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opinión

La vida de los otros

8/12/2018 - 

VALÈNCIA. Decenas de miles de “falsos valencianistas” en Mestalla y cientos de miles donde puedan seguirlo, apretarán esta tarde los dientes con fuerza a la espera de una reacción contundente del equipo ante el Sevilla porque -más allá de discursos fallidos- lo que verdaderamente inquieta al aficionado es la dubitativa deriva que el equipo viene ofreciendo sobre el terreno de juego.

Entre la decepción y la sorpresa asistimos a una temporada que se complica a medida que avanza. El Valencia no carbura y cada semana nos proponemos una ‘Final’ con la esperanza de encontrar el manido ‘punto de inflexión’ que nunca llega y ojalá que sea esta tarde cuando cambie el destino porque las oportunidades para subirse al tren de la Champions se van agotando. Pero no soy ni de los que piensan que una victoria esta tarde te otorga el pasaporte ni de los que opinan que una ‘no victoria’ te priva definitivamente de él. Ganando al Sevilla, alcanzar la cuarta plaza sigue siendo muy difícil y, obviamente, no haciéndolo se complicaría todavía más pero, a estas alturas de la temporada, no hay nada definitivo. Lo que otorgará al Valencia la posibilidad de llegar a tiempo será la recuperación de la confianza perdida, la concienciación de todos y cada uno de los futbolistas que gozan del privilegio de vestir esa camiseta de que no pueden seguir amparándose en excusa alguna y sí luchar en cada partido como si fuese el último y la toma de conciencia por parte de Marcelino de la necesidad de implementar los cambios que sean necesarios huyendo de una rigidez que no le está dando resultados. Será a partir de ahí cuando el equipo se familiarice con la victoria como algo habitual porque si la victoria es una excepción -que es lo que viene sucediendo hasta ahora- la guerra se habrá perdido aunque se gane una batalla porque se han quedado ya tantos puntos por el camino que nada que no sea normalizar la victoria servirá para alcanzar el objetivo. Para conseguirlo siempre será mucho más útil amparase en la exigencia y abandonar definitivamente el siempre frágil parapeto de la conmiseración. Si tras cada tropiezo se descansa en la excusa no habrá lugar para la superación. Si, en lugar de rebelarnos ante fracaso, nos recreamos en un interminable lloriqueo... no habrá recompensa. Si nos lamemos las heridas en lugar de suturarlas urgentemente para seguir luchando el premio será... la nada.

Aunque son múltiples las deficiencias que se vienen advirtiendo y sin pretender exonerar al entrenador de sus responsabilidades, resulta imprescindible que sean los jugadores los que, en primer lugar, se conciencien de la necesidad de ganar y eleven exponencialmente un rendimiento que, con escasas pero honrosas excepciones, está resultando miserable. Aquellos que, como reconoció entre dientes Marcelino, se toman un partido de Copa como un “marrón” y no como la oportunidad idónea para reivindicarse, mejor que se aparten a un lado o que sea el técnico quien lo haga. Con ese espíritu no se va a ninguna parte y menos... a la Champions.

Mientras todo ello ocurre y aguardando ilusionados que así sea, los “falsos valencianistas” harán toda la fuerza posible desde allá donde se encuentren para empujar al equipo. Los valencianistas ‘de verdad’, aquellos que no son capaces de distinguir entre un balón de fútbol y una tableta de turrón, pueden seguir acomodados en el palco tomando un botellín de agua mineral o... lo que sea, que para eso se han comprado un Club de Fútbol pero, por favor, que no levanten mucho la voz que... molestan, que no se aventuren a investigar ‘la vida de los otros’ como si de una policía política se tratase y, sobre todo, que no se atrevan a decidir quién es el buen y el mal valencianista, que ya no cuela.

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