opinión / 13 de noviembre

Aquel viaje a Écija con 13 años

19/11/2019 - 

VALÈNCIA. Cada vez que rememoro batallitas de fútbol con Paco López jamás desaparece de mi mente aquella promoción de ascenso a Segunda División en junio de 1995. Esos dos goles que le marcó al Écija en la primera parte de la quinta jornada y el mensaje de prudencia que trasladaba a sus compañeros en el vestuario que ya se veían con el objetivo conseguido. Aquel Levante de Paco, Ballesteros, Herrero, Fabado, Uriz, Gallego, Masnou o Eloy pasó de la gloria al infierno. De un 2-0 y rozar el 3-0 en la reanudación, a un 2-4 fatídico que generó mucha controversia sin sentido. Por aquel entonces, yo tenía 13 años y estaba sentado en mi butaca de Grada Central. Pese al lamento y que además el ahora míster no iba a estar por sanción, convencí a mi padre para que fuéramos al desplazamiento de aficionados que se había organizado para la última jornada, al infierno del San Pablo, porque creía en la victoria, pero el 1-1 final fue insuficiente. Aún recuerdo aquellas verjas enormes de un ambiente hostil. Para colmo, nuestro autocar sufrió un sinfín de desperfectos, además de las mofas e improperios de los astigitanos que celebraban el ascenso, y tardamos más de la cuenta en emprender un trayecto doloroso de vuelta a Valencia. Echo la mirada atrás y recuerdo aquella aventura como una demostración de Orgull Granota. Me da una rabia tremenda haber perdido la revista oficial de aquel verano de 1995 en la que salíamos en la portada aquellos valientes que soñábamos con despertar del mal sueño de la semana anterior que fue aquel 2-4 del doblete de Paco con Juande Ramos de entrenador.

Me encanta recordar con el recién renovado aquella locura que fue para mi padre y servidor pegarnos aquel palizón en autobús. O también aquella eliminatoria de Copa del Rey en octubre de 2008 con el Benidorm contra el Barcelona. Era la ida de dieciseisavos de final y me planté en Foietes con Pepe Rodríguez, el que fuera mi compañero en Superdeporte. Fue un 0-1 pasado por muchísima agua, que se decidió por un solitario gol de Bojan antes de la hora del cara a cara. Paco había puesto contra las cuerdas al Barça de Dani Alves, Yayá Touré, Cáceres o el de unos jovencísimos Busquets y Piqué. En aquella rueda de prensa en una carpa habilitada para la ocasión, y eso que había conseguido tutear a un equipazo, su semblante era el de un entrenador con la rabia de haber perdido. Porque su ambición y ganas de comerse el mundo no entienden de categorías. Ante el rival que sea, es de esos profesionales que hacen del trabajo, la humildad y el compromiso diario su receta del éxito. Un hombre de club, de esos que se alejan de los focos mediáticos y la chequera porque su película es otra. Es apreciado por su cercanía y naturalidad. El suyo es el triunfo del fútbol modesto, el que ha crecido y se lo ha currado sin hacer ruido.

A un periodista como yo le resulta muy fácil trabajar con él. Cada verano había que hacer el clásico ‘Extra Liga’ de las plantillas y si necesitaba algún dato de su equipo bastaba con darle un telefonazo y todo solucionado. Haber caminado a su lado en ese fútbol de ‘campos de tierra’ tiene su premio: que en el escaparate en el que ahora se encuentra te vea como años atrás, como ese chaval que soportó el diluvio universal que cayó en Benidorm en aquella eliminatoria de Copa. Quizás por esa confianza, y como preludio del golpetazo que supuso la reciente derrota ante el Espanyol, digerí mejor de lo esperado un audio interminable suyo después de unas líneas por este medio —en el que explayo mis sensaciones— que le tocaron la moral, por no decir otra cosa. No hay problema. Los baches futbolísticos no van a hacer cambiar mi opinión hacia un técnico que va más allá de lo que sucede en el terreno de juego. Jamás podré agradecerle lo suficiente que estuviera en primera fila, con una sonrisa de oreja a oreja, y a acompañado de su mujer, en un momento tan especial para mí como fue la presentación de mi libro 13 de noviembre en la que para los dos es nuestra casa: el Ciutat de València.

Paco López llegó al Levante en el verano de 2017 para entrenar al filial y desde marzo de 2018 está al frente del primer equipo. Su arranque fue una bomba. Una reacción de Champions desde el Coliseum Alfonso Pérez con ese gol de Coke que valió para ganar 16 jornadas después hasta la guinda del 5-4 al Barcelona. Ocho triunfos en once partidos. En total son 62 encuentros en la máxima categoría, con un balance idéntico de victorias y derrotas (24) y 14 empates. "Es un privilegio y a la vez una gran responsabilidad", declaró el míster de Silla en una entrevista oficial a la web del club tras oficializarse su renovación hasta 2022. "Nuestro objetivo es seguir progresando y reforzando el ADN para que el Levante sea siempre muy reconocible. Te da mucha confianza saber que hay detrás mucha gente que confía y cree en el trabajo que hacemos. A nadie se le escapa que el Levante debe ser un equipo respetado, que ya lo es. Ojalá todos juntos podamos conseguir cosas bonitas”, añadió en su discurso. Paco “no puede pedir más”. Fue socio, jugador y ahora entrenador. Irradia ilusión por los cuatro costados y es consciente de ese grado de responsabilidad de un proyecto que crece y que no debe conformarse con una sufrida permanencia como la del curso pasado en Girona.

Como el propio Paco ha reconocido, este curso, el de los 110 años de historia, es especial y hay que refrendarlo. Su extensión de contrato era un secreto a voces. Había que ponerle fecha a su anuncio. El proyecto está en las mejores manos y no había que forzar absolutamente nada. Ni por haber ganado una vez más al Barcelona ni tampoco cambiar de idea por el desastre contra el Espanyol. La confianza desde la cúpula no depende de un resultado. El futuro es esperanzador siempre y cuando se ponga el foco en lo que de verdad es prioritario, que es que entre la pelotita y luego, en el siguiente escalón, la reforma del estadio y la construcción de la Ciudad Deportiva. La realidad es que Paco no está renovado desde que el Consejo diera luz verde al acuerdo en su última reunión. El compromiso existía desde la salvación en Girona, desde el recital del también renovado, y con merecimiento, Aitor Fernández. Era necesario esperarse a un contexto como el de ahora (tras sumar seis puntos de los últimos nueve) para que el blindaje se recibiese como la mejor noticia. Quizás los tiempos, esos que no los marcan las redes sociales ni los medios de comunicación, hubieran sido diferentes sin las épicas victorias en San Sebastián y ante Messi y compañía. Que cada uno extraiga sus conclusiones. El presente es que Paco López ya es historia del Levante y tiene en sus manos la posibilidad de convertirse en leyenda. Brindaré por ello. Hay que continuar creciendo, hay que ser exigentes y hay que seguir creyendo en un preparador con un ideario claro que encontrará el equilibrio y enterrará por fin esa sensación de montaña rusa que también planea en su ADN. Parece imposible en el mundo del fútbol que haya una apuesta tan clara por un entrenador. Con esta renovación hasta 2022, Quico Catalán está enviando un mensaje claro: que este proyecto es a largo plazo y solamente lo contempla con Paco López.

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