Baloncesto

ANÁLISIS | LA CANTINA

¿Qué hago ahora con mis pases del Valencia Basket?

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VALÈNCIA. A mí me encanta el baloncesto. Pero no es mi única afición. Soy un cinéfilo empedernido y me gusta el teatro y ver una buena exposición y alargar la tarde después de comer con mis amigos. Me gusta salir a correr y pasear con Alba. También disfruto con una escapada a Madrid o a cualquier sitio. O subir una montaña. O adentrarme en un bosque. O devorar un buen libro. Y luego está el trabajo, que muchas veces infecta mis findes. Así que no siempre hay tiempo para el baloncesto.

Las últimas temporadas he ido más bien poco a la Fonteta. No me lo pasaba mal, pero tampoco demasiado bien. De hecho los últimos años he visto muchos más partidos del femenino que del masculino. Llámame raro, pero es lo que hay. Me divertía más el Valencia Basket de Rubén Burgos que el de Álex Mumbrú.

Este año ha girado el viento. Con Pedro Martínez, el espectador disfruta más en la Fonteta, pero la realidad es que su equipo ha fallado en los dos momentos culminantes de la temporada hasta ahora. El primero fue en la Copa del Rey, con una derrota muy decepcionante en cuartos, y la otra llegó el miércoles con la eliminación, a las puertas de la final de la Eurocup, ante el Hapoel Tel Aviv. Yo soy poco ‘resultadista’. Quizá porque no soy un forofo. A mí me gusta el baloncesto. Y el miércoles, por ejemplo, disfruté con el juego del Hapoel. Hubiera preferido que ganara el Valencia, claro, pero no me corto las venas por cada traspié.

Hace años, cuando trabajaba en otro periódico, pasé muchos años, creo que 16, en la sección de Deportes. Pero llegó un director nuevo, Julián Quirós, y me sacó de allí porque prefería que escribiera de otras cosas. Al día siguiente me saqué dos abonos del Valencia Basket. Me negaba a ser el típico periodista gorrón que cuando ya no pinta nada sigue mendigando una entrada cada semana. Tampoco era un lujo. Me lo podía permitir.

 

Esos pases se han renovado automáticamente cada temporada. Un año tras otro. Y así es como hemos llegado hasta hoy. Mi mujer y yo, como creo que la mayoría de seguidores de este equipo, estábamos ilusionados con la construcción del Roig Arena. La Fonteta se ha quedado vieja y a todos nos apetecía mudarnos al nuevo recinto. Hasta que llegó el guantazo: el anuncio de los precios de los abonos para la próxima temporada.

 

La noticia ha sido una de las peores que ha recibido la afición en su historia. El incremento de precios es abusivo, exagerado. Yo, por suerte, creo que me lo puedo permitir. Pero hay mucha gente que no. Conozco familias que ya están pensando dejar al hijo pequeño fuera de los partidos porque no les llega para pagar por tres o cuatro localidades.

 

Eso supone arrasar con la hinchada del futuro. Eso va en contra de enganchar a nuevos aficionados. También conozco casos de gente que, apurada económicamente, ha pensado que sí que se va a sacar el pase, pero solo para el masculino y así se ahorra un pico. La combinación que ofrece el club es la sentencia para el femenino, mi amado equipo femenino, que va a ver reducida drásticamente la masa social que le apoya. Y otros directamente se lo van a dejar.

 

Me hace ilusión estrenar una nueva butaca en el flamante Roig Arena. Estos días me estoy acordando mucho del día que viví el ascenso del equipo cuando todavía era un adolescente en un banco corrido de hormigón en uno de los fondos de la Fonteta. Ha pasado muchísimo tiempo, décadas, y la melancolía nos toca a muchos. Pero siempre hay que avanzar y el futuro del club pasaba por una arena moderno, adaptado a los nuevos tiempos. Todos asumíamos que el cambio tendría un coste. Pero no este.

 

Yo, ya lo he dicho, tengo pocas ataduras económicas. No le debo un euro a nadie. Me lo podría permitir. Pero me pongo a pensar en la época de Mumbrú, cuando iba solo a unos partidos contados y a los playoffs, y creo que sería obsceno tirar esa cantidad de dinero. Así que, ahora mismo, honestamente, no sé qué hacer.

 

No creo que una decisión de este calado permita la marcha atrás. Las decisiones de este club nunca han ido por ahí. Pero creo que los que dirigen el Valencia Basket deberían pensar la enorme cantidad de butacas que tendrán que llenar cada semana. Las consecuencias que tendrá para el equipo no contar con un graderío atiborrado de aficionados. Y luego hay otra, que se la escuché esta semana a Fran Guaita, de la Cadena Ser, una reflexión de si la inversión del mecenas, Juan Roig, estará a la altura de la tremenda exigencia económica que le están pidiendo a la afición del Valencia Basket. No lo sé. Juan ha sido muy dadivoso. Él ha pagado este equipo y él ha pagado el Roig Arena. Pero me parece que después de todos estos años de generosidad no tiene demasiado sentido pedirle este esfuerzo al aficionado. Yo no he faltado ninguna temporada. Ni en la ACB ni en la categoría inferior -viví el acenso que comenté y el siguiente que lideró el Maestro Miki Vukovic-, ya sea como aficionado o como periodista. Pero no tengo claro que la próxima siga como mero espectador.

 

 

 

 

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