VALÈNCIA. Todos concuerdan en que los sentimientos son inexplicables e intransferibles. Simplemente surgen, afloran e invaden a una velocidad vertiginosa. Por ello, si alguien preguntase qué significa ser valencianista, debería verse repetida una y otra vez la tarde del 24 de marzo de 2019 en el Estadio de Mestalla para tratar de acercarse un poco al entendimiento de lo que significa el Valencia CF para su gente. Generaciones de abuelos, padres e hijos que se dieron cita en las gradas del antiguo Luís Casanova para brindarle tributo a esas leyendas que, a lo largo de esos cien años de historia, hicieron de cada momento un acto irrepetible de valencianismo.
La tarde no pudo empezar de mejor forma, con la hinchada valencianista acumulándose en la Avenida Suecia como si de un partido de la primera plantilla se tratase, atabiados con prendas del club de sus amores para recibir a cada una de las leyendas que llegaban al Estadio de Mestalla en el autobús oficial del club. Ya con todos ellos calentando sobre el césped, Santi Cañizares hacía de ´improvisado´ speaker junto a Enrique Arce para hablar con algunos de ellos. Carboni, Claudio López, Angulo y un Kily González que se besaba el escudo para hacer estallar a la grada. Y un Ranieri emocionado que declaraba el orgullo por "haber dejado huella en un proyecto como el del Valencia". Mucho sentimiento.
Aún así, la emotividad no había hecho más que coger asiento en la grada. Los momentos más bonitos estaban aún por llegar. Era el turno de familiares de los jugadores más antiguos y representantes de cada una de las décadas de la historia del club, que pisaban el césped portando los títulos que engrandecen la historia del Valencia. Mañó, campeón de la Copa en 1954 y jugador en vida más veterano del club, ponía la nota más emocionante al no poder ocultar las lágrimas que afloraban tras recibir la ovación de la afición.
Pero el estallido de Mestalla llegó cuando saltaron Jaume Domènech, Dani Parejo y un emocionado Mario Alberto Kempes, vestido con la senyera, portando la bandera fundacional del club. La foto de familia con ambos equipos, la atronadora salida uno por uno de los jugadores que iban a participar en el transcurso del partido y un sobrecogedor minuto de silencio por aquellos que ya no están pero siguen en la mente de todos, con especial recuerdo a un Waldo que nos dejó recientemente, pusieron el broche de oro a los actos previos.
Llegaba la hora de que el esférico rodase. La hora de rememorar el desborde de Vicente, las arrancadas del Piojo López, las llegadas de Giner y la elegancia al corte de Djukic. Y entre todos recuerdos aflorando en la mente del respetable, cada cambio se transformaba en una atronadora ovación de la grada. Albelda, Marchena, Mista, David Navarro, Curro Torres o Farinós reemplazaban a otros míticos como Voro, Fernando, Arias, o Subirats. Los valencianistas tuvieron claras ocasiones de gol en el poder del propio Claudio López, Marchena o Angulo, pero el único gol de los primeros cuarenta minutos llegó por parte de los veteranos de la Selección Española, que encontraron portería con una buena definición de vaselina de Catanha tras un gran pase interior del Lobo Carrasco.
Ya en la segunda mitad y con los protagonistas recuperando el aliento, la figura pasó a ser Cesar Sánchez. Un penalti detenido a Juan Sánchez y varias intervenciones de mérito a Di Vaio desataban las carcajadas de los presentes, que empezaron a corear "César déjate". Entre medias, llegó el segundo gol de los visitantes. Más que gol, golazo, porque De la Red enganchaba una volea con su pierna izquierda tras un centro medido de Víctor Sánchez del Amo y batir, así, a Rangel.
Mestalla disfrutaba, encendiendo luces para crear un precioso efecto óptico con la puesta del sol y desprovista de esa tensión competitiva que le invade cada dos semanas, pero tenía ganas de celebrar un gol. Y César (como buen amigo que es), le ´regalaba´ el balón a Rufete y este lo cedió a un Di Vaio que, totalmente solo ante el de Coria, definía cruzado para anotar y desatar el jolgorio en la grada valencianista.
Sin embargo, el momento más vibrante no fue con el balón en los pies. Santi Cañizares, que había anunciado su intención de no participar en el encuentro, rompía sus pronósticos y saltaba al verde en sustitución de Rangel. Mestalla enloquecía para recibir al dragón, considerado por muchos uno de los jugadores más emblemáticos del centenario recorrido de la entidad. Poco fútbol restaba, aunque en el último tramo se volcaron los locales para tratar de empatar, pero ya las fuerzas permitían pocos alardes y, en la última acción del partido, Catanha ponía el definitivo 1-3.
Pero no era día de cábalas ni resultados, sino de disfrute y homenaje a la gloriosa historia de un club centenario que tantas y tantas vidas ha marcado. El cúlmen a esta ´sinfonía´ futbolística y sentimental lo puso la interpretación del Himno Regional de la Comunitat Valenciana, con las luces apagadas, la afición entonando su letra al cielo de Valencia y el lanzamiento de fuegos artificales para dejar una de las imágenes más preciosas de una fiesta inolvidable. Para los que estuvieron sobre el verde. Para los que ocuparon un lugar en las gradas. Y, por supuesto, para aquellos que desde el cielo asistieron orgullosos a la confirmación (si es que fuese necesaria) de la grandeza que posee el club de su vida.
Esto es el Valencia CF, un amor centenario que quiere disfrutar de cien años más para seguir ocupando corazones alrededor de todo el mundo.