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OPINIÓN

Fútbol, violencia y educación

18/10/2018 - 

VALÈNCIA. Ahora que la liga se dio un respiro y que en el Valencia CF la gran noticia es que no hay noticias, quisiera hacer una reflexión sobre la vinculación, tan problemática, que existe entre fútbol, violencia y educación, a tenor también de los lamentables incidentes provocados por los hooligans ingleses en Sevilla. Queda claro que el problema es mucho más hondo y serio de lo que parece y quisiera reflexionarlo brevemente exponiendo dos casos.

Previamente quiero que conste que esta historia está basada en fehacientes hechos reales: hace poco menos de una semana y media, en un partido de veteranos, de la Federación ARAS, un jugador agredió por la espalda, tras varios intentos previos y sin justificación alguna, a otro jugador del equipo rival con un puñetazo en la cara, aprovechando que el juego estaba en la otra parte del campo y que el agredido estaba tranquilamente mirando el suelo. Pero lo lamentable de esto fue la reacción de algunos (aunque no todos) de sus compañeros: ante la presencia de la Guardia Civil para tomar declaración, algunos de esos cómplices que no vieron absolutamente nada, se ofrecieron voluntarios para ser testigos de que no hubo agresión alguna o de que fue un forcejeo recíproco. Falso. Esta es coartada perfecta para seguir haciendo el salvaje por los campos de fútbol; más aún cuando el propio agresor sacaba pecho en los vestuarios afirmando que, al estar dentro del campo, “la denuncia no prospera y el juez no entra”. Es decir, que además era reincidente: lógico, viendo los compinches y la cobertura que le daban, sin ser conscientes de que esto mismo les puede pasar a ellos también y que les paguen con la misma moneda, pues solo así se llenan los campos de fútbol de indeseables frustrados de la vida, que pagan con otros sus propias amarguras y carencias afectivas. Seguramente todo esto venga por problemas que clavan sus raíces en la infancia y siguen sin estar resueltos: alcoholismo, indiferencia, maltrato… ¡Alguna cae!

Y ahí está lo más triste: el cenutrio agresor estaba acompañado de su hija, de no más de 6 años a juzgar por su aspecto. Allí estaba la muchacha, contemplando el espectáculo lamentable de su padre. Lo que no entiende el muy cafre es que hace más mal ese puñetazo a su propia hija que a nadie más, pues ¿qué podrá decirle él en el futuro? Ha antepuesto la violencia a cualquier otro razonamiento. No podrá decirle nunca más a esa niña que piense antes de tomar un decisión errónea, pues él mismo no piensa y su ejemplo ya lo tiene grabado en su cabeza. Debe ser horrible tener un padre así: sin duda, visto lo visto, es carne de cañón esa pequeña niña y no es que sea determinista en mi sentencia, sino que analizo su entorno. Incluso hasta esa chiquita, cuando sea mayor, llegue a aceptar la violencia como forma de vida y dé cobijo a un maltratador.

Es lo que tiene educar desde un ejemplo tan nocivo. Desde luego, hay que ser muy idiota para hipotecar así el futuro de tus hijos e hijas solo porque tu agresividad y frustración, no tratadas por un psicólogo o psiquiatra, exceden tu corta inteligencia y sensatez. Lo mismo opino de sus cómplices. La Federación ARAS, como no se pudo recoger nada en el acta, se lava las manos, como Poncio Pilatos: otro mal ejemplo.

Esto me lleva al segundo caso: tomando un café cerca de un campo de fútbol, donde un equipo de categoría Infantil se había enfrentado a otro, pude oír cómo un padre le espetaba a su hijo: “a la próxima vez le partes la cara”. Y luego intentaba hacer camaradería con otros padres y madres para tomar algo en el bar, porque “hay que hacer equipo” sin saber qué significa realmente esa palabra. 

Efectivamente, a la siguiente vez (y no había nada punible en la acción) el niño se tomó al pie de la letra lo que su padre le había dicho y golpeó de manera violenta al rival. Luego sacaba pecho el pequeño aprendiz de pandillero. Y todo gracias a que su padre, más pandillero que él, le había dado una lección magistral de idiotez. 

Tanto esfuerzo por parte de muchos entrenadores para que un insensato lo tire por la borda, movido, otra vez, por su frustración personal. Creen que el camino más corto al éxito es la violencia y que éxito significa, precisamente, imponer la ley del más fuerte a costa de la educación y de la templanza de los demás. De todo esto anda sobrado el fútbol actual y toma forma en ciertas casas y de ahí salta al campo, porque no dejamos que los niños y las niñas jueguen, disfruten, compitan noblemente y aprendan valores. Hay padres y madres tan mediocres que no dejan que esto se dé en sus hijos e hijas. Coincide con la propia mediocridad personal y profesional de los progenitores: también incluso cuando alguna vez han jugado al fútbol, de ahí su frustración y su afán por hacer que sus hijos vivan esa misma desolación interior que les consume.

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