VALÈNCIA. Me encanta el olor a contradicción por la mañana, tras una noche de solvencia deslumbrante en Ámsterdam que, si de algo sirvió, fue sobre todo para demostrar que los prejuicios se disuelven como un azucarillo ante los golpes de realidad más severos. Cuando Celades, casi de incógnito, llegó a una ciudad repleta de barricadas mentales, y el juego se activó, mi presunción fue creer que el equipo se instalaría llevado por el desorden en el duermevela continuado de un par de resultados buenos, un par de resultados malos, y así hasta la irrelevancia final. Noviembre, diciembre, solo dos meses, han contribuido a lanzar una conclusión al vuelo: Ja Tenim Entrenador. Como consecuencia, seguimos teniendo equipo. Evidentemente una lectura prematura. Pero de sensaciones parciales están hechas las obras decisivas.
Rescato cinco partes visibles con las que quedarse después de Ámsterdam.
Uno. Equipo con varios registros.
Tomada la costumbre de tipos desperdiciando las herencias recibidas, era tentador creer rápidamente que Celades había desactivado los códigos de un equipo que se cinceló en tardes oscuras a base de resistir, saber replegarse, castigar los errores ajenos. Las primeras actuaciones, con un fútbol destartalado, anárquico y abierto al enfrentamiento a pecho descubierto, confirmó los peores presagios. En el ‘Cruyff’, en cambio, se proyectó el equilibrio perfecto. El equipo que sabe avanzar liberado, pero también el colmillo, la capacidad para sacar el paraguas y aguantar la tormenta. Fue poético ver a Manu Vallejo ejercer de grumete chanchero. De esa superposición de capas (la tectónica de placas de Marcelino + el baile flexible de Celades) debería salir un Valencia mejor evolucionado.
Dos. Una rueda de prensa masiva
Eso. De Londres a Ámsterdam, de la rueda de prensa solitaria al reconocimiento masivo. La fase de grupos de la Champions es la película de superación que la vida de Celades necesitaba. Es una lección para la soberbia generalizada de quien impone su librillo y su ego profesional sin importarle el contexto. De haber optado por el unilateralismo, Celades hubiera tenido un paso efímero. Olfateó rápido que sus posibilidades pasaban por canalizar lo que ya existía: un grupo comprimido que, tal que tras un pacto de sangre, había decidido sobrevivir cueste lo que cueste, sobreponerse a todo para avanzar como si nada. Sin demasiado manoseo jerárquico, haciendo a un lado -sin humillaciones- a quienes ofrecen bajo rendimiento, integrando a los menos habituales, siendo justo y nítido. Se difunde la máxima de que es el equipo el que está tirando del club, lo cual resulta más frecuente de lo que parece en la mayoría de proyectos. Solo que en esta ocasión el equipo parece ser plenamente consciente de la aventura que promueven. Obsesionados con los relatos mediáticos, ni queriendo se hubiera construido uno así de atractivo.
Tres. Proporción genética
Señalaba Albelda después del partido que todos los proyectos que al Valencia le funcionaron lo hicieron a partir de una cuota sólida de canteranos. Más allá de la facilidad para fantasear o componer utopías de cantera, que en una noche decisiva el once contara con Jaume, Soler, Gayà y Ferran, apuntala una idea. Se han desaprovechado muchas oportunidades para armar equipos fuertes a partir de jugadores paterneros. Sería otro error letal desperdiciar una trinidad como la de Gayà, Ferran y Soler.
Cuatro. Jaume
Tuve el vicio de emplear a Jaume como recurso para la chanza. Por su estilo agitado, sus nervios en vuelo. Su temporada en la Copa del Rey debe haberle servido para, además de consolidar su rol como conector grupal, hacerle evolucionar como portero de instantes. Pletórico en Ámsterdam, incluso a los más dudosos nos ha convencido de que si algo hace es sumar, fuera pero también dentro. Es complicado encontrar a tipos dispuestos a entender su papel subalterno y a hacer de ello un oficio impecable.
Cinco. Rodrigo
La ciclotimia de Rodrigo, sus desapariciones después de los cierres del mercado, asquean hasta al más fiel. Pero ya son unos cuantos años sabiendo que la rodrigofobia es como un constipado de otoño, igual que viene se va. Ganada la confianza en sí mismo, Rodrigo ha impulsado invariablemente los mejores momentos de este equipo. Del enero de Copa ante el Getafe, pasando por el febrero ante el Betis, llegando a la final del Villamarín; de Stamford Bridge al Cruyff Arena. El jugador desaparecido que aparece cuando se le necesita.
Más allá de los efluvios propios, la noche de trabajo en Ámsterdam fue definitivamente un pequeño paso para el club, un gran salto para el equipo.