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El comienzo de la pesadilla

6/11/2020 - 

VALÈNCIA. El lunes pasado se cumplieron 27 años de la infausta noche de Karlsruhe, la mayor derrota de la historia del Valencia en competiciones europeas. Aquel partido, cuyo recuerdo tratamos de borrar -propósito imposible- todos los valencianistas mayores de 35 años, supuso mucho más que una goleada ignominiosa. Fue la mecha que encendió el polvorín en el que se ha convertido el club en la actualidad.

El Valencia, entrenado por Guus Hiddink, acudió a la ciudad del sur de Alemania con la confianza de quien se siente superior al rival. Había barrido al Kalrsruher en el partido de ida de la eliminatoria de segunda ronda de la Copa de la UEFA, en el que ganó solo por 3-1 por culpa de la actuación bajo palos de un joven Oliver Kahn, la bestia negra del valencianismo en aquellos años. Además, era líder en la liga española, tras un arranque del campeonato espectacular, en el que había sumado siete victorias y dos empates en las diez primeras jornadas. Practicaba un fútbol vistoso y con una gran eficacia ofensiva, gracias a la aportación de Penev, Mijatovic y Fernando, las tres grandes estrellas de aquel equipo, y solo el tradicional empuje de los equipos teutones podía amargarle el paso a la siguiente eliminatoria.

El equipo de Hiddink arrancó dominando el partido, gozó de un par de buenas ocasiones de gol para sentenciar la eliminatoria y parecía tener el choque bajo control. Pero, a la media hora del encuentro, sucedió lo que nadie esperaba. El equipo alemán marcó el primer tanto en un contraataque y el conjunto valenciano se descompuso de tal manera que llegó a encajar dos goles más en solo ocho minutos antes de alcanzar el descanso. La continuación fue un suplicio, porque los goles siguieron cayendo hasta alcanzar la mágica cifra de siete. Edgar Schmitt, un Jorge Molina de la liga alemana, fue el héroe de la gesta germana, con cuatro goles, y Telecinco, la televisión de las mamachichos y los concursos de Emilio Aragón, el mensajero. Fue el primer partido que retransmitió en directo la entonces autodenominada “cadena amiga”, convertida en enemiga, al atribuirle el sambenito de gafe, para el valencianismo desde entonces.

La trascendencia de aquella derrota fue mucho más allá de la lógica de ser goleado por un equipo alemán de medio pelo. Paco Roig, que había iniciado un año antes una agresiva campaña para descabalgar a la directiva de Tuzón y hacerse con la presidencia, aprovechó aquel regalo envenenado para fortalecer sus postulados, que básicamente consistían en ilusionar a la afición con un Valencia que lograra títulos y que no solo fuera un eterno aspirante a ganar algo. La caída libre del equipo, muy tocado por aquella derrota, y la presión de Roig y de su corifeo mediático provocaron un efecto de fichas de dominó que sacó del club a Hiddink, primero, y a Tuzón, más tarde, para dar vía libre al “Tronaor” en su afán por gobernar el club.

El imperfecto equilibrio accionarial que había ideado Tuzón cuando el club se vio obligado a convertirse en sociedad anónima cayó como un castillo de naipes con la llegada de Roig a la presidencia, ya que este comenzó a comprar títulos a los pequeños accionistas, a precios desorbitados, y se convirtió en dueño del club gracias a una ampliación de capital.

El explosivo carácter de Roig y su lógica pretrumpista resucitaron el fantasma de la deuda que había apaciguado Tuzón y los pequeños accionistas comenzaron a perder protagonismo en la dirección del club, que se convirtió a partir de aquello en propiedad de una persona.

Lo que sucedió después es de sobras conocido: la dimisión de Roig, que ejerció un poder en la sombra mientras el club vivía los mejores momentos de su historia, la irrupción de Juan Soler, auspiciada desde las altas instancias de la Generalitat y los bancos controlados por el poder, el desmesurado ritmo del gasto con fichajes absurdos y proyectos faraónicos, la salida de Soler y la dictadura de los bancos, con Llorente como gestor y brazo armado para reducir la deuda, la ruina económica, la llegada de Salvo para gestionar la venta de la entidad y la compra definitiva de la propiedad por parte de un inversor singapurense cuya única ambición es ganar dinero a costa de una institución centenaria sin importarle los sentimientos de quienes aman al Valencia.

Pero la pesadilla empezó la tarde del Día de Difuntos en el Wildparkstadion de Karlsruhe. 

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