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Fútbol y naftalina / OPINIÓN

Patrocinios futbolísticos: pon tu nombre en mi camiseta

1/08/2021 - 

VALÈNCIA. Anda el personal revolucionado por los tokens virtuales del Valencia CF. Una puerta al mundo de la criptomoneda enlazada al fútbol que destila a partes iguales tanto modernez como olor a cuerno quemado, pero que se ha colado en el planeta fútbol y tiene pinta de rondar como tendencia hasta que llegue algo nuevo que lo desplace al cajón de las aberraciones.

Todo cambio en la vida genera reacciones adversas. A nadie le gusta cambiar una rutina establecida más allá de lo que pueda aportar en positivo o negativo. Y esto es aplicable tanto para la banda de música de Mestalla, como para el defenestrado Gol de Oro de la FIFA o la odiosa sensación de coitus interruptus que te genera a día de hoy un gol anulado por el VAR.

En esta tesitura, algo similar ocurrió el día que llegó una mente pensante al mundo del fútbol con la introducción del patrocinio en las camisetas. No es que vayamos a marcarnos en estas líneas una tesis sobre el mismo, pero qué menos que evocar al pasado para evidenciar las filias y fobias que un patrocinador puede llegar a generar en la elástica de un equipo de fútbol.

La retrospectiva nos lleva a los años 80. Años de cambio en los que el mundo de la empresa entró de golpe a ocupar de forma decidida el pechamen de los futbolistas en el fútbol español. Era el primer aviso de que el fútbol moderno llegaba y que no había forma de resistirse. Adiós camisetas inmaculadas, adiós dignidad. Porque a muchos aficionados, eso de ponerle letras a la camiseta les supuso una dura afrenta. Ya podía caer parné del cielo… que no gustaban esas moderneces importadas de la Alemania setentera – la culpa fue de Jägermaister, por pioneros - que venía a pervertir el fútbol y los valores del escudo de tus amores.

Aún recuerdan los viejunos el shock que supuso que la marca Zanussi patrocinara al Real Madrid en 1982. Una decisión polémica por el atrevimiento a ‘manchar’ la elástica blanca y además, acompañada de la leyenda urbana del desplome de las ventas de esa marca en Barcelona. Porque en ese momento, la asociación equipo-marca patrocinadora decía mucho, algo que hoy, prácticamente es indiferente.

Quizás los motivos económicos y las excusas han sido el sino de los patrocinios en las camisetas de los clubes de fútbol. Mientras el Real Madrid decidió dar el paso y asumir que esas letras daban dinero y eran bienvenidas como un cambio transgresor y puntero, otros como el FC Barcelona o el Athletic Club decidieron resistirse al hecho de llevar patrocinio durante muchos, muchos años. Un signo de pureza que el conjunto culé comenzó a canalizar con una vertiente solidaria en 2006 a través de UNICEF, pero que acabó torciéndose con Qatar Foundation, Qatar Airlines y en último lugar con Rakuten, un portal online de Japón que poco tiene que ver con los valores iniciales de su planteamiento. Vamos, que poderoso caballero es don dinero. Algo parecido tuvieron que pensar por Bilbao. Y eso que aguantaron firmemente sus principios, ya que el conjunto vasco aguantó impoluto hasta su centenario para ponerle el logo de este y ya luego en 2008, no sin polémicas, optó por abrir la puerta a un patrocinio principal focalizado, eso sí, siempre en empresas vascas: Petronor, BBK y KutxaBank han sido sus ocupantes.

Más allá de estos casos, siempre queda por ver esa asociación intrínseca entre patrocinador y destino que une a los clubes. El Atlético de Madrid comenzó con Mita a finales de los 80 pero luego dio paso a un archiconocido Marbella que representó e identificó por siempre el esplendor y el esperpento del periodo de Jesús Gil al mando del conjunto colchonero.

Por su parte, el Valencia CF siempre fue un fiel reflejo de su necesidad. Tan tieso estaba el equipo de Tuzón que nada mejor que estrechar lazos con Caja de Ahorros de Valencia. Un matrimonio financiero que fue evolucionando y que acabó llegando hasta la época de Bancaixa. Luego llegó Mediterrànea como transición y ya con el Rogismo más imperante, llegó CIP, Ford y Terra Mítica, marcas que calaron y que posiblemente significaron la imagen más coherente de ese periodo presidencial. Más que nada porque luego llegó una etapa donde los esperpentos no pararon de sucederse: Se obtuvo un campeonato de liga con Metrored en el pecho – empresa que no cumplió y que hasta 20l8 aún iba dando coletazos judiciales – y otro de los Greatest Hits de patrocinio en el conjunto valencianista lo marcó el pufo de Valencia Experience y el collage de sumar en vertical otro patrocinador complementario –Unibet- para acabar de manchar una equipación que más que de fútbol, se asemejaba la de un equipo de balonmano danés.


Como todo, los años fueron pasando y el patrocinio principal fue orientándose a nuevos mercados. Pasó el boom de los automóviles, de los promotores inmobiliarios, de las webs de los equipos ( véase el caso de RealMadrid.com o VCF.Shop ) , de las películas de cine según el estreno ( pregúntenle al Atlético de Madrid de los primeros años de Cerezo) , de los revitalizantes ( El fail de Tauritón con el histórico CD Numancia de la Copa del Rey), pufos urbanísticos ( el patrocinio de PSG con el Getafe y otros clubes), las gañanadas de anunciar el prostíbulo más grande de la zona en los clubes de tercera o el protagonismo de las empresas familiares de los presidentes ( Dhul, Nueva Rumasa…en el Rayo Vallecano).

¿Y hoy? Pues desgraciadamente ya nada le duele al aficionado más fiel; empresas de trading financiero, criptomonedas y destinos turísticos internaciones son las que marcan la tendencia del mercado. Las barreras se han roto y la globalidad nos ha llevado a que todo sea ultracambiante.

En los últimos años hemos vivido con naturalidad que casas de apuestas -cuando estaban permitidas- no hayan tenido ni el más mínimo reparo de copar con su patrocinio a distintos equipos de una misma competición – mención expresa y agradecimiento a aquellos clubes que decidieron decir que no voluntariamente y borrarlas por compromiso social- un gesto de RSC que les alaba y les pone por delante de otros muchos.

Pero, aun así, tristemente podemos decir que se ha perdido esa sensación de valor que un aficionado se encontraba con una marca asociada a su equipo, a sus valores, a su escudo. Ahora, tristemente para los románticos futbolísticos -como quien escribe-, solo se interpretan las camisetas de fútbol como un hueco a rellenar con letras y por supuesto, con dinero.

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