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OPINIÓN

Valencia CF, ante el precipicio

3/12/2018 - 

VALÈNCIA. Masturbar al lector y excitar las pasiones más bajas del forofo. Eso es lo que busca, según el maestro Enric González, el periodismo deportivo. Y eso es justo lo que quien esto escribe va a procurar no hacer aquí. Imagino al valencianismo cabreado, fumando en pipa, pensando que todo lo construido se ha desmoronado, que el equipo no va, que a Marcelino se le está poniendo cara de Emery y que ante el Sevilla se juega toda la temporada. Imagino que hasta estas líneas han llegado muchos deseando leer que deben rodar cabezas, que todo es un desastre, que el director general se equivocó en la planificación, que el entrenador no está tomando ni una buena decisión y que hay jugadores que no merecen llevar más la camiseta del Valencia CF. Pues miren, no. Uno entiende que muchos aficionados quieran quemar la falla en el primer tercio de Liga, también comprende que haya quien crean que la primera parte del VCF en el Bernabéu podría haber hecho vomitar a una cabra y hasta puede llegar a comprender que haya quien crea que el equipo se le está yendo de las manos al entrenador. Igual tienen hasta razón, pero es muy fácil.

Lo difícil pasa por ser coherente. Por asumir que los planteamientos que hoy le critican a Marcelino son los que le aplaudían el año pasado, cuando se despreciaba la posesión, se defendía en la trinchera y se mataba de contra. Lo complicado pasa por procesar que este VCF nunca se distinguió por buscar al contrario en su propio campo, sino por protegerse, robar y salir como un relámpago, que es justo lo que busca ahora, intentándolo casi todo sin salirle casi nada. Lo intrincado es discutir ahora la decisión de prescindir de Zaza (Balón de Oro en el Torino, ya saben) por Gameiro y Batshuayi, cuando la abrumadora mayoría de la crítica aplaudía (aplaudíamos) dos fichajes que elevaban el nivel de una delantera que, el curso pasado, metía todo lo que ahora falla.

Lo embrollado es culpar al empedrado de que los dos mejores jugadores del curso pasado, Kondogbia (que era medio equipo) y Guedes (un jodido trueno a la contra) estén más tiempo en la enfermería que en el campo, pasando uno de pulpo a calamar y otro de moto a triciclo por una molesta pubalgia y un precio de mercado que el valencianismo estuvo encantado de pagar en verano, porque querían que el luso fuera su bandera.  Lo surrealista es querer despellejar a Parejo por la situación del equipo cuando la suya es una historia interminable en la que chocan la calidad y los afectos, y la actitud y aptitud. Lo sorprendente es que los que el curso pasado lavaban los pies de Marcelino con agua de rosas sean los mismos que ahora le discuten si toma el café con dos azucarillos o con uno, amén de cada alineación, cada decisión o cada palabra empleada en las ruedas de prensa.

Lo justo, lo real y lo sincero, es ponderar que no ha cambiado la gestión del club, ni la dirección deportiva, ni el proyecto, ni el método del entrenador, ni su capacidad, ni su estilo, ni su sistema, ni su idea de sentir el fútbol. Aquí lo que ha cambiado son los resultados. El año pasado, brutales. Este, muy pobres. Incluso el aficionado ché menos juicioso y más fogoso, de Sagunto a Requena,  es capaz de entender que, si se han cometido errores de planificación, se han alternado con aciertos y que el entrenador, ni era tan bueno antes ni es tan malo ahora y que estaba muy lejos de creerse la reencarnación de Bill Shankly y Brian Clough, pero tampoco es Lee Harvey Oswald y tampoco hay pruebas de que haya matado a JFK este curso. Alemany sigue siendo el mismo. Y Marcelino sigue siendo el mismo. El liderazgo y la dirección del club, sin ser perfectos, habiendo cometido errores, seguro, no se ha alterado.

Aquí lo que ha cambiado, de manera radical son dos cosas: los resultados y el rendimiento de los que antes los conseguían y ahora no. Los jugadores. Antes defendían como un hombre sólo y ahora sólo defienden al hombre. Antes tenían cuatro ocasiones – no más, sería mentir- por partido y hacían dos, pero ahora necesitan siete para hacer un gol. Antes presionaban por todo el campo, ahora la gasolina sólo alcanza para un tiempo. Antes se plantaban en la portería contraria en tres pases, ahora es el rival el que lo hace. Antes se salía al campo con sangre en el ojo, ahora se sale con miedo en el cuerpo. En honor a la verdad, se puede concluir que Marcelino y su cuerpo técnico, incluso Mateu Alemany en los despachos, son responsables, pero no son los grandes culpables, porque esos son los jugadores. Y no se trata de fustigarles, de azotarles, de criticarles o de ponerles a parir, sino de hacerles ver que están bastante lejos del nivel que ellos mismos alcanzaron el año pasado, cuando se empleaban a fondo y no buscaban historias para no dormir.

Aquí la pregunta del millón es muy sencilla: ¿Puede un equipo grande demostrar que lo es si varios miembros de la plantilla creen que la vida en el VCF consiste en hacer una buena temporada y después creer que se puede vivir de las rentas por eso? Si alguien lo cree, sobra en el club. Y si alguien lo permite, también. Quien quiera desintegrar el crédito del proyecto, lo tiene fácil. Quien quiera asesinar la reputación de Marcelino, adelante. Quien quiera pensar que todo lo que está por venir es un desastre, lo tiene muy sencillo. Y naturalmente, quien crea que la gran solución pasa por recargar la atmósfera y volver a hacer sonar esa música celestial que ansían oír desde la Meseta – el famoso “fulano vete ya” de marras-, ya sabe qué tiene que hacer. A uno, que no le pagan por apasionarse sino por contar lo que ve, le parece que Marcelino es el mejor entrenador que puede tener este club, que debería seguir más tiempo en la plaza y que, si los jugadores quieren defender este proyecto, deberían salir al campo a matar por el entrenador, por la camiseta y por el escudo que llevan en el pecho.

A los futbolistas habría que decirles que, si hay alguno que se ha creído una estrella, se equivoca de medio a medio, porque la estrella de este club, hasta que se demuestre lo contrario, siempre ha sido la afición. Y a la afición hay que decirle que, víctima de la pasión, tiene motivos para estar disgustada, pero no razones para cargarse, a martillazos, una casa que se construyó con cimientos sólidos y sentido común.  Esto es un asunto de jugadores. De querer, poder y saber. La autocrítica es el primer paso. Ahora falta el definitivo; el que no aporte, que aparte; el que no sume, que no reste; el que no esté en unas condiciones físicas oportunas, que se recupere; y el que tenga dudas, que levante la mano. Y el que salga al campo, que se entregue en cuerpo y alma. 

En tiempos de crisis, es más práctico buscar soluciones que culpables. Hacer lo contrario es más popular, más fácil y concuerda con esa práctica que denunciaba el maestro Enric González, masturbar al lector, escribir lo que la mayoría quiere leer.  A veces, en el fútbol, como en la vida, el sentido común es el menos común de los sentidos. Es hora de encontrar soluciones. De salir al campo, correr mucho, hablar poco y remar, todos juntos, en una misma dirección. Esto ya no va de Marcelino, ni de Alemany, ni de Parejo, ni de Guedes, ni de Gameiro. Va del Valencia CF. Va de tener la rebeldía suficiente como para revertir una situación límite, pero no irreversible. Y eso no se hace con palabras, sino con hechos. El fútbol es ganar. Háganlo. Una cosa es asomarse al precipicio y otra, dejarse caer por él. Lo primero puede pasar. Lo segundo es del género idiota.

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