Hoy es 11 de octubre
Hay noticias que, si se unen, se entienden. Vayamos allá: Mediaset impide la instalación de pantallas gigantes para seguir la final de Copa porque esa audiencia no cuenta para el ‘share’ / Se vuelve a poder beber alcohol en los estadios… si estás en los palcos / El Valencia reparte 12.745 entre sus aficionados para la final de Copa.
Hay un eje en común a todo ello: la segregación de los aficionados entre aquellos de quienes se pueden generar conversiones directas o, por contra, de los que no hay nada que sacar porque solo se dedican a animar a su equipo, pobres desgraciados.
Tanto hemos normalizado esa zonificación en la hinchada que apenas sorprende que los aficionados del equipo no puedan vivir colectivamente una final. O que entre los asistentes a La Cartuja, quienes menos presencia tengan sean los hinchas.
En ese proceso de dar por buena la individualización de las aficiones, resulta una metáfora potente el consumo de alcohol. El habitual corresponsal de El País en Londres, Walter Oppenheimer, alertaba en su última columna del clasismo que se produce en la Liga española, no así en la inglesa: beber está mal, salvo que puedas permitirte un palco. Mientras en Inglaterra se permite el consumo de bebidas alcohólicas -acompañado de una vigilancia permanente-, en España la opción que ha regresado tras las restricciones con la pandemia ha sido la que existía previamente: “los hinchas de a pie no pueden beber ni en la grada ni en los pasillos mientras los privilegiados disfrutan del partido copa en mano en sus palcos e incluso en la grada. Eso se llama discriminación. Eso es clasismo”, decía Oppenheimer.
Lejos de discernir sobre cómo debe gestionarse el consumo de alcohol en los recintos de ocio, las decisiones que se toman al respecto denotan qué tipo de aficionados se quiere en los campos.
Ese posicionamiento quedó claro en el Ciutat de València en la novena jornada. El Levante tuvo a bien privatizar una de sus gradas para invitar a 350 empleados de una compañía financiera y permitir que se pusieran a tono con total impunidad.
Es el gran triunfo de quienes no requieren de aficiones fieles: los grandes transatlánticos que buscan la expansión masiva a base de acumular consumidores. Para quienes, por el contrario, solo pueden sobrevivir dignamente a partir de comunidades enraizadas, es una pésima noticia. El Levante, y desde luego el Valencia, están entre estos últimos.