VALÈNCIA. Cuando Caitlin Clark era una niña muy niña, su padre, Brent Clark, le prohibía tirar de lejos pese a que su hija insistía. La norma duró hasta que cumplió los diez años. Pero muchos días, cuando llegaba temprano a la escuela, se iba con sus hermanos Blake y Brent a la cancha y se ponía a tirar a canasta. Al final llegó un momento en el que el padre se vio obligado a quitar un trozo de césped del jardín porque la cancha se había quedado pequeña para Caitlin, que cada vez lanzaba de más lejos.
Caitlin tiene ahora 21 años y tiene al mundo del baloncesto rendido a sus pies. Su facilidad anotadora, sus números, su comprensión del juego y su carácter competitivo la han hecho despuntar en el prestigioso deporte universitario de los Estados Unidos. Su equipo, los Iowa Hawkeyes, ha alcanzado la final de la NCAA después de varias exhibiciones de su base de 1,83, una joven para quien la línea de tres puntos es una referencia casi ridícula. Caitlin, como aquella niña que tiraba a canasta en el patio trasero de su casa en Des Moines, mantiene su querencia a tirar de lejos y muchos de sus lanzamientos llegan desde los ocho o los nueve metros.
No son tiros a la desesperada, los típicos de final de cuarto cuando sólo quedan uno o dos segundos para suene la bocina. Para nada. A Caitlin le gusta tirar desde muy lejos y muchos ya la conocen como la chica del logo, pues muchas veces lanza desde el dibujo que hay en el centro de la cancha. Este rasgo no es una excentricidad. La base de los Hawkeyes tiene muy buena mano desde esas distancias y sus porcentajes son mejores desde ahí (tiene un 44% desde los ocho o los nueve metros) que más cerca (un 33,9%). Es más, muchos de esos tiros son en transición, en carrera.
Su genialidad ha llevado al equipo de Iowa a la Final Four de la NCAA. Una vez ahí, siguió brillando. En las semifinales metió 41 puntos, cogió seis rebotes y repartió ocho asistencias. Y en la final, donde cayó frente al equipo de Lousiana State University (LSU) que lidera Angel Reese -otro talento al que mira todo el mundo-, sumó treinta puntos y ocho asistencias.
El éxito no es nada nuevo para esta chica que no se ha movido del Estado de Iowa. Hay que volver a su niñez para rescatar una anécdota de sus inicios, cuando la pequeña Caitlin, que empezó a practicar el baloncesto a los cinco años, jugaba en un equipo de chicos. Ganaron muchos partidos y al final de uno de ellos, el padre de un niño del equipo contrario protestó y dijo que no había derecho a que las chicas jugaran con los chicos...
Siempre estuvo dotada para el deporte. Con sólo dos o tres años se movía y los mayores detectaban una capacidad motora y de coordinación poco comunes. La niña, además, era muy competitiva y, desde chiquita, demostró tener habilidad para tirar a canasta. Sus padres, al ver tanta energía, enfocaron a su hija hacia el deporte: voleibol, fútbol, sóftbol, baloncesto... En el softbol iba tan adelantada que todo se volvió demasiado lento para ella y eso fue lo que determinó su definitivo salto a la pelota naranja.
Su afán de superación y el hecho de estar rodeada de chicos -una mujer que creció entre dos hermanos, y una mayoría de primos varones, como muchos de sus vecinos en West Des Moines- hizo que creciera sin plantearse límites. Pero fue en el equipo de All-Iowa Attack donde terminó de explotar al verse rodeada de chicas mayores que ella a quienes podía enfrentarse y desafiar a diario. Ya entonces empezó a sobresalir por su ética de trabajo, otro de sus distintivos.
Aunque nada comparado con su facilidad para anotar de lejos, muy lejos. Cada día aparecían nuevos talentos por la cancha y su padre, Brent Clark, entendió que tenía que proteger a su niña. Brent descartó todas las universidades que estuvieran lejos de casa, equipos de baloncesto que alejaran a Caitlin de su familia, uno de los pilares de su vida. El 12 de noviembre de 2019, anunció que sería un 'ojo de halcón' y que no se movería de Iowa.
El día de su debut universitario firmó un partido con 27 puntos, ocho rebotes y cuatro asistencias. A partir de ahí empezaron a lloverle premios y reconocimientos de todo tipo. También con la selección de los Estados Unidos, con la que se ha proclamado campeona del mundo sub16 y sub19 (en dos ocasiones). Su entrenadora en los Hawkeyes es Laura Bluder, una histórica que lleva en Iowa desde el año 2000 y que ha sido elegida tres veces mejor entrenadora del año en el Big Ten, ha visto cómo Clark ha roto todos sus esquemas y sus nociones del baloncesto. Bluder ha tenido que aceptar los tiros lejanos de su jugadora porque las estadísticas eran irrebatibles. Caitlin parecen haber llegado al baloncesto para romper todos los esquemas, para revolucionar el juego y llevarlo a la siguiente dimensión. Los aficionados aún recuerdan aquel partido de febrero de 2022 contra Michigan en el que Bluder sólo tenía a siete jugadoras. Su equipo perdió, pero llegó un momento en el que la entrenadora se vio obligada a decirle a Caitlin que hiciera lo que quisiera. Ese día su base terminó con 46 puntos, 25 de ellos en el último cuarto, incluido un triple desde la eme de Michigan, en el centro del campo.
Aunque Caitlin Clark no quiere correr. Aún le queda un año en Iowa antes de graduarse y presentarse al draft en 2024. La WNBA ha dejado de ser la panacea para el deporte profesional estadounidense. La cumbre de su baloncesto solo ofrece doce equipos y 144 plazas. Del último draft, sólo dieron el salto diecisiete jugadoras. Por eso muchas optan por apurar su tiempo en los campus universitarios y otras se ven obligadas a buscarse un hueco en Europa. Que nadie piense que en Washington, por ejemplo, los Mystics están esperando a la española Txell Alarcón, elegida esta semana en el puesto 32 del draft de la WNBA.
Aunque casi nadie duda que Caitlin Clark, como Angel Reese, tendrá un sitio en la mejor liga del mundo. Mientras tanto, su madre, Anne, de ascendencia italiana, seguirá haciendo cannoli para todo el equipo y las audiencias de sus partidos irán en aumento más y más.