Juan Ramón López Muñiz recuerda con cariño la apisonadora que fue el Levante en su último año en la categoría de plata y cuenta cómo se fraguó el ascenso
VALÈNCIA. El levantinismo ha estado esta semana de aniversario. Tres años desde la última gran alegría del Levante en el Ciutat, la última gran invasión de campo y la útlima vez que los granotas arrasaron una categoría. Este domingo recordamos ese 29 de abril de 2017, un día que al menos quien capitaneaba el barco entonces nunca olvidará. Juan Ramón López Muñiz vivió una experiencia "inolvidable" al timón de la nave de Orriols. La recuerda con satisfacción y con mucho cariño, el mismo con el que también le gusta repasar el duro paso por Primera División al año siguiente, pese a su crudeza.
"Aquel encuentro contra el Oviedo era importantísimo, solo hacía falta ver las gradas del Ciutat durante el calentamiento", recuerda Muñiz para Plazadeportiva.com. La realidad es que no era precisamente un partido límite, aquel sábado se jugaba la trigésimo sexta jornada del campeonato y el Levante aventajaba en 19 puntos los puestos de promoción. De no ganar, restaban otras seis citas más para sellar el ascenso, pero "parecía que tenía que ser esa tarde", recuerda el asturiano: "Yo tenía amigos que habían venido desde Asturias y Andalucía adrede para ese partido, como si tuviéramos que ascender ese día. Era como… tiene que ser hoy".
Y ese entusiasmo de sus familiares era, probablemente, menor al que sentía el levantinismo de a pie, que despertó aquel día con ganas de regresar a la élite. Aunque, en realidad, desde el inicio del curso al Levante se le había puesto cara de Primera: "Estuvimos todo el año con una ventaja de 8, 10, 14 puntos… y no solo al descenso, sino también al segundo. Parecía que todos los partidos eran finales. Ese día ves banderas por todos los sitios, el campo lleno en el calentamiento… Y eso te llena de responsabilidad".
Una responsabilidad que se palpó sobre el campo. El equipo empezó nervioso, consciente de la importancia de la cita para su gente por mucha tierra que hubiera sobre sus perseguidores. Roger, entonces máximo goleador de la cateogría -terminó finalmente segundo-, falló un mano a mano cristalino y el Oviedo parecía incluso dominar los primeros compases. A los 54 minutos la cabeza de Postigo devolvió al Levante a su sitio y entonces Muñiz sintió alivio: "Uno se alegra al ver los resultados de su trabajo, pero sobre todo cuando ve que toda la gente que le rodea está contenta por ellos".
Y es que aquel año fue casi perfecto desde el principio, como bien asegura el técnico. Lo que también recuerda nítida es la clave de aquel equipo: la unión y el compromiso. "Todos los jugadores que se quedaron ese verano tuvieron un comprimiso total desde el inicio, y el que no estaba comprometido se fue del equipo. Se quedó aquel que venía a remar", dice rotundo. Además, a él le encantaba particularmente la mezcla de veteranía y juventud que era su vestuario: "La gente experimentada sabía cuáles eran los objetivos y cómo conseguirlos, y la gente joven fue detrás de ellos hasta el final". Todo ello con el apoyo de un Ciutat de València que se engalanó desde el primer día: "El Ciutat te sorprendía, veías familias enteras siguiendo al club, siempre respetaron mi trabajo y eso uno siempre lo recuerda".
El regreso a la élite no fue fácil. "Es lógico, pasamos a otra categoría y veníamos de arrasar", se escuda. "Mientras en Segunda nuestra obligación era ganar más partidos que perder, en Primera era exactamente al revés". Sin embargo, él mismo se sorprendió porque su Levante se readaptó bien a la Primera División. Las primeras cinco jornadas fueron esperanzadoras: 9 de 15 puntos posibles y una victoria por 3-0 ante la Real Sociedad, golazo incluído de Chema Rodríguez, mantenían las aguas de Orriols más que calmadas.
Hasta noviembre, los granotas eran una de las revelaciones de la competición, pero... "llegó la Navidad y se empezaron a torcer los resultados y la paciencia, y esa presión se notó mucho dentro. Nos afectó el ir bajando posiciones. Seguramente, si desde el principio hubiésemos estado en esa pelea entre estar o no estar entre los tres últimos… hubiera sido mucho más sencillo", asegura el técnico.
Llegaron malos tiempos y, como bien rememora Muñiz, aterrizaron los nervios. El año cambió un dígito y en 2018 consiguió 3 de 30 puntos posibles. Lo que pasó entonces, cuenta, se lo olía: "Cuando eres entrenador lo ves venir incluso antes que el resto. Vas viendo esa impaciencia, es lógica cuando empiezas muy bien y vas de más a menos. Estábamos dentro de lo que era el objetivo, pero muy cerca de las posiciones de abajo y ves cómo cada vez va quedando menos… Y es entendible". Tampoco guarda rencor: "Es más fácil vivir situaciones de esas que de las otras. Consigues dos ascensos, pero el resto de tu carrera deportiva sufres mucho para conseguir los objetivos".
Su destitución llegó en la jornada 27, tras un empate a uno ante el Espanyol. Los catalanes anotaron en el minuto 91' después de toda la segunda parte por detrás en el marcador. En la jornada anterior, el Alavés también había marcado en el 94' tras casi todo un encuentro con un jugador más sobre el tapete. La victoria no llegaba, pero tampoco la suerte. El entrenador asturiano recuerda también aquella noche en Mestalla con el gol anulado a Coke: "Ahí empezó un poco la dinámica negativa, ganas al Valencia ese día y todo vuelve a la normalidad. Pero no ocurre, y es todo cosa de nervios y paciencia. Cuando estás en esa situación miras más el marcador para ver el tiempo que para ver el resultado. Y cuando pierdes en el descuento llegas al vestuario roto".
Y detrás de él, después de cosechar solo tres triunfos, llegó Paco López. Hay "un momento clave" entonces. Cambió el jefe y el equipo fue capaz de ganar en Getafe: "Toda esa suerte que no habíamos tenido en los partidos anteriores, en el Coliseum sí existió. Me acuerdo perfectamente de ese partido y el Getafe tuvo sus ocasiones, pero el que las aprovechó fue el Levante. ¿Qué pasa? Que esa victoria dio tranquilidad. Muchas veces cuando un entrenador dice que necesita un partido más es por eso, porque una victoria puede arreglar muchas cosas y sobre todo tranquiliza a todo el mundo. Y vuelves a trabajar con optimismo".
Es lo que, según relata, le pasó al técnico de Silla. "Si entras y al principio eres capaz de ganar algún partido, el equipo cree. Si no, sigue la misma dinámica y tienes dificultades". Y desde ese flash a lo que es el Levante hoy, un equipo afianzado en Primera y, posiblemente, con otro tipo de objetivos más allá de la salvación in extremis: "Recuerdo mi año y nuestro presupuesto era escaso. Hablaba con la dirección deportiva e intentábamos hacer cosas, pero no se podía. Ahora es un poco diferente: llegó la televisión, el club saneó sus problemas económicos, además hay una buena gestión… Poco a poco el Levante puede ir aspirando a conseguir otras cosas", afirma un entrenador que, pese al último calvario, se ganó un hueco importante en la historia del levantinismo.