VALÈNCIA. El deporte no tiene género en sí mismo, ni establece condiciones aparte dependiendo de tu sexualidad. Cualquier etiqueta que le pongamos, en este sentido, no es determinativa, sino sola y simplemente explicativa, orientativa. No existe el fútbol femenino: existe el fútbol, practicado por mujeres y por hombres y por niños y por niñas. Ni el baloncesto tiene reglas diferentes, ni en balonmano defienden de otra manera, ni en hockey utilizan otros medios, ni en atletismo o natación las distancias son más o menos cortas. Solo cambia el sponsor, el patrocinador que da cobertura al deporte practicado y, con ello, el público asistente. Una cosa va unida a la otra, sin duda.
He disfrutado como un chiquillo viendo este pasado mundial de fútbol celebrado en Francia que recientemente ha vuelto a ganar Estados Unidos. Y también con la selección española de baloncesto ganando, otra vez, el europeo frente a Francia. Es un espectáculo en sí mismo cuando se mira sin entrar en inútiles e improductivas comparaciones, sobre todo cuando la perspectiva que se tiene de dicha comparación suele ir acompañada de cierta dosis de machito de corral. Pero puestos a comparar, me voy a centrar esta vez en el fútbol: veo que se cometen los mismos errores en el juego, se le pone la misma intensidad, se tienen también los mismos aciertos en defensa y en ataque, idéntica solvencia, tensión y tenacidad. No veo distinción alguna salvo en algunos pequeños detalles. Y digo pequeños de manera eufemística: descubro que no hay tanta tontería, a nivel individual y grupal, en las jugadoras, que no se sienten estar por encima del bien y del mal, sino que practican, con profesionalidad, un deporte que aman. No veo diosas del Olimpo, al menos en su trato, en su cercanía y en su saber estar en el campo. Fíjate: una tontería menos, ganan chicas. Tampoco veo esa continua falta de respeto que muchos futbolistas tienen hacia los árbitros: no he visto a ninguna jugadora encararse, en su protesta, a menos de dos centímetros de su cara. No he visto desprecios que sonaban a “más valgo yo, que cobro una buena pasta más que tú”, ni he visto tampoco una violencia ni una agresividad que roza lo indigno. He podido ver juego duro, entradas fuertes, piques, todo lo que tú quieras, pero nada más allá de lo que pudiera considerarse normal en estos deportes de contacto y enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Por tanto, he visto más fútbol que en muchos partidos disputados por hombres, otra vez ganan chicas. Y no lo digo por demagogia: hay que ver estos partidos esperando otras virtudes técnicas y físicas que no son inferiores a las de nadie, ni son, en sí mismo, diferentes: solo se aplican de un modo distinto, con otra solvencia y plasticidad, otra estética, otra dinámica, otro diseño en su realización. Porque el fútbol (y el deporte en general) es extremadamente permeable a la pluralidad, a lo heterogéneo, a la singularidad de cada jugador o jugadora: sin un patrón de juego, ni de técnica, ni de movimiento todo se hace más espontáneo, más natural, más pasional si se quiere. Este es el punto más álgido de este fútbol: la pasión con la que juegan.
La mujer que practica algún deporte no debe ganarse el respeto de nadie: el respeto le pertenece. Lo que no se le debe hacer es faltarle ese mismo respeto con eufemismos tales como “no mueven masa social”, “no es lo mismo que un partido de hombres” o “se les nota mucho la gran diferencia”. No, eso no es así: no sé quién nos ha convencido de que esto ocurre de verdad ni con qué intención. La camiseta de Estados Unidos ha sido la más vendida del año a nivel mundial por la empresa fabricante, por delante de equipos (de primer nivel) masculinos. El partido de la selección española contra la propia Estados Unidos fue uno de los eventos deportivos más vistos del año, la final del domingo entre España y Francia en baloncesto no creo que tuviera menos gente delante de la pantalla que un Juventud vs Unicaja, por ejemplo. No es cuestión de números, sino de respeto y de entender que no es la comparación el mejor de los caminos, porque todos y todas salen perdiendo. Lo que sí creo es que, de una vez, los patrocinadores deben dar su apoyo al deporte, practique quien lo practique, y que lo haga con el respeto que se merecen unas y otros. Y ahí la paridad debe ser innegociable, porque tanto derecho tienen ellos como ellas de que se les valore por su profesionalidad, como ocurriría (o debería ocurrir) en todas las parcelas profesionales. Y tampoco ayuda que se hagan excentricidades tales como esa universidad holandesa que solo va a contratar profesoras para dar coba ¿a quién? La igualdad no se trata de eso: no me gusta que los deportistas hombres ganen más que las mujeres como no me gustaría que fuese al contrario, porque el deporte no tiene género, pero tampoco muchas de las cosas que hacemos lo tienen. Lo que sí sé es que el próximo campeonato de fútbol practicado por mujeres sea debidamente promocionado y con la cobertura mediática al máximo nivel. Y que la gente, de una vez, llene pabellones, estadios, gradas y porque es triste ver algunos partidos del más alto calibre competitivo, con una asistencia mínima: si de verdad la gente quiere que todo sea equiparable, debe hacerse partícipe, de una vez, de ese cambio y asistir a estos eventos deportivos. Verás cómo así habrá más medios de comunicación y más patrocinadores. Ellas trabajan con una profesionalidad excelente, es decir, ya lo han puesto todo de su parte, no les sigamos fallando.