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análisis | la cantina

El Everest de Daniel Komen

17/02/2023 - 

VALÈNCIA. Lamecha Girma y Mo Katir corrían como si estuvieran endemoniados. Por la cuerda parpadeaban las luces de colores, lo que se conoce como la ‘wavelight’, anunciado al efervescente público de Liévin, al norte de Francia, que se estaba tambaleando uno de los récords más míticos del atletismo: los 7:24.90, en los 3.000 metros bajo techo, de Daniel Komen, una especie de ser mitológico que puso patas arriba las pruebas de fondo entre 1996 y 1998. Esa plusmarca, como la que logró el keniano medio año antes al aire libre (7:20.67), estaba considerada algo así como el Everest del atletismo.

Hasta el miércoles.

Porque cuando la última liebre, asfixiada, se hizo a un lado a falta de 1.300 metros, Girma no titubeó y siguió al mismo ritmo: un pelín por debajo de los treinta segundos cada vuelta. El etíope llevaba tres años apuntando al Everest y sabía, su corazón se lo decía, las luces se lo decían, el público se lo gritaba, que ese era el día para coronar la cima. Solo había un problema, a su espalda, con el pelo recogido, un español resistía su paso. Mo Katir, el hombre que está arramblando con todos los récords del fondo y mediofondo en España, seguía su estela.

Las vueltas fueron cayendo en la que estaba siendo una de las mejores carreras de los últimos tiempos y, mientras, subía y subía la temperatura dentro del Arena Stade Couvert de Liévin. Solo en los metros finales flaquearon las piernas de Katir. El muleño cedió ante Girma, que batió la plusmarca mundial con un tiempo de 7:23.81, pero aún resistió y logró la segunda mejor marca de siempre, 7:24.68, que es un nuevo récord de España y de Europa.

Katir se beneficiaba de la estrategia perfecta de Girma. El etíope quería salir más rápido, ser más ambicioso, pero los organizadores lograron convencerle de que era mejor ser más conservador y correr en negativo. Sus parciales en cada mil fueron: 2:28.49, 2:29.89 y 2:25.43, con un primer 1.500 en 3.43 y el segundo en 3.40.

Veinticinco años después caía el récord del mundo de Daniel Komen.

El keniano fue un portento, pero también una estrella fugaz que alborotó el panorama del fondo durante un par de años. Después prácticamente se esfumó. ¿Su fama, entonces, de dónde viene? Pues de dos años prodigiosos y, sobre todo, de los 67 días que transcurrieron entre el 3 de julio y el 7 de septiembre de 1996.

Komen, a quien nunca le obsesionaron las medallas ni los grandes campeonatos, fue como uno de esos boxeadores feroces que no miden sus esfuerzos. Él siempre iba al máximo. Quizá por eso duró tan poco. En esas diez semanas, Komen, que se quedó fuera de la selección de Kenia para los Juegos de Atlanta tras ser cuarto en los Trials, corrió diez carreras: un 1.500, la prueba de las dos millas, cuatro de 3.000 y otras cuatro de 5.000. En este tiempo, Komen logró nueve victorias, tres récords mundiales y una sola derrota (fue tercero en un 1.500 celebrado en Colonia).

Daniel había crecido en una familia pobre rodeado de trece hermanos. Cada día, fiel al patrón de los grandes prodigios surgidos del valle del Rift, recorría varios kilómetros para ir a la escuela. Ya de niño empezó a correr y con 14 años le descubrió Joseph Chesire, un corredor de 1.500 que había sido cuarto en los Juegos de Los Ángeles’84 y en Barcelona’92, en la carrera que encumbró a Fermín Cacho. Chesire ofreció a su nuevo talento a Kim McDonald y Duncan Gaskell, socios de la agencia de representación fundada por el primero y que guio los pasos de Steve Ovett, Sonia O’Sullivan, Peter Elliott, Liz McColgan o Moses Kiptanui, que fue algo así como el mentor de Komen.

En 1995, de hecho, Komen hizo de liebre a Kiptanui el día que batió en el Olímpico de Roma el récord del mundo de 5.000. Sorprendentemente, no se retiró, siguió corriendo y entró a solo un segundo del ganador. Antes ya había destacado como júnior, con un doble título, en 5.000 y 10.000, en el Mundial de Lisboa.

Pero lo gordo vino en 1996 y en esas diez semanas insultantes de Komen. Su primer bocado lo dio el 14 de julio, cuando arrasó el récord del mundo de las dos millas de Haile Gebrselassie. Era la época en la que el etíope, que ese verano se proclamó campeón olímpico de los 10.000 metros, era conocido como el ‘Emperador’. Luego fue a por la plusmarca de los 3.000, que estaba en poder de Nourredine Morceli (7:25.11) desde hacía dos años. En los dos primeros intentos la rozó. En el primero, en Montecarlo -el segundo fue en Bruselas-, probablemente no lo batió porque se dedicó a saludar al público en la recta final. Así era Komen.

Pero en Zúrich, en la Weltklasse, demostró quién era. Ese día, el 14 de agosto de 1996, pasó a los anales de la historia por su forma salvaje de correr durante los dos últimos kilómetros, por los cambios de ritmo con los que zarandeó a Gebrselassie y por cómo explotó el etíope, rendido, en la última curva mientras Komen corría lanzado hacia un nuevo récord del mundo de los 5.000 metros (12:45.09).

Diecisiete días más tarde, la primera tarde de septiembre, sin grandes descansos entre carrera y carrera, Komen entró en la pista de Rieti y dinamitó, con 21 años, el récord mundo de los 3.000 metros de Morceli: 7:20.67. Acaba de plantar, dando vueltas a menos de un minuto, el primer Everest. Su verano triunfal lo redondeó el 7 de septiembre, en Milán, con la victoria, corriendo un 5.000 en 12:52.38, en la final del Grand Prix.

El siguiente invierno fue el del otro Everest, el del récord del mundo de 3.000 en pista cubierta. Y en verano llegó su única gran medalla de oro, la que consiguió en la final de los 5.000 del Mundial de Atenas. En el verano de 1997, además, bajó de 3.30 en 1.500 (3:29.46 en Montecarlo) y batió el récord del mundo de 5.000 (12:39.74).

En los siguientes años se fue apagando lentamente. Sus marcas aún fueron notables, pero lejos ya de la exuberancia de 1996 y 1997. Sus récords de 3.000 fueron inalcanzables para Gebrselassie, Kipchoge, El Guerrouj y todos los grandes fondistas que vinieron después. Hasta el miércoles, la noche en que un etíope, Girma, y un muleño, Katir, alcanzaron al fin el Everest.

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