VALÈNCIA. El otro día, mientras berreaba por los callejones sucios y emponzoñados del Twitter, alguien me mostró la luz. Yo maldecía a aquellos del copia y pega porque habían logrado que mucha gente se refiera al Palau Luis Puig, en esa manía por valencianizarlo todo, como el Palau Lluís Puig. Y siempre que lo leo o lo escucho, me indigno porque aquel hombre, el presidente de la Unión Ciclista Internacional (UCI), no se llamaba Lluís sino Luis. Igual que si algún día el Ayuntamiento decide crear un premio de periodismo con mi nombre, cosa que dudo, confío en que lo nombre Premio Fernando Miñana y no Ferran Miñana. Porque, si lo hace, prometo levantarme de mi tumba y proporcionarle al creador de este desaguisado unas noches terroríficas.
Pero ocurrió, decía, que, de repente, alguien me pasó un pañuelo por la barbilla, me limpió la espuma que salía por mi boca y me presentó de manera virtual al nieto de Luis Puig. Así que al día le llamé.
Resulta que a Diego Puig le daba tanta rabia que nadie reconociera la importancia de su abuelo, de quien se dice que ha sido, después de Juan Antonio Samaranch, el dirigente deportivo más importante de este país, que decidió recopilar todo el material que habían heredado los tres hijos del presidente de la UCI para crear una página web en su memoria, y si aquello despertaba interés, pues, quién sabe, quizá hasta hacer un documental.
No anduvo lejos. Diego Puig llegó a reunirse con notables periodistas de este país y hasta llamó a las puertas de Michael Robinson, pero el pobre Michael no estaba ya para más informes. Así que se resignó y siguió divulgando por su cuenta la memoria del abuelo. Y lo explica en luispuig.org: "Este proyecto nace porque un día sentí la necesidad de hacer algo por recordar a mi abuelo".
Antes de todo esto, fue un día a hablar con su padre, José Puig, el mediano de sus hijos, y le pidió todo lo que guardara de él. Días después volvieron a verse y el padre le entregó al hijo una caja con no demasiados recuerdos.
Diego, que hoy tiene 43 años, abrió la caja lleno de ilusión, pero no escondía mucho premio: unas fotos, acreditaciones y algún que otro carné. No era gran cosa. Pero luego se fijó y vio que debajo de todo había una carpeta donde alguien había anotado algo muy sugerente: 'Vivencias de un presidente'. Luis Puig había empezado a trabajar en su autobiografía.
Aquello conmovió al nieto, que se emocionaba con cada línea recordando al hombre bondadoso y cariñoso que murió cuando él tenía 12 años. "Son solo treinta páginas de su puño y letra, pero tardé casi un mes en leerlo completo porque enseguida me ponía a llorar", rememora Diego Puig, quien, con aquella lectura, viajaba en el tiempo para reencontrarse con sus abuelos en la casa que tenían en Picassent. Allí, de manera recurrente, los padres de Diego dejaban al chaval en verano o algunos fines de semana.
Veranos como aquel de 1988 en el que estaban viendo el Tour en Picassent cuando el teléfono comenzó a sonar. Diego recuerda el alboroto que se montó cuando alguien le informó a Luis Puig de que se estaba estudiando expulsar a Perico Delgado por dopaje. "Mi abuelo estaba indignado, así que salió disparado hacia el aeropuerto para coger el primer a París. Al día siguiente Perico Delgado ganó el Tour...".
Aunque también descubrió, durante la lectura de la autobiografía de su abuelo, que, misteriosamente, faltaba una página, la número 28, donde Luis Puig parece ser que contaba el episodio de Perico Delgado. Alguien la había arrancado. "Sus memorias, muy esquemáticas, empiezan contando cómo intentó olvidarse de los horrores de la Guerra Civil dedicándose al deporte. Pero la autobiografía es muy cortita. Se ve que empezó y enseguida se murió".
Luis Puig nació en L'Alcúdia en 1915 y murió en València, con 75 años, en 1990. Antes practicó el atletismo, la natación y, sobre todo, el hockey hierba -es este deporte llegó a jugar un partido con la selección española- en el equipo de la Universidad de Valencia, donde estudiaba Medicina. Hasta que murió su padre, que era el alcalde de L'Alcúdia, y tuvo que hacerse cargo de la familia.
Su etapa como dirigente empezó en la federación de hockey hierba, pero después de un disgusto la dejó y pasó a dirigir la de ciclismo, donde puso en marcha la Vuelta a Valencia. Había quien no entendía la pasión de Luis Puig por el ciclismo, considerado un deporte "de alpargata", pero su presidente estaba convencido de que él lo iba a dignificar. La Federación Española llegó a nombrarle director técnico y cuando viajó al Tour descubrió que competían en inferioridad de condiciones. Al año siguiente viajó a Milán y compró catorce bicicletas, cien tubulares y una caja de piñones. Poco después, en 1955, Miguel Poblet se convirtió en el primer español que vistió el maillot amarillo. Y, ya en 1957, le tocó lidiar con la lucha de egos entre Bahamontes y Loroño. "Con este dúo de monstruos del ciclismo me toca a mí coordinar lo que no se puede coordinar", contaría después. Y muchos años más tarde, Diego Puig habló con Federacio Martín Bahamontes, quien, sorprendido al ver que era el nieto de Luis Puig, le soltó: "Tu abuelo era un cabrón; eso sí, ha sido el mejor presidente de la UCI que ha habido y que habrá jamás".
A finales de los 60, en 1969, Juan Antonio Samaranch elevó a Puig a la presidencia de la Federación Española para que siguiera modernizando el ciclismo. Luis Puig tenía claro que había que trabajar en la base, y que eso pasaba por potenciar las federaciones territoriales. No olvidaba que en la valenciana se reunían en un palomar lleno de plumas porque no tenían para más. En sus 16 años como presidente también logró salvar y afianzar la Vuelta Ciclista a España.
Y ya en 1981 se convirtió en el primer dirigente español en un cargo del relevancia internacional. Primero como presidente de la FIAC y después de la UCI. El rey Juan Carlos lo recibió y le dio un consejo: "Tu responsabilidad es la imagen del país". Una frase que hoy podría haber vuelto en sentido contrario. En la primera reelección de Puig en la UCI, cuatro años después, le envió un telegrama al monarca: "Lo he cumplido".
Luis Puig se murió sin llegar a ver el Mundial de ciclismo en València, ni los cinco Tours de Miguel Indurain. "Eso fue una putada", puntualiza su nieto. Por suerte no llegó a ver como colocaban un cartel en el velódromo donde pone Palau Velòdrom Lluís Puig.