VALÈNCIA. En el número 27 de la calle Reis Catòlics de Aldaia está la ferretería El Clau Tort, un comercio que lleva años funcionando y que combate con diligencia, variedad, buenos precios y consejos la proximidad de las dos cadenas de mastodontes del gremio instaladas en el centro comercial Bonaire. Entre las cuatro paredes del local, encuentras soluciones para enfrentar cualquier roto doméstico. Y te marchas a casa con una sonrisa tras hablar un ratito con Carlos y su hijo, sus propietarios.
El vestuario del Valencia hace tiempo que dejó de combatir como hace Carlos en su sector a los grandes depredadores de LaLiga. El desmantelamiento del local es evidente, escasean los activos con valor. La poda de talento y el abandono, por descuido o por voluntad, o por ambas cosas, de Meriton, han dejado las paredes limpias y con escasas herramientas.
Rubén Baraja y Carlos Marchena han caído en un negocio sin utillaje, nada que ver con El Clau Tort o sí, porque la mayoría de sus clavos están torcidos y descabezados. La pareja, con apenas material, tiene que rehabilitar un equipo de élite que se cae a pedacitos. Paredes que se desconchan, fugas de agua, humedad excesiva, grietas en pisos y techos, fallos en la instalación eléctrica, desagües en mal estado, aislamiento térmico deficiente, goteras, presencia de plagas... ¡Esta casa es una ruina!
Se apañan como Angus MacGyver en la famosa serie de televisión ochentera, con una cinta americana y un chicle. Y, como MacGyver, tienen que tirar de ingenio y de valentía. Y llega el Villarreal a Mestalla, con Quique Setién y su caja de herramientas de una multinacional del azulejo. Y les pedimos que ganen, porque el equipo necesita ganar, claro, o el edificio se derrumba. La derrota en Cádiz y Almería hizo daño. Y quedan cinco dramáticas finales.
Y empieza el partido y el Submarino empieza a torpedear el área. Y la balsa de Mestalla empieza a perder tablones y se sostiene de milagro. Pero Baraja y Marchena la parchean. Cuatro clavos, cinta americana y lista. Y acaba el partido y flota. Se sostiene. Con tres niños, Javi Guerra, Diego López y Alberto Marí; un lateral, Lato, al que le has hecho una oferta de risa para que continúe; dos veteranos crepusculares, Paulista y Cavani; un central, Diakhaby, que es una ruleta rusa. Y tipos indolentes como Thierry Rendall o Ilaix Moriba; un jugador confuso como Yunus; un jugón, cedido, que se lo juega todo y muchas veces elige mal como Samu Lino; un portero georgiano que te ha dado puntos toda la temporada, pero que hoy es un flan. Con ellos, el capitán Gayà, que cada vez que se equivoca es como si le dispararan con una pistola de clavos porque de sentido de pertenencia va sobrado y la deriva le duele. Un cedido como Nico, que pone orden pero al que el físico no le da para aguantar 90 minutos; y un liviano centrocampista portugués con criterio para jugar el balón como André Almeida, nada acostumbrado a jugar con la carga de metralla que le golpea en España.
Y Baraja y Marchena, que nunca se han visto en un banquillo de élite, están de prácticas en medio de un huracán. Apostaron fuerte lanzándose, desarmados, en paraicadas sobre una jungla llena de trampas. Si superan el paso del ciclón, se habrán doctorado. Los dos, cuando jugaban, pedían el balón. No se escondían. Ahora, en el banquillo, tampoco huyen del desafío. De momento son valientes, juntar a tres niños contra el Villarreal requiere arrestos. En el norte, en las Rías Baixas, volverá a llover. ¿Jugarán los niños? ¿Aguantará la balsa? ¿Queda cinta americana?