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Los penaltis 

16/07/2021 - 

VALÈNCIA. Parece mentira que, en casi 160 años de historia, el fútbol no haya encontrado una solución para resolver el empate, ese limbo competitivo que niega la victoria y la derrota a ambos contendientes. Ha probado un buen número de fórmulas, desde el sorteo hasta las repeticiones de partidos, pasando por goles llamados de oro o plata, pero nada ha logrado superar la incertidumbre de la tanda de penaltis en emoción y riesgo. Las tandas de penaltis tras un marcador igualado son una 'mascletà' final en un choque parejo, una explosión de adrenalina que decide campeones.

Los penaltis son un perfecto resumen de la majestuosidad del fútbol, el azar llevado al límite, por mucho que los técnicos intenten racionalizarlo pasándolo por los laboratorios, el 'big data' o el análisis de los porteros y delanteros rivales. El gran encanto del fútbol, lo que lo hace diferente a otros deportes, es que es imprevisible, que es capaz de generar cualquier resultado sin basarse en datos, porcentajes de acierto en el tiro, posesiones de balón, número de remates u otros medidores estadísticos. El tópico de que un equipo que chuta una vez a puerta puede ganarle un partido a otro que ha asediado la portería contraria es el mejor ejemplo de porqué es un deporte que nos sigue apasionando aunque lleve casi 160 años anclado en prácticamente las mismas reglas con las que se creó.

Las tandas que deciden un título son una gran alegoría del fútbol, la concentración, en apenas diez o quince minutos de todas las emociones, la manifestación suprema de esa frase mítica que pronuncia Tony D'Amato, el personaje encarnado por Al Pacino en 'Un domingo cualquiera', en el discurso motivador que da a su equipo antes del partido que los llevará a la gran final: “El fútbol es una cuestión de centímetros, los que separan la gloria del fracaso”. La frase se aplica en la película al fútbol americano, curiosamente un deporte mucho más previsible y cuantificable que el fútbol europeo, pero sirve para definir la magia del soccer como metáfora de la vida. Ese remate que escupe el poste y sale del marco por un centímetro, ese roce con el dedo del portero que desvía lo justo la trayectoria del balón para que no entre o esa falta cometida en los lindes del área que transforma un golpe franco en un penalti son parte del juego como lo son las tácticas, la preparación física o la destreza de los futbolistas. Todo eso está resumido, concentrado, en las tandas de penaltis, cuando llega la hora de la verdad y se deciden los campeonatos tras prórrogas estériles.

La Eurocopa que terminó el pasado domingo se dilucidó de esa manera, en una tanda de penaltis que simbolizó las excelencias del fútbol como espectáculo. Ganó Italia, el equipo que más había peleado por la victoria durante los 120 minutos de juego, ante una Inglaterra que había preparado científicamente la suerte de los lanzamientos finales y que sucumbió aplastada por el aluvión de estudios y prospecciones sobre los penaltis decisivos ante el desparpajo y la serenidad de los italianos. Ganó Italia y se hizo justicia, aunque las tandas de penaltis no siempre sean justas, por mucho que se afirme que también son parte del juego y, por lo tanto, entrenables.

La historia del Valencia está marcada por las tandas de penaltis. Su primer título europeo de enjundia, la Recopa de 1980 (las dos Copas de Ferias conquistadas en los 60 lo fueron en una competición que no estaba abierta a todos los equipos), lo logró en una tanda de penaltis dramática, ni justa ni injusta con el devenir del partido precedente, aburrido y escaso de oportunidades de gol, en la que ganó por cuestión de centímetros. 21 años después, otra tanda de penaltis, esta vez fatídica, le privó de conquistar su primera Liga de Campeones, quizás injustamente pues, aunque el partido registró una gran igualdad, el destino debería de haber sido menos cruel con un equipo que dominó el fútbol continental en el primer bienio del siglo. Pero en los penaltis, como en el fútbol, no gana quien más lo merece sino el que marca un gol más que el contrario. Y esa es la grandeza de una suerte que sigue siendo la menos mala para deshacer los empates.

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