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análisis | la cantina  / OPINIÓN

Yo hice bullying

10/11/2023 - 

VALÈNCIA. Belén Toimil es una deportista gallega, de Mugardos, que se ha hecho un nombre por dos motivos. Uno es que es la plusmarquista española de lanzamiento de peso (18,80). El otro, que habla muy claro de asuntos que muchos pasan de perfil. Hace un tiempo reivindicó la belleza de su cuerpo, un cuerpo construido para lanzar una bola de cuatro kilos de peso a casi 19 metros de distancia. Inténtenlo. La coruñesa es una mujer grande y dice que no por eso se tiene que esconder.

Hace unos días supimos también, pues así lo contó en un vídeo, que de pequeña, en el colegio y después en el instituto, lo pasó mal porque era más grande que las demás. Y que sus compañeros de clase, como estaba más gordita, se metían con ella y la llamaban foca. Eso le hizo daño, claro, pero la suerte que tuvo Belén, y que otras y otros no tuvieron, es que ella encontró refugio en el deporte. “Hasta que salí de ese ambiente no me di cuenta de que no era algo normal”, explica.

La orientadora del instituto no supo darle una solución. Ya pasaría. El círculo de lanzamientos fue su salvación. Ahí era poderosa. Ahí brillaba. Ahí destacaba. Ahí recibía aceptación. La bola salía volando y su autoestima crecía a la vez. Esa nueva capacidad sorprendió a sus compañeros, que empezaron a verla con otros ojos. Una gordita con éxito debía parecerles menos despreciable. “El deporte ayudó a que aquello no calara tanto como podría haber sido”.

En cuarto de la ESO dejó el instituto de su pueblo y se metió en un Centro de Tecnificación en el que todos los adolescentes iban a clase a la misma hora y hacían deporte a la misma hora. Ahí todos eran iguales. Había chavales altos y grandes y otros pequeños y livianos. Pero todos estaban hermanados por el deporte, por el sacrificio diario para ser mejores. Cada uno en lo suyo. Ahí no había enemigos, había hermanos. “Ahí no había bullying. Nadie se metía con nadie”.

Toimil, que ahora es una deportista olímpica, madura y fantástica, una mujer de 29 años que ha viajado por el mundo, reflexiona ahora y piensa que la actitud de los niños viene marcada, en parte, por la educación que reciben en casa. Y apunta una solución: concienciar a los alumnos y los profesores en los colegios. Ella habla de la necesidad de hacer sentir mal a una persona para sentirte tu bien, curioso y cruel mecanismo de algunas cabezas que, advierte, necesitan ayuda psicológica. Las redes sociales han multiplicado el odio. Toimil dicen que son “dinamita” y habla del peligro que supone que muchos niños tengan acceso a esa dinamita siendo tan pequeños.

Escucho a Belén Toimil y me conmuevo. Es imposible no empatizar con ella. Pero si me lanzó y buceó hasta mi pasado, descubro que yo estaba al otro lado. Yo no tengo conciencia de haber machacado a un compañero hasta desesperarle, pero sí sé que muchos días me metía con otros niños por ser bajitos, gordos, gafotas o feos. Yo, que era un alambre desgarbado, un chaval que con 15 años ya casi medía 1,90, aprovechaba mi estatura para intimidar a otros que aún no se habían desarrollado. Quiero creer, o mi cerebro así me ha protegido, que nunca me ensañé. Que gasté bromas pesadas y muy desafortunadas, pero que nunca perseguí y hostigué durante un curso entero a otros chavales. Y si lo hice, les lanzo este perdón simbólico pero sincero.

El problema, como bien señalaba Toimil, era la educación. Yo me burlaba del gordo, llamaba maricón, con desprecio, al homosexual, y gastaba bromas machistas sin gracia estando ya en la facultad. Yo recuerdo perfectamente haber llamado gafotas al que llevaba gafas, maricón de mierda al gay o mujer tenías que ser a la chica que iba al volante y cometía un error. Algunos de esos calificativos los había escuchado antes en casa. Después se los escuché a los amigos. Pero también, por suerte, hubo un día, un tiempo más bien, en el que empecé a escuchar otro discurso. Empecé a ver y a leer a personas que hablaban del inmenso dolor que causaban esas actitudes. Y aprendí que un gay solo es un chico al que le gusta otro chico. Ya ves tú. O que hay gordos por genética. O que sufren de tal manera que su único desahogo es el placer de hincharse a bollos.

Y encima un día te ponen gafas. Al otro te has dejado ir y pesas 100 kilos. Y al otro tu sobrino es tu sobrina. Aunque, ojo, que yo tampoco me libraba de las bromas de mal gusto. Y muchos días, el compañero del pupitre de detrás, me flagelaba las orejas, mis grandes orejas, usando el dedo índice como un látigo mientras me llamaba Dumbo en plena clase, sabedor de que, con el profesor delante, no me iba a poder revolver. Aunque algún día sí me revolví, y acabé en el pasillo, expulsado, pero el graciosito se fue a casa con la cara roja. Pero no, es mucho mejor la otra solución. La educación, leer sobre todo, no parar de aprender. Porque todo eso nos hace mejores personas y, de paso, ayudamos a que otros no se sientan una mierda.

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