VALÈNCIA. Las cicatrices de supervivencia marcan la piel y el carácter de algunos futbolistas dentro y fuera del terreno de juego. Futbolistas que asociaron lucha y sacrificio para hacer realidad su sueño. Es el caso de Alberto Facundo Costa, que a sus casi 36 años, redondea en las filas de Club Atlético San Martín de Tucumán una carrera deportiva digna de una epopeya.
La historia de Tino Costa arranca en Las Flores, una pequeña localidad 180 kilómetros al sur de Buenos Aires, donde siendo solo un niño compaginaba el colegio con su empleo en una panadería. Su pasión por el balón apareció cuando apenas tenía uso de razón. Militó en clubes como Asociación Juvenil Barrio Traut o Club Atlético La Terraza, ambos pertenecientes a la Liga de Fútbol de Las Flores: la liga regional de su ciudad natal.
Su talento le llevó a presentarse a varias pruebas para Boca Juniors o Estudiantes de La Plata, todas ellas fallidas. Sin embargo, fue el doctor Rubén Muñoz, urólogo de profesión y dueño de Club Atlético La Terraza, el que lo cambió todo: propuso a la familia llevarse al chico, de tan solo 15 años, a la isla caribeña de Guadalupe, departamento de Francia, con el objetivo de buscar una oportunidad en el mundo del fútbol.
La bella tierra que vio nacer otro ídolo de Mestalla como Jocelyn Angloma acogió a un joven argentino que tuvo que madurar a marchas forzadas para adaptarse a una cultura totalmente desconocida. No hablaba ni una sola palabra de francés.
Sin embargo, Tino no estaba dispuesto a arrojar la toalla. Disciplinado como pocos, su vida eran el colegio, el empleo que consiguió en un supermercado y su club amateur, el Racing Basse Terre. Aprendió a hablar y escribir perfectamente el idioma e incluso obtuvo una diplomatura en corte y confección. Se dice que todavía le hace pantalones y bolsos a su madre.
Todo ello ocurrió a lo largo de los tres años que permaneció en Guadalupe, durante los cuales probó suerte en históricos de Francia como Auxerre, Olympique de Lyon, Marsella o Lille, que lo rechazaron. Sin embargo, la llamada definitiva vino del Racing de Paris del Championnat National, la tercera categoría del fútbol galo.
Llegaron los primeros sueldos como futbolista. Pasó también por Pau FC y Sète 34. Sus excepcionales características (calidad con el balón en los pies, sacrificio para el repliegue y un cañón en la pierna izquierda) llamaron la atención del Montpellier, que militaba en Ligue 2.
En Occitania, el argentino hizo historia: en su primera temporada tuvo un rendimiento extraordinario, asistiendo y anotando en el último partido para lograr el ascenso a Ligue 1, mientras que en su segundo año se consagró llevando al equipo a un extraordinario quinto lugar que otorgaba el pasaporte para la fase previa de la Europa League.
En verano de 2010, Braulio Vázquez, tras peinar el mercado francés, fijó su atención en aquel mediocentro multitarea y firmó a Tino Costa para el Valencia CF por 6,5 millones de euros. El que fuese secretario técnico che optó por el de Las Flores en lugar de los mediocentros físicamente muy dotados pero faltos de nivel técnico que conformaban su lista de prioridades en el fútbol francés.
Y es que Tino Costa se destapó en el Valencia CF como un centrocampista que, además de contar con calidad y desplazamiento en largo, no rehuía en absoluto los duelos físicos y se mostraba incansable en la presión y las coberturas. Un todoterreno con prestaciones de todo tipo que incluso debutó con la albiceleste en junio de 2011 de la mano de Sergio Batista.
Sin embargo, desde su debut frente al Bursaspor turco en Champions League, lo que más llamó la atención fue su golpeo de balón: preciso, seco y potente como pocos se han visto en Valencia, con permiso de Stefan Schwarz.
Tras su salida del club en 2013, defendió los colores de Spartak de Moscú, Genoa, Fiorentina, San Lorenzo de Almagro, Almería, Club Atlético San Martín de Tucumán y Atlético Nacional de Medellín, para regresar a Tucumán el pasado mes de octubre. No obstante, en Valencia pasó sus mejores años. Dejó para el recuerdo dianas espectaculares, trabajo incansable, carácter en la medular y el recuerdo de un equipo canchero. El cañón de Las Flores era mucho más que pólvora.