VALÈNCIA. Los aficionados al deporte agonizamos después de semanas de inanición. Creo que seguimos vivos gracias a que permanecemos enganchados al gotero de ‘The last dance’, el ya archiconocido documental sobre los Chicago Bulls de los 90 y, sobre todo, Michael Jordan, su estrella. Llegamos a los lunes boqueando como pececillos fuera del agua y, justo entonces, las historias de aquel ganador compulsivo nos insuflan algo de impulso.
Si te entra el agobio entre dosis y dosis, siempre puedes entrar en Teledeporte y encontrar alguna reliquia deportiva. A mí, esta semana, me chivaron que estaban dando la final de la Copa de Europa que el Dorna Godella del Maestro Vukovic ganó al Como italiano en Plà de l’Arc. A muchos, imagino, les sonará a la prehistoria, pero aquel partido fue uno de mis primeros trabajos como periodista en València y me trajo recuerdos muy gratos.
Los deportistas, mientras tanto, siguen su puesta a punto para cuando vuelva a subir el telón y el mundo, de cuarentena todavía o no, se lance al consumo de espectáculos deportivos. Y en este periodo de transición vuelve a llamar el contraste entre unas especialidades y otras. Y hasta entre un género y otro. El fútbol y el resto. El hombre que va a reanudar sus ligas y las mujeres que se despiden sin pasar por las canchas y con partidos pendientes.
El Banco Santander organizó un coloquio esta semana en el que los entrenadores de dos de las grandes leyendas del deporte español se quejaban por esta marcada desigualdad. “Soy aficionado al fútbol, me gusta mucho el Barça. He ido al campo, tengo fotos con Piqué y Messi. Ahora bien, me cuesta ver a Messi entrenándose ya mientras Mireia (Belmonte) no puede hacer nada todavía”, se lamentaba Fred Vergnoux. Fernando Rivas, el preparador de Carolina Marín, que sigue confinada en Huelva sin pegar un raquetazo, se quejaba, a su vez, porque se está usando el fútbol “como un juego de gladiadores para entretener a la gente confinada en su casa”.
Los deportistas se frustraban cuando no podían salir de casa, pero la sensación se acentúa cuando se cae en el agravio. Porque si nadie puede hacer nada, da rabia pero bueno, están todos igual, pero cuando unos pueden disfrutar de unos privilegios que se les niegan a otros, eso ya escuece.
Durante el encierro más severo, algunos atletas valencianos, de cuarentena en casa con sus familias, se tiraban de los pelos cuando veían los ‘stories’ de Instagram de algunas atletas de Rafa Blanquer ‘entrenando’ -en realidad, dando saltos sobre un colchón situado al final del salón- en casa y se preguntaban cómo podían estar cuatro o cinco deportistas reunidas en un mismo inmueble junto a un hombre en edad de riesgo.
Aquello en realidad no era más que un juego. La indignación, envidia o llámalo como quieras se disparó el jueves cuando una atleta del València, la lituana Modesta Juste Morauskaite, entrenada también por Blanquer, una institución en la ciudad, subió también unos ‘stories’ en los que mostraba que habían sacado material no se sabe de dónde, habían colocado unas vallas en medio del jardín del Tramo III, junto al Estadio del Turia, y se habían puesto a entrenar tan ricamente.
Desde la Fundación Deportiva Municipal aseguran que ese material no era suyo, sino del club de atletismo, y que, por tanto, ellos se lavaban las manos. Y recordaban que ya salió publicada en el BOE la orden de Sanidad que autoriza, siempre que sean Deportistas de Alto Nivel (DAN), “utilizar los implementos deportivos y equipamiento necesario”.
Yo no digo que las vallas no sean del club, por qué iban a mentirme, pero sí me planteo una serie de dudas. ¿Qué sentido tiene cerrar una pista de atletismo a atletas DAN si resulta que sí pueden entrenar con el material que necesiten en medio de un parque? Y si mañana sale un lanzador con un martillo y otro con la jabalina, ¿también estará permitido?