OPINIÓN PD / OPINIÓN

Los senderos que se bifurcan

30/10/2020 - 

Por avatares literarios del destino, en estos meses de confinamiento -voluntario u obligado- he vuelto a Borges, al que no leía desde hacía, al menos, 30 años. He vuelto al universo de la biblioteca de Babel, el Aleph como centro de todas las cosas y el tema del traidor y el héroe. Pero, sobre todo, al jardín de los senderos que se bifurcan, ese maravilloso cuento que anticipó en más de quince años los descubrimientos de la física cuántica.

Para quienes no lo hayan leído, en 'El jardín de los senderos que se bifurcan' Borges construye una novela policiaca en la que se desarrollan, a través de la narración del protagonista, diversos universos paralelos que conviven en modo de igualdad, reproduciéndose en cada una de sus decisiones hasta formar un infinito de posibilidades que no se desprecian.

Debe de ser esta pandemia que tanta incertidumbre nos provoca, porque no sabemos ni cuándo acabará ni de qué manera, o el convulso mundo en el que vivimos, en el que conceptos como libertad, democracia o solidaridad se cuestionan diiariamente, pero el relato borgiano me ha inmerso en una extraña pesadilla en la que me cuesta distinguir la realidad de la ficción, el universo en el que habitamos de otros, paralelos, creados a mi alrededor.

Pongamos el ejemplo del Valencia, que de eso van estas colaboraciones semanales, por mucho que estén salpicadas de libros, películas o invenciones. En el universo en el que vivimos, el Valencia es un club que camina hacia la autodestrucción, a ser devorado por los intereses de unos especuladores venidos de Singapur que, a base de socavar los cimientos que han edificado una de las entidades futbolísticas más importantes de nuestro país, ha terminado por vaciarlo de contenido. Los especuladores han dinamitado la ilusión de cientos de miles de personas, que tenían al Valencia como un particular credo, transmitido por herencia familiar, en su quehacer diario. No solo es que el equipo se haya convertido en algo vulgar, que nadie sabe a lo que juega y que evidencia carencias infinitas en su configuración, que tenga un entrenador que se quiera marchar y una plantilla desmotivada y con ganas de tirar la toalla en cuanto la ocasión sea propicia, sino que el propio club está perdiendo el arraigo que ha tenido durante casi cien años con la tierra que lo vio nacer para convertirse en una empresa tan poco apegada a los sentimientos como cualquier otra que practique el capitalismo más salvaje.

Mas leo por ahí que hay un universo paralelo, en el que el Valencia bajó a segunda división después de llegar a dos finales de Champions, en el que ganó una liga con Ranieri tras un comienzo de temporada nefasto, y en el que la entidad fue salvada de la desaparición por un brillante prohombre asiático que le ha devuelto la prosperidad de la que disfrutó en sus mejores épocas. En ese universo paralelo, el equipo está a punto de empezar a competir y lograr grandes gestas, con una eficaz política de cantera, combinada con una contención del gasto, y una deslumbrante planificación deportiva que le hará alcanzar la gloria en plazo no demasiado extenso. En este universo, como parece obvio, el equipo está entrenado por un técnico comprometido (pese a que el elegido para conducirlo al triunfo esté todavía sacándose el título para poder ejercer en España) y posee unos futbolistas de excepcional calidad después de haber sobrevivido a una limpieza de vestuario en la que se prescindió de aquellos que estaban acabados y condenados al fracaso con muy buen criterio.

Debe de ser porque estaba leyendo a Borges que me he perdido ese universo que proclaman públicamente personajes notables del fútbol español. Ni viví aquel descenso, ya en el siglo XX, ni la recordada liga de Ranieri. Tampoco veo al equipo con posibilidades de conseguir algo memorable, ni de que el club tenga solución si sigue en manos de quienes lo gobiernan ahora.

Probablemente es, como decía Borges, porque es mejor ser inculto que semiculto y porque mi incapacidad para desentrañar esos senderos que se bifurcan me impide ser un visionario que observe la realidad de la manera adecuada.

Noticias relacionadas