Hoy es 13 de octubre
VALÈNCIA. En un estado de derecho no hay que demostrar la inocencia, que se le presume a todo ciudadano. Hay que demostrar la culpabilidad. Por ello no debería extrañarnos que la humillación sufrida por Diakhaby quede sin castigo al no encontrar pruebas que incriminen al infractor. Una vez exculpado por la Liga, queda abierta la ventanilla de la RFEF que mantiene vivo el expediente disciplinario y que, esperemos, trate de llegar hasta el fondo en la investigación de todo lo sucedido en Cádiz. De no ser capaces de establecer la culpabilidad de Cala, el joven futbolista del Valencia tendrá, tristemente, que masticar su dolor e incluso tener que soportar el peso de la acusación de aquellos que pretenden atribuir el asqueroso insulto a la imaginación del chico o que, llegando todavía más lejos, se apuntan a la delirante teoría exhibida por el jugador del Cádiz según la cual Diakhaby se inventó la agresión verbal tratando de provocar la expulsión del jugador cadista.
En cualquier caso, sigue existiendo una clara diferencia entre lo que es verdad y lo que se puede demostrar y, un servidor, entendiendo perfectamente que no se puede castigar lo que no se pueda demostrar, sigue teniendo muy claro dónde está la verdad en este asunto. Por tres razones fundamentalmente: la primera tiene que ver con la espontánea e inequívoca reacción del chico que se ausenta del juego para recriminar la actitud del agresor. Se me antoja absolutamente inverosímil una ‘actuación’ tan magistral de un futbolista que si se ha significado por algo desde que llegó al Valencia, ha sido precisamente por su bisoñez y su absoluta falta de picardía que, incluso, le ha costado puntos al equipo en determinadas ocasiones. Y es esa la segunda razón que me lleva a creer a ‘pies juntillas’ en Diakhaby: se enfrentaba un jugador inexperto y desprovisto de la ‘gramática parda’ que confiere la experiencia con un jugador curtido en mil batallas que sabe manejarse en ese otro fútbol que también existe aunque nos obstinemos en mirar hacia otra parte. La tercera y última de las razones apuntaría a la reacción de los futbolistas del equipo gaditano en la refriega posterior a la presunta agresión verbal: los jugadores del Cádiz no se van cara a Diakhaby recriminándole el hecho de intentar ‘estafar’ al colegiado esgrimiendo un insulto inexistente sino que tratan de calmarlo mostrando así cierto entendimiento sobre la humillación que acababa de sufrir el jugador valencianista.
Y de ahí no me pienso apear salvo que alguien aporte pruebas de lo contrario porque, sí a día de hoy resulta imposible probar que se haya producido el insulto, tendrán que ser quienes reclaman una sanción para Diakhaby quienes deberán demostrar que todo ha sido fruto de su prolífica invención. De igual manera pienso que Diakhaby no puede quedarse a medias denunciando el pacto que presuntamente propuso un jugador rival sin dejarlo claramente identificado. Quedamos, por tanto, a la espera de que la Federación avance en la investigación, de que la Liga implemente toda la tecnología posible para que se puedan esclarecer este tipo de disputas, de que la mala educación -tan presente en el mundo del fútbol- vaya cediendo espacios a la honorabilidad que se le debería poder asociar al ejercicio del deporte y de que todos los estamentos se tomen en serio, de una vez por todas, la persecución de tan deleznables comportamientos.
Nada que ver con la pose oportunista que algunos han querido impostar en los últimos días después de haberse ‘lavado las manos’ cuando más falta hacía su intervención en defensa del jugador agraviado eludiendo así las obligaciones de su cargo y su generosísimo salario. Y me refiero al, todavía, presidente del Valencia CF que se vuelve a esconder tras una cortina de humo con la que tapar su aquilatada insolvencia, que respondió ayer con un comunicado ‘blandito’ a la Liga y manda a sus voceros a reclamar ‘protocolos’ tras haberse borrado en un momento en el que se imponía una postura de fuerza que marcase un antes y un después en la lucha contra el racismo. Los reglamentos sancionan con absoluta contundencia los insultos racistas, estos deben estar respaldados con pruebas como cualquier otro tipo delictivo y... un Club, aún asumiendo los riesgos que pueda conllevar, puede, si tiene la personalidad suficiente, tomar una medida de fuerza cuando vea lesionado su honor. Lo demás es demagogia barata. Como si fuese posible arbitrar un protocolo que salga al amparo de una plantilla abandonada a su suerte por los dirigentes de su Club.