VALÈNCIA. Nada es casualidad. La 'semana fantástica' del Levante, la que ha traído un recorte de cinco puntos con la permanencia en apenas nueve días, tiene muchos motivos y uno de ellos es el famoso 'efecto Miñambres'. No hay duda. Una figura "que faltaba", tal y como admitió Alessio Lisci cuando se le preguntó por el impacto del nuevo director deportivo en el carrusel de buenos resultados de su equipo. El italiano ha pasado de estar de acuerdo con la idea del club de no rearmar el Área Deportiva a días de empezar el mercado de invierno, a reconocer que, efectivamente, existe la huella del leonés sobre la buena dinámica granota. No tiene por qué ser contradictorio: tan cierto es que el 'fichaje' llega tardísimo a Orriols como que difícilmente en enero hubiese aterrizado el mismo Felipe Miñambres. Y no se trataba de reclutar a cualquiera, la explicación está ya machacada.
Aún así, el 'efecto Miñambres' como razón de peso -si no la principal- para justificar el viraje repentino de sensaciones y la multiplicación de confianza en la plantilla no puede quedarse aislado. Solo, no tiene sentido. A Alessio, pase lo que pase mañana en Bilbao, ya hay que reconocerle una lucha contra corriente. Como al César, lo que es del César, al Conte de Buñol, lo que es suyo. Cierto es que la buena semana del Levante no deja de ser, de momento, un puñado de días de lucidez que, sin exigencia permanente ni mano firme al volante, pueden convertirse en un oasis en el desierto. Verdad, también, que la salvación aún está lejos y amarrarla seguiría siendo un milagro. Pero devolver la ilusión -puede que en vano, sí- a la parroquia levantinista lleva detrás un trabajo de auténticos cabezazos contra la pared: porque el coladero defensivo desquiciaba al cuerpo técnico, porque no había Dios que levantara anímicamente a ese vestuario, porque hay que lidiar con algún que otro ego desmedido y porque la entrada de Miñambres colocó inconscientemente al entrenador la lupa social sobre su cogote.
La dificultad de la situación hizo al director deportivo trabajar como nunca lo había hecho, según argumentó públicamente: bajando al vestuario, apoyando en cada sesión y acompañando al técnico en lo motivacional, aunque no en lo táctico. Además, fuera del plano deportivo, el contrato del romano, que acaba este verano después de diez años en la escuela, está en tela de juicio. Hay sintonía Miñambres-Lisci, pero si el Levante consuma ese milagro lo que habrá es un nuevo culebrón en junio en lo relativo a su futuro. De evitarlo se ha de encargar el directivo astorgano. Y es que hay quienes comparan la realidad que recogió Alessio en diciembre con la que solventó Paco López en 2018. A años luz: el italiano cogió al equipo último y a cinco puntos de la orilla; el de Silla, uno por encima del agujero. Son datos a los que, sin desmerecer a uno de los mejores entrenadores de la historia del club -obviamente, no habrá otro como Paco ni aparecen de debajo de las piedras-, hay que añadir el panorama emocional y de siniestro institucional con el que topó el actual.
Lo que sí resulta contradictorio es aquello de no mirar la clasificación. No nos engañemos, el discurso mola, pero es imposible. Los 7 de 9 obligan a cualquier levantinista a sacar la calculadora y hacer cábalas: que si el Granada se estrella, que si hay que meter al Mallorca en el potaje, que si el calendario del Ciutat es el peor de entre los colistas... Son demasiados números que a medida que el Levante vaya usando las tijeras saldrán del cajón para dolor de cabeza de muchos. Que haga cuentas la grada, pero no los futbolistas. En lo que sí tiene razón Alessio es en que su equipo, cuando no tiene presión y se autoconsidera hundido, saca su mejor versión. Lava su cara y se la planta a los rivales. Eso sí, en caso de que la buena dinámica se alargue, siempre habrá un momento en que esos números saluden... y no pueden suponer un problema.