intrascendente de la clasificación y las expectativas generadas por el Centenario se esfumaban con la llegada de la Navidad. Entonces apareció Piccini y, con su pata de palo, rescató al Valencia de la vulgaridad con un disparo que perforó la portería del Huesca en el último minuto del último partido del año. Nada fue igual desde entonces. El Valencia remontó en la Liga hasta alcanzar la cuarta plaza y ganó la Copa del Rey. La magia del superhéroe de la pata de palo obró el milagro.
Escribí entonces sobre aquella epifanía en estas mismas páginas. Era un texto eufórico, diría que desmedido, inflado por el entusiasmo de descubrir cuál había sido el punto de inflexión de aquel equipo, el Montjuïc de Marcelino, en el que reclamaba un reconocimiento público para la pierna inservible del lateral italiano.
Pero la memoria en el fútbol es corta y pronto nos olvidamos del hombre que encendió la mecha de la traca de alegría que estalló la temporada del Centenario. Al comienzo de esta temporada, en plena liquidación por derribo de la plantilla que había tocado la gloria, Meriton decidió regalar a Piccini al Atalanta, dado que, en su mundo de fantasía, el puesto de lateral derecho estaba bien cubierto con Thierry Correia. También es cierto que Piccini, lesionado de gravedad en septiembre del año anterior, solo había disputado 75 minutos con el equipo en la liga, lo que parecía convertirlo en un exjugador porque sus posibilidades de recuperación presentaban más dudas que los planes de Meriton con el club que regenta. Gian Piero Gasperini, entrenador del conjunto lombardo, se dio cuenta enseguida de que la cesión era un caramelo envenenado: había incorporado a su plantilla un futbolista más cerca de la invalidez que de la excelencia.
El caso es que Piccini, el futbolista que antes tenía una pata de palo y ahora, por lo que parece, tiene dos, se ha convertido en la solución del mercado de invierno para enderezar la marcha del Valencia en la temporada del desahucio, el refuerzo que le prometió el mentiroso de Murthy al entrenador. En los mundos de Yupi que nos intentan vender los señores de Singapur, el lateral transalpino vuelve al Valencia para reforzar dos posiciones, el lateral derecho y, de rebote, el centro del campo.
Como un superhéroe, Piccini ha regresado para salvar al equipo. Si hace dos años su remate con la pata de palo sirvió como piedra angular de una resurrección milagrosa, ahora que, en lugar de una pata de palo, tiene dos como armas letales, su incorporación nos alejará de las posiciones de descenso y quién sabe si nos ayudará a alcanzar esa séptima plaza que aquellos que creen en el mundo paralelo que ha creado Meriton para comunicarse con el exterior desde el Bar La Deportiva están convencidos de que nos corresponde.
Si así fuera, solo espero que, dentro de diez años, cuando el Valencia gane la liga con un equipo íntegramente formado en la Academia gracias a la “Youth Policy” que ha puesto en marcha Meriton Holdings, se incorpore a la camiseta del equipo no una estrella, que eso está muy visto, sino un dibujo de Seamus Levine, el marinero de cuerpo de madera de la serie animada 'Padre de familia', como homenaje a la histórica aportación de Piccini al club.