En Mestalla se juega bien formadito y con el ánimo de competir por todo y siempre. Pero competir no es cumplir el expediente de saltar al campo, ponerme de corto, correr lo que es posible que alcance y presionar cuando el rival esté cerca. No: eso es jugar, sin más. Competir es ser consciente del equipo en el que juegas, morder en cada balón que se disputa, tener más aciertos que errores, porque tu calidad así lo determina y marca
VALÈNCIA. ¿Por qué el Valencia CF de los diez últimos años es incapaz de dotarse de una estructura fiable, equilibrada y competitiva? ¿Por qué de un año para otro el ímpetu acaba en cansancio, el rendimiento óptimo en impotencia, el resultado excelente en mediocre, etc.? Esté quien esté parece como que este equipo no puede enganchar una base que le lleve, durante algunos años, a competir de una manera constante. La venta de tus mejores futbolistas es una explicación ya muy socorrida, aunque este año el manido argumento falla. Es cierto que, sistemáticamente, has ido vendiendo a tus mejores piezas del puzle, y esto te ha mermado año tras año, quizá, también, porque la política de reposición de piezas no ha sido la adecuada. No obstante, llevamos dos años en los que esto no ha ocurrido y el equipo se ha estabilizado muy notablemente en esta parcela: ya no solo a la hora de fichar jugadores sino también en la planificación técnica, es decir, en la decisión determinante de elegir míster para este proyecto.
La dualidad mata al equipo siempre: no es capaz de rendir dos años seguidos o no es capaz de rendir cuando tiene dos competiciones. Y esto ocurre siempre. Tal vez sea el discurso implícito o explícito que se usa con la plantilla: es tu mayor éxito que acabes cuarto en la liga, a esta plantilla no se le puede exigir más de lo que tiene… Probablemente esto marque el nivel, la exigencia, el conformismo de un plantilla que se ve siempre de paso por este club, porque, tal vez, también se es consciente (o inconsciente) de que el Valencia CF debe vender sí o sí, y yo voy a cazar mi contrato, mi trampolín personal y al club que le… den dinero, claro. Lo cierto es que muchos de los futbolistas que hemos fichado en estos años, tras su salida del club, han seguido cayendo en picado, tal vez porque nunca tuvieron nivel como para vestir esta camiseta que, en algunos términos, otros han rebajado en su caché. Jugar en el Valencia CF debe pesar más, debe ser más importante. Algunos jugadores lo sienten así (y se les nota), pero otros, por desgracia, no.
Creo, sinceramente, que se trata de eso: de cómo vendemos el producto a quien tiene que venir aquí a elaborarlo. El Valencia CF debe tener siempre las máximas aspiraciones o luchar al máximo por conseguirlas, aunque compita en inferioridad económica. Y este es un mensaje que se debe poner en el margen derecho de cada contrato que se firma: no estamos aquí para formar a nadie, pues para eso ya tenemos Paterna.
En Mestalla se juega bien formadito y con el ánimo de competir por todo y siempre. Pero competir no es cumplir el expediente de saltar al campo, ponerme de corto, correr lo que es posible que alcance y presionar cuando el rival esté cerca. No: eso es jugar, sin más. Competir es ser consciente del equipo en el que juegas, morder en cada balón que se disputa, tener más aciertos que errores, porque tu calidad así lo determina y marca. Competir es no flaquear a las primeras de cambio, es sentirse cada uno líder a su manera y sin egoísmos, es matarse por el compañero igual que se matan por ti cuando has perdido la posición. Competir es buscar respuestas a cómo se está dando el partido, es levantar la grada porque tú mismo sabes que te apoyarán si lo das todo frente a ellos. Competir es no recurrir a la afición solo cuando te da la gana, sino siempre: pararte a atender a los niños y niñas que buscan en ti solo un gesto de cercanía, que les escuches o que les atiendas cinco minutos, porque al fin esto también engancha a la gente, la lleva a tu lado y la sientes cercana, porque sabes cómo respiran, sabes qué es ser del Valencia CF, qué significa llevar ese escudo en el pecho. Eso es competir y, por desgracia, algunos miembros de este equipo no compiten, no están, aunque se les espera, siempre se les espera.
Un futbolista tiene derecho a pasar una mala racha de juego, aunque quizá sea uno de los pocos trabajos en el mundo que te permitan no rendir de manera continuada. Pero nunca se deja de competir. Ahora mismo, el equipo está compitiendo solo contra sus demonios y claro, ya sabemos, no podemos contra la dualidad: un rival y nuestros miedos. Es cuestión de discurso, de ADN futbolístico, de mentalidad. Coquelin es un ejemplo positivo y quizá ese perfil de jugador deba guiar futuros pasos para conseguir una consistencia o equilibrio o estructura más estable, que dé continuidad y competitividad al equipo más allá de un año. Todo lo demás será siempre un discurso derrotista.