VALÈNCIA. El término “viuda”, aplicado al fútbol, es una definición de reciente creación. Se utiliza en tono peyorativo para señalar con el dedo acusador a los periodistas que elogian la excelsa figura de Marcelino. A los nostálgicos de su paso por el club. Y también a esos que anunciaban a los cuatro vientos lo que iba a suceder con el Valencia y que, por desgracia, el tiempo ha dado la razón. Lo fácil para el denunciante es decir: “Marcelino les filtra información y éstos le defienden. Por eso critican su destitución”. Una explicación demasiado simple. Carente de fundamento. O, quizás, una campaña parida en las redes sociales por alguien del departamento de (in)comunicación del club. Que a estas alturas ya no nos extraña nada…. Para ellos, mi amigo Manolo Montalt, un tipo con mucha gracia, estuvo brillante: “Más vale ser viuda que geisha”. Me parto.
La figura de Marcelino García Toral representa la lucha del pueblo de Mestalla contra el poder absolutista de Peter Lim. Contra la tiranía deportiva asiática. Marcelino es un símbolo para el valencianismo. Su destitución tras ganar la Copa es una herida todavía abierta. Su adiós fue un cese entre lo injusto y lo inexplicable. Una machada de Lim. A lo grande. Hace unos días, el regreso del entrenador a la Liga reabrió el debate mediático. Como también la cercanía de ese partido de febrero ante el Athletic. Con MGT en el banquillo de San Mamés. Incluso a más de uno se la ha puesto la piel de gallina al verlo afrontar una nueva final, en este caso la Supercopa, ante el FC Barcelona. Es que aún nos pasa poco…
Marcelino no me acaba. Lo reconozco. Le sigo muy de cerca desde que lo entrevistaba cuando jugaba en el Levante años ha. Tiene cosas que no me gustan. Entre ellas la de convertir Paterna en el Marcelino FC. O la de salir mal de todos los clubes a los que entrena. Pero reconozco que hizo un gran trabajo en el Valencia. Ahí están los resultados. No hablamos de gustos, ni de empatías, sino de datos objetivos. Un título como la Copa, y recuperar los puestos Champions, es algo muy complicado de conseguir. Y hay que ponerlo en valor. No es nada sencillo y muchas veces se tardan años en repetirla gesta. Tras el triunfo de 2008 con Koeman en el banquillo, el Valencia tardó once años en volver a tocar metal. Y esta final de la Supercopa la van a disputar los entrenadores que lograron las dos últimas Copas con el Valencia. Curioso ¿no?
Marcelino no inventó nada cuando entrenó al Valencia. El técnico asturiano se limitó a recuperar un modelo que siempre ha funcionado en Mestalla, a lo largo de sus más de cien años de historia. Esa es, para mí, su principal virtud. Rescatar ese made in Valencia que siempre nos ha hecho grandes. Esas señas de identidad. Esa marca que se exportó a nivel internacional y que hizo que el Valencia traspasara fronteras, hasta darse a conocer a nivel mundial. Ese equipo bronco y copero que tanto molestaba en Madrid. Marcelino cogió la senda que otros inquilinos del banquillo de Mestalla habían tomado con anterioridad. Los Claudio Ranieri, Héctor Cúper, Rafa Benítez y compañía…. De eso yo sí que me siento “viuda”. De ese modelo perdido.