/ OPINIÓN

El caso Newcastle y la nueva evidencia: clubes sin ciudades

14/10/2021 - 

VALÈNCIA. La llegada, al fin, del fondo soberano de Arabia Saudí (PIF) a la propiedad del Newcastle ha hecho recordar, en versión local, los efluvios públicos y callejeros de cuando Lim en València. Ni el Valencia es el Newcastle ni Lim es Mohamed bin Salmán (MBS). Pero son inevitables algunas semejanzas: la celebración de la hinchada, asqueada tras años de atonía y desencanto; la fuerza de las soluciones milagro, como una píldora que al ingerirla cambia todo los males propios. El mayor paralelismo, en cambio, tiene que ver con la misma fuerza que anega a la industria del fútbol y que se explica con fuerza en Mestalla: la caída de los entornos locales. Lo debatíamos en julio: hacia los clubes sin ciudades.

Los aficionados del Newcastle celebran ufanos con la misma iconografía que cuando el Gordo de la lotería cae en Sigüenza. ‘Pero es que Bin Salmán troceó a un periodista incómodo y solo le faltó preparar con sus restos un 'steak tartar’, acusan quienes pretenden que el fútbol y el Newcastle sean la avanzadilla ética. Los hinchas, en mitad de su jarana, parecen querer contestar: ‘¿a cuántos más hace falta que trocee para que juguemos la Champions League?’.

Planteaba Walter Oppenheimer, en El País, las múltiples contradicciones de quienes ven en el caso del Newcastle el gran conchabeo del fútbol con el dinero sucio. Por ejemplo, es el propio gobierno británico el que anima a las empresas a hacer negocios con Arabia Saudí, con unas relaciones tan fértiles que en el primer trimestre del año depara para el Reino Unido un superávit comercial de 8.000 millones.

El caso del Newcastle demuestra, con especial efecto, hasta qué punto es compleja la diatriba en la que se encuentran gran parte de los entornos de los clubes: la impotencia para competir en un marco turboindustrial donde los rivales están más lejos que nunca, se alimenta de la concatenación de gestiones cercanas erráticas (en esta ocasión, Mike Ashley) y lleva a entregar enseñas cargadas de simbolismo e historia a un fondo remoto. El supuesto atajo hacia el éxito conlleva lo que ya sabemos: cuando esa misma hinchada vuelva a salir a la calle para fiscalizar a los propietarios, sus súplicas no tendrán apenas influencia; habrán perdido todo control sobre lo que creen que es en parte suyo.

El precio a pagar por tener un futuro competitivo pasa por entregar el peso que ejercía el entorno, la ciudad. Un sacrificio que se cree justificado y colateral. Ese contexto de tan escasa resistencia es aprovechado ferozmente por fondos y poderes cuyo interés es la especulación financiera o el blanqueamiento reputacional. Si antes existía un mínimo decoro por seguir disimulando que el fútbol europeo era un juego entre entornos geográficos, la pelea ahora es entre intereses que apenas nada tienen que ver con el club de referencia, utilizado solo como plataforma circunstancial con la que lograr otros réditos.

Todo está bien si todo sale bien. Cuando alguno de esos fondos propietarios se canse, tenga un mal ciclo financiero o vea comprometida su reputación después de varios descalabros seguidos, clubes como el Newcastle probarán que no les queda ni derecho al pataleo. ‘Love Arsenal, Hate Kroenke’, gritan los hinchas gunners contra su propietario, acaso convencidos de que el poder de su club sigue instalado en el norte de la capital de Inglaterra.


Somos aficionados de clubes que ya no habitan en la misma ciudad en la que el equipo juega sus partidos. Newcastle o Valencia ya no son lugares, sino 'namings'. Por mucho que convenga simular que todo sigue medianamente como siempre.

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