Hoy es 15 de octubre
Si uno quisiera generar fango para desviar la realidad que está enfrente, no hay duda de que debería llamar a Anil Murthy. Muchas veces nos parece que hace su trabajo negligentemente, pero qué demonios, ¡es un maestro! Si está en el cargo, si la apuesta por su figura se prolonga tanto en el tiempo que ya supera a cualquiera de los ocho apellidos valencianos que estuvieran en las últimas décadas en la presidencia, ¿quizá sea por algo?
Ocurre, desde luego, por la dificultad para oponer resistencia. Una propiedad por completo impermeable no permite que ni el goteo machacón perfore su manto de separación respecto a València. Hasta la llegada de esta gestión, protestar ante la puerta del propietario surtía efecto. En las nuevas coordenadas, ya no. No hay puerta a la que llamar.
Pero si Murthy se eterniza en su cargo a menudo rodeado de cuchufletas y monerías es, llanamente, porque cumple sus objetivos. Lo volvió a demostrar esta semana. Dando una coz con un tweet donde increpaba al periodista Diego Picó, una vez que éste había planteado el recrudecimiento de las tensiones entre la dirección y el entrenador (tan evidentes, que solo hay que escuchar a Bordalás; no hace falta atravesar las paredes). ‘NO MIENTAS… Y acuérdate de arreglar el wifi’, gritaba desaforado a través del altavoz corporativo.
¿Qué provocó? Que la conversación volviera a girar en torno a él y a sus provocaciones. Ahora mismo, en estas palabras, lo vuelve a conseguir. Logra que el debate parezca desdoblarse entre los ofendiditos que consideran que con la propiedad se es demasiado inclemente, no como con los del marcelinismo, a los que se les permitía todo; entre quienes enfocan en la presión frente a la prensa, convirtiéndolo en un ataque a las libertad elementales; entre quienes se despistan con el daño que están haciendo al Twitter, como si a alguien le importara el Twitter…
Un señuelo perfecto que fragmenta y evita la coincidencia en algo evidente: el empobrecimiento sistémico al que la propiedad ha sometido a la institución. Un debilitamiento que no es una racha, ni tan siquiera una tendencia, sino que ha venido para quedarse, es una manera de hacer que el club exista, subsista malamente. .
Tras unos días de éxtasis a lomos de la bordaleta camino de la final de Copa, sin solución de continuidad terminamos condenando a un equipo inoperante, como si ese Valencia de dos ventanas, según Liga o Copa, fuera nuestra propia mente: capaz de pasar de la desazón a la euforia y nuevamente a la desazón con apenas días de diferencia. ¿Pero qué deberíamos hacer si no? Lanzar las campanas al vuelo es nuestra propia salvación para dejar de masticar plomo.
Y cuando volvimos a despertar, enojados, el maestro Murthy volvió a tender la trampa.