VALÈNCIA. El vaso medio vacío o medio lleno. Se puede mirar el empate del Levante frente al Espanyol de dos formas: la del punto que, tras la nueva derrota del Granada, recorta con la salvación; o la de la gran oportunidad perdida de respirarle en la nuca al conjunto nazarí. Y es que de haberse embolsado tres puntos, el equipo de Alessio Lisci hubiese dormido a cuatro puntos de las plazas de permanencia. Sin embargo, mientras hay vida hay esperanza, aunque los granota se la compliquen a medida que pasan los encuentros y el tiempo para obrar milagros se le agota.
El calendario se va a endiablar tras el parón y eso es una realidad tan palpable como que el equipo, hoy, le planta cara a cualquiera. Hace un mes que, por lo menos, ha dejado atrás la desconfianza y el tembleque de piernas, pero la calidad de los rivales que están por visitar Orriols y la enjundia de los escenarios que todavía hay que pisar no hacen presagiar un fin de temporada propicio para una escalada. En Pamplona, la semana que viene, habrá que ganar sí o sí. Entonces difícilmente habrá consuelo por mucho que el Granada, que tiene un duelo directísimo ante el Alavés, mantenga su caída en picado. Los demás oponentes por la vida en la élite también suman y comparten las expectativas levantinistas.
Además, es posible que el Levante viaje a El Sadar sin extremos. Sin los dos únicos que tiene. El paso de los próximos días tiene que arrojar luz con el estado de Morales, pendiente de lo que diga su edema óseo y pequeña fisura en la meseta tibial de su rodilla izquierda, y un De Frutos que, a pesar de ser de lo mejor frente al Espanyol, dio el gran susto. Porque en eso, de momento, se ha quedado el asunto. El segoviano se retiró del Ciutat cojeando de manera ostensible y, aunque el club comunicó que "las sensaciones son buenas" y que no hay fractura, su pierna diestra no daba muestras de poco dolor, precisamente, al abandonar el estadio una hora después del partido.