Hoy es 10 de octubre
VALÈNCIA. Se mire como se mire, este Valencia CF va sin rumbo y sin control sobre sí mismo y sus emociones, porque en el campo de juego sigue sin dar una señal de identidad clara, precisa y fiable. No presenta evolución alguna en cada una de las jornadas que va sumando y los errores infantiles se siguen acumulando. Hasta aquí, nada nuevo para el lector o el aficionado que se sienta cada día a ver a este equipo, con la esperanza de ser testigo de un giro positivo en las prestaciones. No sé cuántos fines de semana ha destrozado anímicamente, pero son muchos.
La cuestión es si somos conscientes, si el Valencia CF es consciente, mejor dicho, de que esa deriva le está haciendo bordear, en exceso, los límites de la catástrofe y de que, algún día, ese factor diferencial que aún conserva gracias a su elevado presupuesto, dejará de tenerlo y no habrá ni red ni excusa que te libre de caerte al pozo de la segunda. En el fútbol, como en tantas cosas de la vida, no tomar las decisiones adecuadas en los momentos justos te llevan a situaciones desafortunadas, que luego vas arrastrando, como una penitencia interior. Y claro, quieras o no te viene la pregunta del millón: ¿y quién está capacitado para dirigir esta nave hasta buen puerto? La respuesta no la tengo, porque hay muchas decepciones por el camino, pero lo que sí sé es quién no está capacitado para hacerlo.
La expulsión de Maxi es solo el reflejo de la constante frustración de un equipo que no juega a nada: la aportación ofensiva y defensiva es pobre y llena de taras estructurales. Pero esto no exculpa la lamentable actuación del delantero charrúa, que cada día que pasa está marcando sobre la pared las jornadas que le restan para poder marcharse a un club que realmente cumpla con lo acordado. Maxi se autoexpulsa y se marcha tranquilamente porque no hay nadie en el club, con autoridad moral, que le puede decir “¿pero tú de qué vas, chaval?” y meterle una buena multa económica y deportiva. No se lo puede decir Gracia, que es el primero en no conciliar su deseo con su realidad; no se lo puede decir ni Corona (que no sé su grado de responsabilidad) ni Murthy, que miente más que come bocatas tamaño XXL; no se lo puede decir Lim, que pasa de este club; no se lo puede decir el príncipe de Johor, que ya ni está; ni tampoco se lo pueden decir los capitanes, porque ¿qué le van a decir Paulista, Jaume o Soler: ¿no falles tanto? ¿por qué cometiste este error? El delantero uruguayo bien les podría contestar que Paulista va a metedura de pata grosera por partido, lo que pasa es que su pundonor le salva de la ceniza pura; que Soler no se entera jugando de mediocentro y ni construye juego, ni llega, ni destruye realmente; y Jaume…pues que pare alguna que vaya para portería, porque últimamente solo detiene las que van al muñeco. Solo Gayá podría levantar en este caso la voz y no sé si el lateral izquierdo está por la labor a tenor de cómo el propio Maxi le estaba recriminando en el campo que no fuera a comerse al árbitro tras la expulsión. La cuestión es que aquí solo se puede callar, pues la falta de control del club hace que nadie pueda levantar la voz para poner firmes a quienes no respondan en su parcela profesional.
Pero lo peor de esta situación es que, cuando se les pregunta por este motivo, todos sacan su rabia interior contra quien solo pretende saber qué pasa ahí dentro, porque la cosa no va bien. Son parte de esa famosa y manoseada conjura que algunas plantillas o clubes en general han puesto sobre la mesa frente a los medios de comunicación, principalmente. Bueno, si al menos el equipo diera un resultado óptimo dentro del campo y el club diera una imagen de su gestión acorde con la profesionalidad que se le otorga, y si todo, en general, respondiera a un proyecto claro y transparente, entonces entenderíamos esas actitudes o conjuras, pero mientras la cosa ni fluye, ni se controla, ni responde… ¿a qué viene tanto cabreo ante las preguntas o las sugerencias que se hacen? Malo es si las ruedas de prensa se convierten en un ring, donde los boxeadores buscan su golpe definitivo o esquivar las embestidas del rival lo mejor que se pueda. Malo es también que se comience a señalar a quienes no tienen la posibilidad de tomar decisiones dentro del club, en cualquier parcela, porque entonces sí podemos decir que este Valencia CF no solo carece de rumbo, sino también de capitán que lo dirija hacia un destino más halagüeño. Porque no confundamos una cosa: no tener rumbo no implica carecer de destino. El equipo, el club, tiene un destino muy claro: más pronto o más tarde, anclarse en la tabla media baja de la clasificación cada año, y cuando lo hagas muy bien, llegar a tocar la Europa League y cuando lo hagas muy mal, correr el riesgo serio de bajar. El juguete no da para más porque quienes deberían enderezar el rumbo están en su propia deriva, por eso, Maxi, en parte, hace lo que hace, queramos o no.